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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

sábado, 22 de febrero de 2025

La historia olvidada sobre el acuerdo del Canal de Panamá


Quién se acuerda de que en torno al Canal de Panamá se firmó el acuerdo más significativo en política exterior del hemisferio occidental en el siglo XX, y todavía no hay nada que lo supere en este siglo XXI. Se logró gracias al empeño de tres grandes líderes: Omar Torrijos, Carlos Andrés Pérez y Jimmy Carter. Aquí contamos detalles de esta gran operación política.

Por JUAN CARLOS ZAPATA

El presidente Omar Torrijos llegaba a la Cumbre de Bogotá sometido a una gran presión. Estamos en julio de 1977. Torrijos sabía por boca de su amigo mandatario de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, que Jimmy Carter se inclinaba por un acuerdo sobre el Canal de Panamá. Pérez había visitado a Carter en Washington un mes antes.  Pero faltaban detalles. Menores y mayores. Y Torrijos no quería irse de aquella reunión sin el problema resuelto. Alfonso López Michelsen era el anfitrión. Sin embargo, de Torrijos y Pérez había surgido la iniciativa de impulsar el encuentro en el que además participaban José López Portillo, México; Daniel Oduber, Costa Rica; y Michael Manley, Jamaica. En el libro La odisea de Panamá,  Wiliam J. Jorden, quien fuera embajador de los Estados Unidos en Panamá y amigo de Torrijos recordó años después que Pérez no solo estaba convencido de la disposición de Carter por un arreglo sino de que el mismo fuera “justo”. Mientras los presidentes se encontraban en Bogotá, otra reunión se celebraba  en Washington. Participaban Gabriel Lewis Galindo, nuevo embajador de Panamá en los Estados Unidos, y los negociadores, Diógenes de la Rosa, Arnoldo Cano, por Panamá, y Ellsworth Bunker y Sol Linowitz por Estados Unidos.  Los negociadores mantenían  comunicación con el presidente Carter que pernoctaba en la casa de descanso en Plains y mantenían comunicación con los mandatarios en Bogotá. Testigo privilegiado, William J. Jorden también se encontraba en Washington con los negociadores. La reunión de Washington había sido una iniciativa forzada por Torrijos. Los negociadores llevaban medio año reuniéndose y Torrijos no quería darle más largas al proceso. “Lo que quiere, Bill, es que concretemos soluciones a los principales problemas y pueda él anunciar en Bogotá que el tratado está listo”, le dijo Gabriel Lewis a William Jorden. (En La odisea de Panamá). Los mandatarios se alojaron en el Hotel Hilton de Bogotá y se desplazaban en flamantes Mercedes Benz comprados para la ocasión.

El punto del canal a nivel era uno de los escollos más difíciles. Estados Unidos pretendía construir un nuevo canal sin pedirle permiso a Panamá, y tampoco quería entregarle ese derecho a Panamá, pues podría cederle el contrato a otra potencia extranjera. Torrijos llegó a Bogotá con una estrategia concertada con uno de sus hombres de confianza, el abogado y “principal negociador”, Rómulo Escobar Bethancourt. La estratagema consistía en dibujar un escenario pesimista, lleno de escollos, con el propósito de enardecer los ánimos de los demás presidentes. Así, según Jorden, Escobar enumeró una “lista de agravios”, como “la negativa estadounidense de pagarle a Panamá lo que se merecía; la insistencia norteamericana de mantener tropas y bases en el corazón del hemisferio; el derecho implícito de Estados Unidos de intervenir en Panamá; la exigencia de la opción de construir un canal a nivel en Panamá independiente del sentir del país”. La conclusión de Escobar no pudo ser más elocuente: “No, con ellos no llegaremos a un acuerdo”.

La sentencia cayó como un jarro de agua fría que los presidentes no se esperaban. Jorden señaló que “el primero en reaccionar fue el presidente Pérez”. Y es que Pérez, lo hemos dicho, creía que Carter se inclinaba por un buen acuerdo. Así se lo expresó a sus colegas de Colombia, México, Costa Rica, Jamaica y, por supuesto, a Torrijos. Jorden escribió que Pérez, “mirando a Torrijos”, señaló que “ustedes tienen que seguir negociando. Nosotros sencillamente tenemos que insistir en que Estados Unidos llegue a un acuerdo razonable con Panamá”. El mismo Torrijos se entendía bien con Carter. ¿Y quién no? Sin embargo, en la opinión del Departamento de Estado y de los negociadores pesaban mucho las inclinaciones izquierdistas de Torrijos y su amistad con Fidel Castro. Jorden, que para la preparación del libro consultó a los delegados asistentes en la Cumbre de Bogotá, destacó cómo Pérez escribía en una libreta sus propias ideas. ¿Dónde estarán esos apuntes?

Mientras parecía que los mandatarios con gestos y murmullos respaldaban el planteamiento de Pérez, Escobar insistía en el cuadro negativo. “La reacción fue exactamente la que buscaban Escobar y Torrijos: simpatía para la causa panameña, irritación con Estados Unidos y estímulo para seguir insistiendo hasta lograr un arreglo razonable”.

Jorden señaló que fue en ese momento que el “astuto” presidente de Venezuela se puso manos a la obra. “Estiró la mano para tomar una libreta y empezó a jugar con palabras. Solicitó sugerencias. López Portillo era el más abiertamente renuente a otorgar a Estados Unidos derechos unilaterales y el líder venezolano trató de encontrar una solución negociada”.

El propio autor de La odisea de Panamá había comentado líneas antes que “lo medular de la reunión de Bogotá y de las conversaciones esa noche en Washington y Bogotá fue el tema del canal a nivel del mar”. El punto había estado sobre la mesa de negociaciones en 1967. Sin embargo, unas recientes declaraciones del presidente de Carter en Yazoo City, Mississipy, y en New Orleans, lo había traído de vuelta. Así, con el tema posicionado en la opinión pública, en julio de 1977 el equipo negociador incluyó en el borrador del acuerdo “un artículo rígidamente redactado que daba a Estados Unidos la opción exclusiva de construir un canal a nivel del mar. Esa opción se convirtió en la manzana de la discordia durante la reunión” de presidentes en Bogotá.

Escobar también pensaba que para que la estrategia terminara de funcionar, el general Torrijos tenía que poner de su parte. El abogado negociador quería ver y oír a un Torrijos hablando con “firmeza”, incluso molesto, enfurecido, enojado. Gabriel García Márquez, amigo de Torrijos, lo había descrito recientemente en un artículo como un hombre cruzado de tigre y mula. Así que Escobar decidió provocar a la fiera. Antes le hizo el planteamiento al presidente de Colombia, y el anfitrión entendió y se prestó para la jugada. Entonces López Michelsen lanzó la frase que encendió a Torrijos: “Estados Unidos tiene reclamos justos de su lado; no seamos irrazonables”. De esa manera, Escobar destapó al Torrijos que buscaba. “Torrijos habló con pasión y persuasión”, y “sus palabras impactaron enormemente a los demás”.

—Vinimos aquí para anunciar la conclusión del tratado y tomarnos un descanso. Pero esto es un entierro, dijo Torrijos.

¿Es este clima el que puede explicar por qué en la rueda de prensa posterior Torrijos se mostraba hosco, triste, silencioso? Algo imposible en él. El embajador Jorden escribió que Torrijos “podía ser muchas cosas, pero aburrido jamás”.

Logrado el objetivo, Escobar y el ministro de Educación, otro de los expertos que había llevado Torrijos a Bogotá, trabajaban sobre las líneas escritas por “Carlos Andrés Pérez y los demás”, aseguró Jorden en su libro La odisea de Panamá.

Una cita con el colonialismo

Carlos Andrés Pérez siempre estuvo vinculado a Panamá. En 1948, los militares tumbaron a Rómulo Gallegos y, tras un breve paso por prisión, a Pérez lo expulsaron a Curazao. Siguió por Bogotá, donde percibió el ambiente de guerra civil debido al reciente asesinato de Gaitán. Después el gobierno de Bogotá lo intercambió por un guerrillero colombiano y lo entregó a la dictadura en Venezuela.  De nuevo preso para más tarde ser expulsado a Panamá, donde se encontró con “un ambiente muy colonial. El país estaba sometido a la dura presencia norteamericana en el canal”, le dijo a Alfredo Peña en 1979 para el libro Conversaciones con Carlos Andrés Pérez. En Panamá, Pérez se vinculó a la dirigencia democrática. Condujo un programa de radio, Venezuela Libre, con el que combatía la dictadura. En 1970, volvió a Panamá y un testigo lo oyó decir estas palabras: “Mientras la Zona del Canal exista bajo jurisdicción norteamericana, Panamá no habrá perfeccionado su independencia”. El testigo era Eduardo Morgan, abogado, exministro de Justicia en 1968 y exembajador de Panamá ante Japón y Estados Unidos. Morgan dejó escrita la frase en su blog personal. Morgan también relató cómo se construyó la relación entre Torrijos y Pérez, y en la que el propio Morgan tuvo participación. Con algunos cambios, el relato de Morgan fue corroborado por Pérez, en la entrevista que ofreció en 1996 al poeta Caupolicán Ovalles para el libro  Usted me debe esa cárcel, Conversaciones en La Ahumada.

La Ahumada era el nombre de la casa de Pérez en Caracas y el título se debe a que el presidente, ya fuera del poder por la conjura de 1993, estaba recluido en su residencia. Pérez le reveló a Caupolicán Ovalles que se enteró de un complot contra Torrijos por vía del diputado de Copei Rafael Clarencio González, pariente de alguien que antes había conspirado contra Torrijos y estaba asilado en Caracas. Lo que le pedía Rafael Clarencio González a Pérez era que le solicitara a su amigo presidente José Figueres que permitiera el paso de los complotados por la frontera de Costa Rica a Panamá. Antes de mover un dedo, Pérez llamó a Figueres y le solicitó su opinión sobre Torrijos, y aquel le expresó la mejor referencia. Pérez aún no tenía una idea clara de quién era Torrijos, y lo imaginaba “un dictador de ideas renovadas”. Entonces entró en el detalle de que tenía que informarle algo muy importante al presidente Figueres, y que requería de un correo, de un mensajero, para enviarle una carta en la que le explicaría el asunto. José Figueres procedió en consecuencia, envió el emisario, un viejo conocido de Pérez (señaló a un tal Jiménez y no a Morgan, aunque podemos apostar que se trata de una confusión temporal de Pérez), quien llevó la carta a Costa Rica y habló también con Torrijos. El mensajero portaba el siguiente mensaje de parte de Pérez:

—Dígale a Torrijos. Yo no lo conozco, pero el aval que me da Figueres me basta para saber que es un hombre recto. Adviértale que hay este plan.

La conspiración fue abortada, y en diciembre de 1974, con motivo de la celebración del Sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho en Lima, Torrijos y Pérez se conocieron, y Torrijos encontraría en Pérez el aliado incondicional e incansable en la causa por la soberanía del canal de Panamá. Pérez veía a Torrijos como, se lo dijo a Caupolicán Ovalles, “un hombre interesante, de una llaneza, de una crudeza y auténtico en sus juicios, de una sencillez impresionante pero que impactaba con su ingenio. Era un hombre irrepetible. De un temperamento y un instinto democrático, pero hecho en el cuartel. Era un hombre de pocas palabras, pero profundo”.

El plan de Carlos Andrés Pérez

Desde aquella observación de que Panamá no sería enteramente libre sino recuperaba la soberanía del Canal, Pérez tenía el tema entre ceja y ceja. Al asumir la Presidencia por primera vez, colocó entre sus “grandes iniciativas” sumarse “a la lucha por la soberanía del Canal de Panamá, para darle proyección latinoamericana”. Invitó, en 1974, a su primera investidura, a Carlos Iván Zúñiga Guardia, líder político que lo había protegido en aquel exilio cuando el ahora presidente andaba en 26 años. Un lustro atrás, Zúñiga había sufrido cárcel en la Panamá de Torrijos.  A pedido de Zúñiga, en el discurso de toma de posesión Pérez incluyó un párrafo sobre la reivindicación del canal, según escribió Carlos Pérez Zúñiga, hijo de aquel, en un artículo publicado en febrero de 2011 en el diario La Estrella con motivo de la muerte de Pérez, acaecida el 25 de diciembre de 2010.

Y fue precisamente Pérez quien le dijo a Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado de EE UU, que se metería de lleno en la cuestión del Canal y en el respaldo a Torrijos. En la cumbre de Lima, donde conoció a Torrijos y ambos fueron condecorados por el presidente Juan Velasco Alvarado, se propuso salvar uno de los escollos más sensibles, el cual tenía que ver con López Michelsen: que Colombia reconociera la soberanía absoluta de Panamá sobre el Canal, y que, a cambio, Colombia y Costa Rica, países limítrofes, gozaran de privilegios a perpetuidad por el uso de la vía. Pérez también le señaló al presidente López que era inconveniente la posición sostenida por Colombia desde el anterior gobierno de Misael Pastrana Borrero de que el acuerdo debía ser tripartito, y que la negociación involucrara a Colombia como actor, debido a que el tratado de la independencia de Panamá era tripartito; y lo era, en vista de que antes de ser independiente, Panamá era territorio colombiano. A Pérez no le sacaban de la cabeza que Estados Unidos estaba detrás de la maniobra de Colombia con el fin de evitar la firma de un nuevo tratado. Todas las veces que a Pérez se le preguntó sobre este tema siempre mantuvo esa posición, tanto en las Conversaciones con Alfredo Peña como en las Conversaciones con Caupolicán Ovalles y en las Memorias Proscritas con Ramón Hernández y Roberto Giusti.

A Ovalles le declaró que de la reunión en Lima viajó a Bogotá con una parada en Quito donde tenía que ver al presidente de Ecuador, Guillermo Rodríguez Lara, que no había asistido a la cumbre, y esa ausencia le preocupaba. Tampoco López había estado en Lima, pero envió al canciller y por boca del ministro, Indalecio Liévano Aguirre, Pérez confirmó sus temores sobre el gobierno de Colombia. Llegó a Bogotá pasada la medianoche y, para su sorpresa, fue recibido con el protocolo de rigor como si estuvieran a plena luz del día. Le contó a Ovalles y la versión fue ratificada para este artículo por quien fuera uno de sus acompañantes;  que Pérez le dijo a López que para qué pronunciar discursos “si nadie los va a escuchar ni nos va a ver a esta hora”, y López le respondió: Tenemos que decirlos pues ya yo envié el mío a El Tiempo.

De Pérez vino la solución. Que el acuerdo se firmara entre Panamá y los Estados Unidos y que luego Torrijos aceptara lo que Colombia ya poseía desde que Panamá dejó de ser parte de su territorio, el paso libre a perpetuidad por el Canal. Reunidos en un salón del aeropuerto, López insistía esa madrugada que no firmaría el tratado si no se atendía a su demanda.

—Caramba, presidente Pérez, ese planteamiento es para Colombia algo imposible.

Pérez le reconoció a Caupolicán Ovalles que la conversación no resultó nada fácil. Diego Arria, factor de peso en el gobierno de Pérez, que estaba allí, oyó cuando Pérez le dijo a López que “pensara en la historia, en la puerta grande de la historia”.

Según lo recogido por Ovalles, Pérez basaba su planteamiento en varios puntos. Uno, que Torrijos debía ser respaldado por toda América Latina. Dos, que el Canal debía ser un gesto solidario de la región y así “convertir el proceso en un gran triunfo de América Latina”. Tres, que esa victoria debía a su vez convertirse en “un ardoroso paso de integración”. Y cuatro, evitar que Torrijos, que estaba decidido a seguir adelante en su reclamo, “se lance en un acuerdo con Fidel Castro, en vista de que lo dejamos abandonado”.

Pérez observaba en Torrijos lo mismo que el embajador Jorden. “Cuando lo conocí en Lima, constaté que era un hombre  dispuesto a luchar por el canal, a cualquier precio”, le señaló a Ovalles, y hay que entender que ese precio podía llamarse Fidel Castro, o podía ser el quinto punto que Pérez no mencionó, y que no era otro que la vía violenta, la guerra de guerrillas, la destrucción del Canal, opción que Torrijos barajaba sin descartarla, y que es un punto referido por García Márquez en un reportaje y entrevista de RTVE de 1995, y sobre el que Graham Green ofreció detalles más precisos en Descubriendo al general. (Ademásel sabotaje del canal era un plan que Castro consideraba necesario en su línea de lucha contra los Estados Unidos).

Aunque para Colombia era un asunto insalvable, López Michelsen al final “simpatizó con la idea”, dijo Pérez en las Conversaciones con Alfredo Peña. Era “un hombre muy inteligente, progresista y audaz, no obstante el conflicto que podía crearse con cierto sentimiento colombiano”. Además, tenían entre manos el antecedente de haber trabajado juntos por el proceso de restablecer las relaciones con Cuba, iniciativa discutida y votada en la IX Cumbre de la OEA celebrada en Quito entre el 8 y el 12 de noviembre de 1974. “Con Carlos Andrés Pérez propicié la reunión de Quito  para modificar la situación del continente frente a Cuba”, declaró López Michelsen en el último número de Alternativa en marzo de 1980, entrevista que lleva el irónico y paradójico titular No les voy a dar otra entrevista. Después, el expresidente hizo esta reflexión en el libro-entrevista con Enrique Santos Calderón, Palabras Pendientes: “Lo que ante todo hizo mi gobierno fue contribuir como pocos en Latinoamérica a que se lograra la negociación del Canal de Panamá”.

—Algunos de mis malquerientes me acusaron de haber entregado los derechos de Colombia en las reuniones del Grupo de Contadora, que éramos Torrijos, Odúber —de Costa Rica—, Carlos Andrés Pérez y yo. Sin embargo, desde el punto de vista nuestro, el derecho verdaderamente importante era el de poder pasar los buques de guerra colombianos, sin peaje, por el canal, y eso se conservó”.

Pérez logró su propósito con el presidente López en esa reunión en el aeropuerto de Bogotá. Pero ahora le tocaba hablar con Torrijos. La primera oportunidad llegó de forma inmediata, una cumbre de países de Centroamérica al día siguiente de su retorno a Venezuela a la que asistía el general. De entrada, a Torrijos no le gustó la idea de cambiar una cosa por la otra. “Los colombianos tienen que saber que Panamá es Panamá”, le indicó Pérez a Ovalles, que le precisó Torrijos. Con cierta dosis de humor fino, Pérez calificaba la posición de López Michelsen de “oxfordiana” y la de Torrijos de “tropical”. Torrijos le pidió 15 días para pensarlo. Dos semanas que se hicieron largas. Cuando Pérez lo llamó y le insistió, Torrijos justificó su postura. La propuesta originaba mucha resistencia en los factores económicos y políticos de Panamá. En consecuencia, optó por enviarle a Venezuela una delegación de 40 personas que se oponían al planteamiento. Se reunieron en La Orchila, la isla escenario de tantas “conspiraciones”  nacionales e internacionales. Al término de varias horas de reunión, Pérez los convenció. Y superado este escollo, luego, por iniciativa suya, se produjo la reunión en la isla de Contadora con Torrijos, Odúber, López Michelsen y él mismo, en la que ratificaron el acuerdo. Fue, por cierto, Pérez quien redactó el comunicado, y redactó la carta que se le envió a cada mandatario de América Latina y quien redactó la carta que se le envió al presidente Gerald Ford de los Estados Unidos.

—Yo la redacté en una noche. Una carta muy dura con todos los aspectos de la reclamación de Panamá. (Conversaciones con Alfredo Peña).

En cuanto al documento a firmar, Pérez reveló a Ovalles que llegó a la reunión con cierta ventaja. “Pasé toda la noche trabajando y afortunadamente la paloma del Espíritu Santo me acompañó y me iluminó para escribir ese documento tan importante. Je, je, je. Yo ya llevaba material, lo confieso, elaborado junto con un gran panameño, Diógenes de La Rosa, esto me facilitó la redacción que sorprendió en la mañana a los presidentes y mereció total aprobación”.

Este Diógenes de la Rosa no era un personaje cualquiera. Había sido embajador de Panamá en Venezuela y había formado parte de la comisión negociadora del acuerdo después de los disturbios de 1964 en Ciudad de Panamá, honor que volvió a recibir en 1972 y en 1974, ya con Torrijos en el poder. William J. Jorden anotó que De la Rosa era “una autoridad en las relaciones entre Estados Unidos y Panamá… Septuagenario, inteligente, de modales suaves cuya memoria sobre conversaciones y problemas respecto a los tratados se remontaba mucho más atrás que la de cualquiera de sus compatriotas”. Así que, por lo visto, Pérez no estaba, ni de lejos, mal asesorado.

De Bogotá a Washington

En  Bogotá se avanzaba y en Washington también ocurría lo propio. Los negociadores eran “optimistas”, pues, según Jorden, que estaba ahí, en unos puntos había acuerdo, y otros estaban en vía de solución. Se cumplía así lo anticipado por Pérez, que “los demás puntos planteados en la mesa podían solucionarse razonablemente”. Pero el tema de la discordia “no había sido abordado en Washington”, quedó sin solución en la primera jornada y pasó para el día siguiente. “Después de las conversaciones sobre aspectos económicos y pagos, áreas habitacionales y otros asuntos, el tema volvió a primer plano”. Desde Bogotá se comunicaba que la propuesta de los Estados Unidos de reservarse la opción exclusiva de construir un canal a nivel del mar era “totalmente unilateral”. Bogotá ahora manejaba una contrapropuesta que comunicó a Washington. Sostenía que de darse el caso de la construcción de un canal a nivel del mar, las partes debían negociar “sobre la base de condiciones mutuamente acordadas”. El equipo de negociadores americanos reaccionó. “En otras palabras esto significa que no nos darán la opción exclusiva”. Era un asunto delicado, sobre todo si se pensaba que el Congreso debía ratificar el acuerdo.

Sin embargo, resultó que Carter, desde su casa en Plains, no descartó de entrada el texto de Bogotá, pero se preguntaba qué pasaría si Panamá decidiera negociar con otra potencia, con los soviéticos, por ejemplo, o con Cuba. (O con China, diría hoy). Así que solicitó que se le agregaran unas líneas en las cuales se contemplaba que la construcción del nuevo canal estaría sujeto a lo que se contemplara en “este o en otro convenio firmado entre las partes”. O sea, al decir de Jorden, mientras que la fórmula de Bogotá era la negociación entre las partes, en cambio en el agregado de Carter, Estados Unidos se reservaba el derecho a vetar la construcción de un canal “por parte de otras potencias”. Con esos términos, Carter calculaba superar la eventual dificultad que podría surgir en el Congreso. Por supuesto, la idea no tuvo acogida en Bogotá, y la inquietud, la incomodidad, la tensión, aumentaron de nivel entre los mandatarios. (Ya Manley se había marchado para atender otro compromiso en Jamaica).

“El fondo del asunto, para ellos —resumió Jorden—, era que Panamá no podía firmar un convenio con otro país para la construcción de un canal en su propio territorio, pero Estados Unidos sí tenía la libertad de hacerlo con otro país centroamericano si así lo deseaba”.

Jorden describió el ambiente que reinaba, y ese ambiente tuvo este instante crucial: “Torrijos miró a su alrededor, evaluó el estado de ánimo del grupo y dijo:

—Ustedes, amigos míos, redacten algo. Sea lo que sea, yo lo aceptaré y espero que Carter lo acepte también.

Entonces Carlos Andrés Pérez “tomó la iniciativa y redactó un nuevo texto conocido como el “párrafo B” que le fue dictado a Lewis” en Washington.

Habrá que ubicarse en el momento. Pérez tomó la iniciativa. Cogió su libreta, su lápiz y escribió. No había teléfonos celulares. No pudo haber llamado a De la Rosa a Washington para que le dictara lo que debía escribir. Esta vez, la redacción era cosa suya. Pérez era un hombre decidido y aplicó sus conocimientos de Derecho. El párrafo quedó así:

“Que durante la vigencia del Tratado del Canal, los Estados Unidos no negociarán con terceros Estados el derecho para la construcción de un canal interoceánico por ninguna otra ruta en el territorio del Hemisferio Occidental y que no emprenderán la construcción de un canal en el territorio americano”.

El texto voló por télex al Departamento de Estado y de allí a la Casa Blanca a donde ya había regresado Carter. El presidente consultó a Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional, a Hamilton Jordan y a otros de sus asesores más inmediatos. El artículo redactado por Pérez no fue aceptado. Pero al parecer tuvo el impacto suficiente para que en Estados Unidos saliera humo blanco. “El mansaje de Carter para Torrijos, transmitido por vía del embajador Gabriel Lewis, fue:

—Dígale al general Torrijos que acepto el texto que él redactó con sus colegas sin cambiar una sola coma. El agregado de Washington (párrafo de Estados Unidos) no va ni tampoco el Párrafo B (agregado de Bogotá).  (En La odisea de Panamá).

Jorden comentó que “Carter felicitó a Torrijos por la “valentía demostrada”, y expresó su gratitud al presidente colombiano López Michelsen, anfitrión en Bogotá, diciendo que se “alegraba de haber llegado a un acuerdo”. Los presidentes reunidos en Bogotá manifestaron su complacencia. Emitieron un comunicado conjunto en el cual expresaban que el fin del control estadounidense sobre la Zona del Canal significaba el fin de un vestigio colonial en el hemisferio occidental”. También incluyeron en el comunicado, “un significativo encomio al presidente Carter. Expresaron que “el espíritu que ha guiado al presidente Carter en las negociaciones… servirá para fortalecer la amistad y cooperación en el hemisferio occidental”.

Acaba de llegar una noticia

Medio año después, a las 7 y 30 de la noche del 18 de abril de 1978, a punto de salir del Palacio de Miraflores a una reunión con la Federación Campesina de Venezuela, Carlos Andrés Pérez recibió la noticia de que el Senado de los Estados Unidos había aprobado el acuerdo del Canal de Panamá. Estaba feliz, se habían despejado las dudas para Carter, Torrijos, el pueblo de Panamá, América Latina y él mismo. Había llamado a Torrijos. Habrá pensado en el largo camino que se recorrió hasta alcanzar la victoria final. Esa noche, ante la dirigencia campesina, hizo la primera valoración de lo ocurrido. Así la recogió el prestigioso periodista Pierre Salinger, exsecretario de Prensa del presidente John F. Kennedy, en el libro Viajes y conversaciones con Carlos Andrés Pérez:

—Este es un triunfo para América Latina que nos va a llenar de estímulo, que va a entusiasmar a nuestros pueblos para seguir la lucha por la integración latinoamericana, que es el único camino, el desiderato para nuestra auténtica liberación económica. También honra al gobierno de los Estados Unidos, honra al Congreso de los Estados Unidos esta decisión que borra de la historia una mácula que pesaba sobre aquella gran nación, ya que habiendo sido la primera que en América se liberó del colonialismo, mantenía en la realidad un estatus colonial dentro de una república latinoamericana como es Panamá.

Era un Carlos Andrés Pérez casi que eufórico. Había funcionado su estrategia de hacer del Canal de Panamá una causa de alcance y solidaridad continental, y de enfrentar el reclamo, unidos y no desunidos. En la cumbre de Lima de diciembre de 1974, lo había dejado bien claro:

“El pasado afirmativo es el camino de la historia de la grandeza latinoamericana. Atarnos a los errores del pasado y no enfocar con visión y mentalidad contemporánea las realidades del mundo de nuestro tiempo, y los objetivos de nuestras políticas para la liberación económica, es la causa eficiente de nuestros problemas y es el caballo de Troya que, sin esfuerzo, no ellos, los poderosos países de la tierra, sino nosotros, hemos instalado a su servicio para ser dependientes. Bolivia sin mar, Panamá sin canal, Argentina sin Malvinas, Guatemala sin Belice, no son culpa de quienes detentan lo ajeno sino de la ausencia de conciencia latinoamericana, del error o miopías de pueblos que no hemos sido capaces de asumir el liderato que supieron alcanzar en su hora nuestros libertadores”.

En el discurso de investidura habló del Canal de Panamá. En su primera rueda de prensa como presidente, el 13 de marzo de 1974, habló del canal de Panamá. En junio de 1974 en la III Conferencia sobre el Derecho del Mar convocada en Caraballeda, Venezuela, volvió sobre el punto. El discurso en Lima lo pronunció el 9 de diciembre de 1974. El 24 de marzo de 1975, al cabo de aquella reunión en Contadora, ratificó que el canal “no puede seguir siendo extraño y ajeno”. En visita del 24 de julio de 1975 a Santa Marta, Colombia, ciudad donde murió Simón Bolívar, abordó la solución que favorecería a Colombia y Costa Rica una vez que el Canal pasara a manos de Panamá. En agosto de 1975, en Bolivia, advirtió que la “ocupación del Canal es un hecho que ofende la dignidad de América”.

Firma con dictadores

Carter invitó a la ceremonia de la firma del acuerdo a celebrarse en Washington el 7 de septiembre de 1977 a todos los mandatarios de la región. Y todos asistieron, incluso los dictadores, menos Fidel Castro, aunque como señaló Graham Green en su libro Descubriendo al General, Torrijos lo hubiera deseado porque el general “era fiel con sus amigos aun cuando no compartiera del todo sus puntos de vista”. Y mientras sobrevolaban Cuba rumbo a Washington, Torrijos le envió un saludo a Castro.

Pero estaba el general Augusto Pinochet, enemigo jurado de García Márquez, Carlos Andrés Pérez, de Torrijos y de Graham Green, y también de Castro. Y estaba Somoza, y Pérez y García Márquez ya estaban montados en la operación a favor de los sandinistas. Graham Green escribió que García Márquez lo invitó a una protesta en la calle contra Pinochet, pero “muy a mi pesar rehusé. No confiaba en que el pueblo americano supiera distinguir entre un general latinoamericano y otro”. Sin embargo, valía recordar que un año antes la dictadura de Pinochet había asesinado en aquellas mismas calles al ministro de la Defensa de Allende Orlando Letelier. A la manifestación asistieron 20.000 personas, y en primera línea iban la viuda de Letelier y García Márquez.

Es notable la descripción que hizo Graham Green de la ceremonia y Pinochet en Descubriendo al general. De Pinochet señaló que era “el hombre que te apetece aborrecer”, y con todo, también apuntó que estaba seguro de que “Pinochet era consciente de que dominaba la escena. Era el único contra el que la gente protestaba por las calles de Washington agitando pancartas”. Observó que Pinochet “mostró su tacto al no saludar con la mano a su aliado Kissinger, que se encontraba abajo y éste ni siquiera miró en dirección a él”. Guardaban las apariencias.

Kissinger había logrado que la reunión de cancilleres de la OEA del año anterior se celebrara en Santiago de Chile. Kissinger perseguía blanquear a Pinochet en el tema de los derechos humanos. Pero el tiro le salió por la culata, ya que el canciller de Venezuela Ramón Escovar Salom, al aterrizar en Santiago, lo primero que hizo fue hablar de derechos humanos, y fue Ramón Escovar Salom el primero también en entrevistarse con Pinochet, a quien exhortó a dejar en libertad a algunos presos políticos. A Carlos Andrés Pérez lo criticaban dentro y fuera de Venezuela por no oponerse a que esta reunión de cancilleres se celebrara en Santiago de Chile, pero su propósito era otro, desenmascarar la dictadura, el terror de la dictadura, las torturas, las ejecuciones, las detenciones masivas. Lo hizo también con el dictador Jorge Rafael Videla. Lo invitó a Caracas donde le tendió una trampa. Y es que en la rueda de prensa, los periodistas le preguntaron sobre los desaparecidos, y esa fue la primera vez que la dictadura admitió el problema.

Graham Green anotó que la delegación de Panamá estaba al lado de la venezolana, y subrayó la deferencia, incluido el abrazo, con que Torrijos trataba a Pérez.

El año siguiente, en junio de 1978, Carter visitaba Panamá. Torrijos estaba en el momento más alto de la gloria y popularidad. Estaba feliz. Lo alcanzado no tenía antecedente histórico en Panamá ni en América Latina. Jimmy Carter, en sus memorias, Keeping Faith, citó de Pérez que el acuerdo era el más significativo avance en política exterior del hemisferio occidental en el siglo XX. En Panamá, a Torrijos otra vez lo acompañaban Pérez, López Michelsen, Manley, López Portillo y el presidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo, sustituto de Oduber. Multitudes se echaron a las calles y se concentraron en el estadio, en la plaza en la que se celebró el acto central, miles vitoreaban e izaban banderas durante el recorrido de los mandatarios. Más de 300.000 personas. A veces reinaba el caos. Pero Jorden escribió en La odisea de Panamá que Manuel Antonio Noriega, el jefe de seguridad, dijo que no había que preocuparse, cuando el servicio secreto de los Estados Unidos emitió una alerta por el peligro que podía correr el presidente. Carter habló en español y con eso se metió en el bolsillo a los panameños. Carter dijo, y citemos a Jorden:

—Durante sesenta y cinco años, Panamá y Estados Unidos han sido amigos. Ahora también seremos socios y le daremos al mundo un ejemplo de la manera como las naciones pueden resolver sus diferencias pacíficamente y para beneficio mutuo.

Ese día Jorden vio también a este Torrijos:

Jamás había visto a Torrijos tan satisfecho, tan eufórico. ¿Por qué no? Ese día, un hombre de modestos antecedentes, oriundo de la provincia de Veraguas, pasaba a ocupar un sitial en la historia con el que decenas de políticos y líderes habían soñado. Había logrado con éxito la empresa donde todos habían fracasado. Había restablecido la soberanía panameña a una faja de territorio que atravesaba el país y que durante setenta y cinco años había estado en manos extranjeras. Es más, lo había hecho por medios pacíficos, no mediante el uso de la fuerza que era su vocación oficial. Fue un logro que viviría por siempre en Panamá y en su pueblo.

La guerra que no ocurrió

Graham Green aseguró que Torrijos era un patriota, un idealista, sin una ideología definida aunque inclinado hacia la izquierda. Eso lo hacía un socialdemócrata. Pero su socialdemocracia no era tibia. Soñaba con una Centroamérica socialdemócrata no enfrentada a los Estados Unidos, pero sí independiente. Descartaba que fuera comunista, aunque admiraba a Tito (igual que Pérez, igual que Felipe González), y “tenía buenas relaciones con Fidel Castro. Este le abastecía de excelentes puros habanos, en cuyas vitolas iba impreso su nombre, y le recomendaba prudencia” en las negociaciones con los Estados Unidos, consejo que Torrijos “seguía con reticencia”.

Castro también mostró sentido de la oportunidad. No le quedaba otra opción. La causa por el canal lo ameritaba. Carlos Guerón, uno de los más calificados comentaristas de temas internacionales en la Venezuela de aquella época, opinó en la revista Resumen que “El evidente deseo de Fidel Castro de no entorpecer ni las negociaciones sobre Panamá ni su política de acercamiento a Washington con las tentaciones de una fácil condena al carácter ‘chucuto’ de las concesiones norteamericanas, también contribuyó a facilitar la difícil tarea del gobierno panameño”.

—Todo dirigente político que logra llegar al poder y permanecer en él un tiempo prudencial conoce la diferencia entre lo deseable y lo posible —escribió Guerón.

Pero por más moderación y paciencia con la que se vestía la mula del artículo de García Márquez, Torrijos también pensaba en la guerra, el tigre; pensaba en una guerra de guerrillas contra los Estados Unidos. Según Graham Green, ese año de 1977 podía ser el fin de la paciencia y el principio de la lucha armada. En algunos discursos decía que no le iba a dejar “un país ocupado” a las nuevas generaciones de Panamá y que si el proceso de negociación no funcionaba pues había que ir a la “lucha de liberación”.

Señaló Graham Green que lo tenía todo calculado. Que en la capital podían resistir 48 horas. Que sabotear y vaciar el canal era sencillo. Que harían falta al menos tres años para llenarlo otra vez y mientras ello ocurría, la guerrilla estaría resistiendo dos años en las montañas. “El tiempo suficiente para despertar la conciencia en la opinión pública en los Estados Unidos. Y no lo olvides, por vez primera desde la Guerra Civil estadounidense, los civiles se encontrarán en la línea de fuego. En la Zona (del Canal) hay 40.000 de ellos, aparte de los 10.000 soldados”.

Esta versión de Graham Green coincidía con la de García Márquez en el programa de RTVE ya citado, de modo que ambos escritores se la habrán oído a Torrijos, y quién sabe cuántas veces.

Pero eso no ocurrió. Se firmó el tratado. Torrijos no organizó ninguna guerrilla. Por el contrario, fundó un partido. Le dijo a Graham Green que había que volcarse al frente interno. El resultado, un partido nuevo para enfrentar a los viejos partidos, un partido socialdemócrata, el PDR, Partido Democrático Revolucionario, y para ello consultó a Felipe González, a Alfonso López Michelsen, a Francisco Peña Gómez, a Carlos Andrés Pérez, a Daniel Oduber.  El PDR nació en 1978.

En virtud de que la solución del principal problema de Panamá le evitó montarse en la aventura guerrillera, se volcó entonces a ayudar a los sandinistas y a intermediar en el conflicto de Centroamérica, y a ser un factor de convocatoria de presidentes, expresidentes y líderes políticos y escritores en la isla de Contadora. Ahí nació un grupo de discusión, con Pérez, López Michelsen, Felipe González, Simón Alberto Consalvi y García Márquez, entre otros. El grupo funcionó hasta semanas antes de que Torrijos muriera en el fatal siniestro de su avión el 31 de julio de 1981.

EL NACIONAL.

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