La consulta popular realizada entre el 7 y el 12 de diciembre, concebida como respuesta política a la farsa del 6 de diciembre,
fue un éxito, a pesar de todos los obstáculos que debió sortear.
El llamado hubo que organizarlo en la semiclandestinidad. Fue invisibilizado por el régimen, que prohibió difundir propaganda a través de los medios radioeléctricos; en los numerosos medios informativos que controla, el evento jamás se mencionó; las emisoras de radio y televisión privadas, por miedo a sanciones, eludieron referirse de forma taxativa a la convocatoria: jamás invitaron a sus promotores para que explicaran los detalles y alcances de esa forma de protesta. Para Nicolás Maduro y su gente el suceso jamás existió. Este comportamiento del oficialismo era esperable y explicable. Estamos en medio de un ambiente donde la libertad de información se encuentra coartada, por el dominio que la claque gobernante ejerce en la extensa red de medios públicos, y por el miedo y la autocensura que ella provoca en el sector privado.
Lo que resulta más difícil de entender son las barreras levantadas desde la misma oposición o, para ser más exactos, desde algunos núcleos que dicen estar en contra del madurismo. Aquí la división fue en dos toletes. La de los radicales y la de los cínicos. En el primer bando se ubicaron quienes consideraron que la cita popular era insuficiente y blandengue porque “ya sabemos qué opina la gente”, y, por lo tanto, “no es el momento de consultar, sino de actuar”. Esa ala jamás dice qué se puede hacer en las condiciones actuales del país: con partidos intervenidos, dirigentes políticos perseguidos, exiliados e inhabilitados, sin sindicatos ni gremios, con el movimiento estudiantil desmovilizado y el estamento militar penetrado hasta la médula por el G2 cubano, los rusos y los iraníes. Las voces más audaces de esa facción insisten en proponer la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), fórmula desechada hasta el cansancio por los gobiernos amigos de la democracia.
La otra ala es más aviesa. Se burló de la consulta con sorna. La descalificó como ‘vapores de la fantasía’, según habría dicho Andrés Eloy Blanco. Hizo guasa con los promotores de la iniciativa. Fue esa la fracción que propuso ir a las elecciones del 6D y solo logró atraer a 5% del electorado, aunque la presión del régimen se desbordó para que la gente fuera a votar, independientemente de por quién lo hiciera. Pero, las amenazas, el chantaje, las promesas y el gasto millonario en publicidad no fueron suficientes para imantar al electorado. El no madurismo burlón –de ese modo podría calificarse, pues cuesta llamarlos opositores- no se plantea una autocrítica de por qué su propuesta política –acudir a las urnas electorales– fue desatendida. La culpa, dicen, es de quienes fomentaron la abstención. ¿Y esto a cuenta de qué? Si su oferta hubiese sido tan buena, la gente la habría asumido sin prestarles atención a los abstencionistas. Algo atractivo no se rechaza aunque existan algunos desadaptados que se opongan. Estas obvias reflexiones no entran en los radares de los burlones.
Esas fueron algunas de las trabas que la consulta tuvo que vencer, además del escepticismo de una población que lleva más de dos décadas padeciendo la incompetencia, el autoritarismo y la corrupción del régimen procubano.
Una vez concluida la protesta pacífica, que logró convocar el doble de electores que el PSUV, sus detractores no se apaciguaron. Se parecen a Donald Trump. Inventaron que las cifras señaladas por el comité organizador no eran confiables puesto que no eran verificables. La agencia de noticias EFE fue todavía más lejos. Señaló que la consulta adolecía de una falla esencial: no había contado con la presencia de observadores internacionales. Pero, ¡en qué mundo vive esta gente! De cuál país con tradición democrática –todos en contra de Maduro- podían venir tales observadores, si para ingresar a Venezuela se requiere el permiso de las autoridades oficiales. ¿Iban a conceder esa autorización, si ni siquiera habían permitido difundir propaganda en torno al evento? En nombre del ‘periodismo objetivo’ se leyeron y oyeron unos disparates insólitos.
A algunos sectores les cuesta entender que dentro de las condiciones objetivas existentes –el cerco del régimen y la debilidad intrínseca de la oposición- la manifestación de resistencia y protesta que se dio el 12 de diciembre y los días previos, fue extraordinaria. Quedó claro el rechazó al adefesio del 6D; se evidenció que la gente desea una salida pacífica, democrática y electoral a la crisis; se hizo patente que el liderazgo más influyente dentro de la oposición es el aglutinado en torno a Juan Guaidó y a la actual Asamblea Nacional; y se le envió un mensaje a la comunidad internacional: los venezolanos no nos hemos rendido y esperamos contar con su apoyo.
La ciudadanía cumplió su parte. Los líderes nacionales e internacionales deben responder.
PD: Les deseo lo mejor durante 2021. Nos vemos el año que viene.
Una vez concluida la protesta pacífica, que logró convocar el doble de electores que el PSUV, sus detractores no se apaciguaron. Se parecen a Donald Trump. Inventaron que las cifras señaladas por el comité organizador no eran confiables puesto que no eran verificables. La agencia de noticias EFE fue todavía más lejos. Señaló que la consulta adolecía de una falla esencial: no había contado con la presencia de observadores internacionales.
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