Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

jueves, 23 de octubre de 2025

¿Chile debe renegociar su lugar en el mundo o aceptar el jaque institucional?


Un tópico importante y altamente utilizado como moneda de cambio han sido los temas sociales de la agenda (inseguridad, inmigración, salud y desempleo) como banderas para polarizar -y radicalizar- aún más la sociedad, con la complicidad de los medios de comunicación.

¿Cómo llegamos a 2025?

Chile no está en crisis: está al borde del colapso institucional. El caos post-2019, la pandemia y dos fracasos constitucionales no son accidentes; son la prueba violenta de que la democracia representativa está muerta. La verdadera pregunta es esta: ¿El problema es la gestión política de la crisis o la incapacidad estructural del país para renegociar una inserción global que, por cinco décadas, priorizó el crecimiento a costa de la soberanía y la justicia social? La élite tiene una tarea urgente en noviembre: dejar de administrar el desastre y atreverse a reescribir los términos que rigen nuestra vida en la «aldea global». O Chile reafirma su soberanía, o el sistema se lo lleva por delante.

La Deuda Histórica: Soberanía Limitada y Desigualdad Estructural

La raíz del malestar se remonta a la instalación del modelo neoliberal, que transformó a Chile en un laboratorio económico donde se privatizó, desreguló y se llevó a su mínima expresión el rol del Estado en la economía y servicios básicos. Tras el retorno a la democracia, los gobiernos de la Concertación optaron por la «Democracia de los Consensos», que en la práctica significó administrar y profundizar el modelo sin modificar sus bases. Desde entonces, como funcionaba, el modelo económico se convirtió en una materia de no discusión en el debate democrático.

Esta adaptación pasiva a la globalización tuvo un costo: los Tratados de Libre Comercio (TLC) y de Protección de Inversiones limitaron la capacidad del Estado para regular sectores claves como el medio ambiente y los derechos laborales. El resultado es una dura paradoja: la reducción de la pobreza no fue acompañada por una reducción de la desigualdad, concentrando la riqueza en una élite muy reducida y obligando a la clase media a sostenerse sobre la base de un alto grado de endeudamiento para acceder a servicios básicos privatizados. Esta realidad de «Chile real» fue la que salió a la calle en 2019, exigiendo un Estado Social de Derecho que garantice derechos universales en lugar de dejarlos en manos de privados regulados por el mercado.

La crisis política: populismo, antipolítica y probidad

La incapacidad de la democracia representativa para procesar estas demandas de cambio se ha manifestado en una profunda crisis de legitimidad que con este gobierno y sus sucesivos escándalos ha sido más profundizada. Los partidos políticos han sido la principal víctima, perdiendo credibilidad y desconectándose del ciudadano de a pie. Dejaron de ser centros con vocación de ciudadanía para convertirse en una simple «maquinaria de movilización electoral». Este vacío de representación fue el terreno fértil para la antipolítica (desconfianza generalizada hacia lo tradicional) y el populismo (estrategia polarizante anclada en la personificación de un líder, o en este caso puntual, en un tema contingente de connotación nacional). La situación se agrava con los recientes escándalos de corrupción (Caso Democracia Viva o Convenios), que confirman la percepción ciudadana que la clase política persigue agendas personales por encima de la agenda colectiva, restando interés al juego democrático y agudizando los cuestionamientos a su proceder. La probidad, por tanto, se convierte en un eje central de la confianza que debe ser reconstruida en un futuro nuevo gobierno.

Estrategia y medios: La diatriba de los temas sociales

Un tópico importante y altamente utilizado como moneda de cambio han sido los temas sociales de la agenda (inseguridad, inmigración, salud y desempleo) como banderas para polarizar -y radicalizar- aún más la sociedad, con la complicidad de los medios de comunicación Esta situación lejos de enfocar la atención de los candidatos en propuestas claras y realmente posibles abre la puerta a que sea “usado” como mejor consideren los estrategas de sus equipos de campaña para sacar el mayor redito político. Lo curioso de este proceso y escandalosamente sorprendente es que el gobierno en funciones se ha volcado de lleno en una suerte de comando de campaña a la sombra de la candidata de su “coalición”; como símbolo continuidad de su “legado”.

  • La migración como cortina de humo: La inseguridad y la migración son el arma de doble filo que la élite política usa para manipular al elector. La supuesta «preocupación» enmascara una alarmante hipocresía y xenofobia institucional. La izquierda ha abandonado sus principios al impulsar una legislación que no solo multa a ciudadanos, sino que conculca derechos políticos a extranjeros con avecindamiento por más de 5 años en el país. Esta ofensiva, defendida con argumentos grotescos y xenófobos (como el miedo a «Chilezuela» o la «política de arepa y ron»), es una muestra de ello. Mientras la clase política canaliza el debate hacia ataques racistas y xenófobos contra un padrón electoral extranjero irrelevante (solo el 5.6% del total nacional), el Crimen Organizado Transnacional se ha consolidado con violencia inédita, redefiniendo la realidad delictual chilena. La estrategia es clara: los medios y la clase política desvían la atención de su mala gestión histórica de la crisis migratoria, atizando la xenofobia para generar ganancias políticas. El debate debe cambiar: Chile necesita ver la migración como un activo estratégico (económico, cultural y académico), no como una amenaza. Lo contrario es ignorancia y cobardía política.
  • Salud y desempleo: El debate sanitario se limita a la pugna ideológica entre sistemas y las agonizantes listas de espera, eludiendo el problema central: la desigualdad estructural que fuerza el endeudamiento para obtener servicios de calidad. Esta superficialidad es cómplice de la implosión no controlada del sistema, manifestada en bajos sueldos, escasez de insumos, violencia contra el personal y una profunda falta de empatía mutua, lo que crea un caldo de cultivo para el colapso interno. Similarmente, la discusión sobre Desempleo fracasa en vincular la precarización laboral con las presiones del capital globalizado. En lugar de abordar este nexo, el foco mediático exalta una «reforma laboral» de dudosa eficacia, promovida por la candidata oficialista. Las contradicciones y la estrechez de sus propuestas —frecuentemente usadas como munición por el resto de la «jauría» de candidatos— revelan que el debate se ha convertido en un ejercicio de posicionamiento político superficial. En ambos casos, la clase política privilegia el foco mediático y la diatriba, renunciando a la perspectiva teórica de fondo necesaria para formular soluciones estructurales, consistentes y lógicamente viables. El problema no es la gestión; es la matriz.

Hoja de Ruta 2025: Elecciones… ¿Qué hacer?

El año electoral de 2025 brinda la última gran oportunidad institucional para reconstruir la confianza y recuperar el sentido de comunidad. El desafío no es ideológico, y centrarlo en esa sola arista sería un acto de miopía política de un nivel preocupante; por tanto, este desafío debe ser además estratégico y de calidad democrática, que los políticos vuelvan a elevar el nivel de hacer política que al parecer se perdió hace mucho tiempo. Se presentan unas elecciones de alto voltaje y con el potencial de crispar la emocionalidad en búsqueda de protagonismo: en redes sociales, la nueva trinchera donde se libra una batalla codo a codo buscando la mejor foto, el mejor viral, el mejor eslogan, en fin, posicionar y fijar en el ideario colectivo a su opción política. Para ello, la izquierda se presenta en una coalición muy variopinta que usan el mote de “nosotros sí tuvimos primarias” en la que se impuso la candidata comunista (Jara, a quien tratan de mimetizar sin éxito con la ex Presidente Bachelet) y la derecha, que no tuvo primarias; por una parte, se enfrascó en una candidatura adelantada y velada de la opción Chile Vamos (Matthei) mientras que Republicanos (Kast) y Libertarios (Kayser) se sentaron y acordaron una lista parlamentaria única, porque en noviembre no solo se busca inquilino a La Moneda sino Diputados a la Cámara.

  • El Imperativo de la Cohesión: El futuro de Chile exige una redefinición de su pacto social con visión global. Se debe pasar de una adaptación pasiva a una activa, que equilibre la competitividad internacional con la cohesión social, la sostenibilidad ambiental y la soberanía.
  • La Tarea de la Clase Política: Los proyectos políticos deben tener la «altura de mira» para construir consensos, renovar el sistema de partidos y ofrecer programas dirigidos a encontrar al colectivo en un solo Chile donde todos sean necesarios y nadie esté de más.
  • La Pregunta para el Elector: La ciudadanía debe exigir que los candidatos presenten un camino creíble para curar las heridas históricas y no solo para administrar la contingencia. La política de los acuerdos debe estar por encima de la diatriba.

La elección de 2025 no es una mera contienda de eslóganes y virales, ni una batalla ideológica estéril entre coaliciones variopintas. Es la última oportunidad institucional para que la clase política demuestre la «altura de mira» que el país exige. La pregunta que la ciudadanía debe plantear en las urnas no es quién administra la crisis, sino quién tiene un plan creíble y soberano para curar las heridas históricas y forjar un nuevo pacto social. El equilibrio entre competitividad global, cohesión y democracia es la solución plausible, pero solo si estamos dispuestos a proteger el sistema y reconocer al otro. El tiempo se agota: ¿Veremos, por fin, a los políticos elevando la política a la altura del desafío nacional?


José V. Oropeza-Pérez.

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