Nicolás Maduro y sus asesores cubanos han engrasado la maquinaria de la guerra psicológica -todo un clásico de las revoluciones- con el objetivo de soportar la presión militar estadounidense. En los últimos días han surgido distintas versiones sobre negociaciones y propuestas con ese objetivo, incluido el selfie del presidente de facto y su vicepresidenta, la supuesta conspiradora Delcy Rodríguez, como si estuvieran celebrando la Navidad adelantada por el presidente pueblo.
«Otro medio que se suma al basural de la guerra psicológica contra el pueblo venezolano. No tienen ética ni moral y favorecen exclusivamente la mentira y la carroña», se defendió la aludida, que según el Miami Herald se habría ofrecido, junto a su hermano Jorge, jefe negociador del Palacio de Miraflores, como solución de futuro sin Maduro al frente del país.
La agencia de noticias estadounidense AP ofreció otra versión diametralmente distinta, según la cual Maduro cedería frente al empuje estadounidense al acortar la actual legislatura fraudulenta a cambio de mantenerse en el Palacio de Miraflores durante los próximos tres años y ser sustituido posteriormente por la propia Delcy.
«Dudo que Maduro quiera negociar para entregar el poder. Maduro sabe que Trump es transaccional, y no sabemos qué está poniendo sobre la mesa. De ser cierto que Maduro está ofreciendo algo, no es su salida precisamente», explica a EL MUNDO María Puerta Riera, profesora de Gobierno Americano en Florida.
Previamente, The New York Times adelantó que Maduro estaría dispuesto a facilitar el acceso del petróleo, el gas y el oro venezolanos a empresas estadounidenses, lo que sería un éxito financiero considerable para Trump, pese a que ese trueque perjudicaría a los intereses de China y de Rusia.
Otro factor a considerar es el lobby -«para desescalar», como se le reconoce actualmente-, alimentado por Caracas, por sus empresarios millonarios y por la industria petrolera, que se mueven con agilidad en torno a los círculos de poder en Washington.
Un «zaperoco», como llaman en Venezuela a los revoltijos -en este caso de protagonistas e intereses-, marcado por las idas y venidas de Trump, empeñado ahora en dar por terminada la guerra en Ucrania tras su triunfo personal en Gaza. De momento, su secretario de Estado, el cubanoamericano Marco Rubio, ha ganado la partida al enviado especial de la Casa Blanca, Ric Grenell, principal defensor de los acuerdos y negocios con Caracas. Para las tres dictaduras latinoamericanas, Rubio es el principal escollo para su supervivencia.
«Maduro es un presidente ilegítimo que ha traficado con drogas demasiado tiempo», recalcó Karoline Leavitt, portavoz de la Casa Blanca, horas antes de que otro funcionario deslizara a la agencia Reuters que otra «narcolancha», la sexta, resultó alcanzada por un misil estadounidense, sin más detalles, salvo que en esta ocasión sí había supervivientes. Los militares organizaron un rescate en helicóptero para recoger a los supervivientes, a quienes mantienen en uno de los buques de la Armada.
Ni en Washington ni en Caracas dudan de que el siguiente paso en la escalada de presión sería el primer ataque contra objetivos terrestres en territorio venezolano. Fuerzas sobran para ello: Estados Unidos ha realizado en el Caribe sur su mayor despliegue desde hace cuatro décadas, incluida la invasión de Panamá y el derrocamiento del dictador Manuel Antonio Cara de Piña Noriega, también involucrado con el narcotráfico. Destructores, submarinos, cazas de última generación, bombarderos, helicópteros y unidades de élite se aprestan para cumplir las órdenes de sus mandos políticos y militares.
En su último informe, The Wall Street Journal desmenuzó cómo el Pentágono ha situado todas sus piezas de forma estratégica frente a un enemigo de capacidad bélica muy condicionada por la crisis nacional. Expertos consultados por EL MUNDO aseguran que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) apenas puede poner en sus cielos cinco cazas rusos Sukhoi.
Lo que se ve todos los días en los canales chavistas, con llamados incluso a unas inexistentes brigadas internacionales indígenas, no va más allá de la propaganda más burda, aunque el desembolso millonario llevado a cabo por Hugo Chávez, que compró todo el armamento ruso que le ofreció Vladimir Putin, sobre todo sus sistemas antiaéreos, complicaría el inicio de la famosa «fase dos» del despliegue estadounidense.
«Dado que Maduro ha utilizado repetidamente el diálogo como táctica dilatoria para ganar tiempo hasta que la presión se calme, cualquier nueva conversación debe evaluarse en función de su historial de compromisos incumplidos. Los acuerdos deben ser verificables, con plazos definidos y mensurables, no simplemente basados en promesas vacías», advierte el analista Geoff Ramsey, que asoma la disyuntiva que planea sobre la Casa Blanca: «Utilizar el despliegue naval en el Caribe como una táctica de presión para promover los intereses estadounidenses y las reformas democráticas o arriesgarse a una escalada militar y correr el riesgo de un conflicto potencialmente desestabilizador».
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