Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

26.11.25

El Caribe arde Por Antonio de la Cruz


En el Caribe, las potencias no discuten mapas: los redibujan.

Hay mapas que no admiten grises. El Caribe, hoy, es uno de ellos. En una región que durante décadas osciló entre la retórica antiimperialista y la indiferencia estratégica de Washington, vuelve a correr el viento frío de la historia. Esta vez no por un huracán, sino por portaaviones, destructores y cazas norteamericanos que patrullan el mar como si estuvieran en el golfo Pérsico. Y sin embargo, estamos en América. Y esta historia no comienza con Nicolás Maduro, sino con la creciente sensación en Washington de que el hemisferio se estaba deslizando —silenciosamente— hacia manos enemigas.

Un imperio que siente que pierde terreno arriesga más

Estados Unidos ha entrado en lo que los psicólogos llaman un dominio de pérdidas. Es el lugar donde se toman decisiones arriesgadas porque la alternativa —ceder el hemisferio al principal enemigo estratégico, la principal amenaza militar directa para la OTAN y a la gran amenaza regional, especialmente en Oriente Medio — se percibe como un desenlace peor. En ese punto, dejar hacer deja de ser una opción. Por eso vemos lo que vemos:

  • F-18 Super Hornets sobrevolando Venezuela,
  • bombarderos estratégicos patrullando rutas marítimas,
  • destructores con misiles Tomahawk,
  • el Gerald R. Ford anclado en el corazón del Caribe.

Es el tipo de despliegue al que Estados Unidos recurre cuando percibe que está perdiendo la iniciativa en su propio vecindario.

Y lo está. China compró minas, rutas energéticas y lealtades políticas. Rusia envió personal de inteligencia y armas. Irán aportó tecnología para drones y acceso al sistema financiero. La tríada no buscaba “salvar” a Maduro: buscaba poner un pie en el hemisferio que solía ser el backyard de Washington.

La Casa Blanca decidió que era momento de que dejaran de estar tan cómodos.

Un autócrata que se siente seguro tiende a fallar en el cálculo

Maduro, en cambio, actúa en el dominio de ganancias. Cree que resiste. Cree que controla. Cree que sus aliados externos están dispuestos a arriesgar más de lo que realmente van a arriesgar. En el último mes, mientras aviones estadounidenses merodean su costa, él organiza actos populares de asistencia obligatoria. No es valentía: es miopía estratégica.

La paradoja latinoamericana es la misma de siempre: los líderes autoritarios —más los capos— solo empiezan a temblar cuando perciben que sus padrinos dejan de contestar el teléfono. No está claro que el Kremlin, Pekín o Teherán estén dispuestos a ir a una confrontación indirecta con el 47.º presidente de Estados Unidos, y menos en una región donde Washington todavía juega de local.

Cuando las potencias externas dudan, las fuerzas democráticas avanzan

Mientras el régimen intenta posar para la foto, la oposición democrática venezolana —encarnada en María Corina Machado— percibe un momento de oportunidad. No es ingenuidad: es cálculo. Ella entiende que la presencia militar estadounidense no busca derrocar gobiernos por deporte, sino recomponer un equilibrio hemisférico que se venía inclinando hacia el Este.

Su mensaje es simple: “Estados Unidos sabe con quién está tratando. Y sabe cómo termina esta historia.”

No es retórica electoral: es estrategia. En juegos secuenciales —los que se analizan movimiento por movimiento— el actor que ofrece certidumbre sobre el día después se vuelve indispensable para quien ejecuta la presión sobre el hoy.

En este momento, la oposición venezolana es el actor que facilita un final ordenado al conflicto. Y Washington lo sabe.

Cuando el juego ya empezó y todos buscan no quedar sin silla

El conflicto venezolano no puede leerse como una foto estática. Es un ajedrez de movimientos encadenados, donde cada paso arrastra consecuencias y cada respuesta modifica el tablero.

  1. Estados Unidos dio el primer paso: despliegue masivo + autorización de operaciones encubiertas.
  2. Maduro respondió con negación y desafío, un movimiento estable… hasta que deja de serlo.
  3. La oposición democrática se alineó con Estados Unidos, reduciendo la incertidumbre del final.
  4. Rusia, China e Irán evalúan costos: apoyar más es arriesgar un choque con Estados Unidos; apoyar menos es admitir derrota estratégica.

Análisis regresivo puro:
- Si Estados Unidos escala, Maduro no puede responder.
- Si EE.UU. mantiene presión encubierta, el régimen se erosiona.
- Si la oposición ofrece transición, la comunidad internacional se ordena detrás.
- Si Rusia y China no intervienen, Maduro pierde.

El equilibrio más probable no es un desembarco anfibio hollywoodense: es un colapso híbrido, impulsado desde fuera, ejecutado desde dentro.

El Caribe vuelve a ser frontera de poder

Algunos analistas describen la región como un laboratorio: democracias cansadas, autoritarismos persistentes, economías frágiles, y una batalla silenciosa por la influencia geopolítica. Pero el laboratorio se prendió fuego. Y cuando un laboratorio se incendia, los bomberos no solo apagan llamas; también investigan quién encendió el fósforo.

Estados Unidos considera que Rusia, China e Irán han empujado demasiado. Maduro es un daño colateral de esa ecuación. La oposición democrática es el socio natural de la reconstrucción. Y la región, el campo donde se reescribe la idea misma de hegemonía hemisférica.

¿Qué sigue?

No habrá ataques sorpresa sin aviso previo: los movimientos ya están en marcha. Tampoco habrá negociaciones que salven a Maduro: perdió el margen. La pregunta no es si habrá un reajuste de poder en Venezuela, sino cómo.

En la lógica de los juegos secuenciales, el final es casi inevitable: cuando un imperio percibe que pierde su patio trasero, lo recupera. Y cuando sus rivales dudan, retroceden.

El Caribe, hoy, es el lugar donde Washington volvió a marcar territorio. Y Venezuela, el punto donde el mapa hemisférico vuelve a alinearse.

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