
No me refiero a vencer políticamente al fascismo. Eso ya se logró y de forma rotunda. Recordemos. Avezados analistas, invocando “realismo” en la política, venían criticando a la mayoría opositora por sus posturas intransigentes, invitándola a enterrar “el hacha de guerra” y a entablar conversaciones con Maduro para superar el impasse que llevaba al país a honduras aún más terribles. Y ello se cumplió. Relegando la ausencia manifiesta de escrúpulos del régimen en anteriores conversaciones, mientras atropellaba las garantías fundamentales del Estado de derecho, las fuerzas democráticas accedieron a negociar con Maduro en Barbados. Con la mediación de Noruega, se reafirmó el mandato constitucional de realizar elecciones —que fuesen confiables— en 2024.
Recapitulemos. El régimen adelantó la fecha de los comicios para reducir la campaña y prohibió la candidatura de quien había sido elegida, con 92% de los votos, candidata en las primarias opositoras, María Corina Machado. No incorporó a los nuevos votantes al registro electoral ni permitió a los 4 millones de votantes migrados inscribirse. Aplicó un blackout informativo sobre las actividades del candidato opositor, Edmundo González Urrutia, impidió que él y MCM viajaran por avión a poblaciones del interior, les bloquearon, también, vías y caminos, e intimidaron y agredieron a sus simpatizantes. Se pusieron los recursos del Estado —es decir, los de todos nosotros— a promover groseramente la candidatura de Nicolás Maduro. Pero los venezolanos demócratas no se amilanaron ante estos desmanes. No cayeron en la provocación de abstenerse en protesta, como quería Maduro, sino continuaron entusiastas en tan desigual contienda y se organizaron —bajo el liderazgo de María Corina— para propinarle al fascismo una derrota contundente e inobjetable, con las actas en la mano, el 28 de julio de 2024. Cuidemos y mantengamos viva en la población el espíritu de cambio de ese triunfo.
La crónica registra que Elvis Amoroso, el delincuente puesto por Maduro al frente de lo que se suponía era un Consejo Nacional Electoral, no solo desconoció los resultados, si no que se inventó otros esa misma noche, con cifras que ni siquiera cuadraban. Declaró ganador a Maduro sin presentar respaldo alguno en actas. A plena luz del día, en las narices de los militares que custodiaban los comicios, de los observadores extranjeros y de la inmensa mayoría de los venezolanos que votaron para sacarlo del poder, Maduro se robó las elecciones. Hasta el día de hoy, año y medio después, no se ha evidenciado esfuerzo alguno por sustentar su supuesto triunfo. De hecho, la página web del ente electoral (¿?) simplemente dejó de funcionar. En comicios posteriores para elegir gobernadores, diputados, concejales y alcaldes, tampoco se publicaron resultados, dejando un enorme vacío de legitimidad para quienes, supuestamente, habían sido “electos”. “Amorosamente”, fue desmontado lo que quedaba de la institucionalidad electoral, enterrando la soberanía popular.
La represión desmedida y cruel de miles de compatriotas luego del descomunal fraude, inventándoles los cargos más absurdos, pone de manifiesto el cierre, de hecho, del escenario propiamente político para dirimir toda contienda política. Vencidos en este ámbito, Maduro y su claque fascista concluyeron que había que clausurar, simplemente, el ejercicio de la política. Fue reemplazada, definitivamente, por la guerra abierta contra los venezolanos. Ahí no perderían mientras controlasen las armas. Y para eso, estaban Padrino y demás traidores, patentes de corso mediante para el expolio de la nación.
En tales circunstancias, insistir en ser “realista” para ir a negociar otra vez con Maduro es, cuando menos, estar desubicado. Y, la sugerencia —¿cínica, cándida?— del presidente de Colombia, Gustavo Petro, de proponer nuevas elecciones como solución, lleva a preguntar ¿con qué ente electoral? ¿Bajo qué reglas? ¿Respetando los resultados de las actas? ¿Con observadores confiables? Y las garantías, ¿con la palabra de quién? Estamos ante la conocida paradoja de la tolerancia descrita por Karl Popper: la democracia, régimen tolerante por antonomasia, no debe tolerar a quienes son intolerantes con sus garantías. No basta con derrotar políticamente al fascismo; debe erradicarse como tal del cuerpo político. La historia, lamentablemente, no ofrece alternativas alentadoras. El fascismo clásico y el nazismo sólo pudieron ser vencidos militarmente. Pero, en el caso de Italia, el Gran Consejo Fascista había destituido a Mussolini a mediados de 1943 para evitar mayores estragos bélicos y capitular ante las tropas aliadas, que penetraban por el sur. Como se sabe, los nazis lo rescataron para ponerlo al frente de un régimen títere, la República de Saló, para que continuara en guerra contra los aliados. Hoy, el nazismo está prohibido en Alemania y el fascismo en Italia.
La historia no se repite… pero dicen que rima. En Venezuela, el Gran Consejo Fascista lo venía ocupando el PC cubano, buscando manejar, a través de Nicolás Maduro, a la claque que se cogió el país. Pero es una claque díscola —Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, los hermanos Rodríguez—, indispuesta a entrar en razones. Cada uno busca salvar lo suyo. Tienen mucho que perder. Y, con la flota gringa presente, el escenario es otro. ¿Excluye toda posibilidad de negociar? Depende.
Esta distinción tiene dos aspectos: 1) lo único que tiene sentido negociar con el fascismo es su salida: condiciones, transición, justicia transicional, etc. Aquellos que respeten las reglas de juego acordadas, renunciando a las prácticas fascistas, podrán mantenerse como fuerza política; y 2) para ello, es menester negociar desde una posición de fuerza. Pero esto último no depende sólo de los buques de Trump. Porque la principal fuerza de la oposición democrática es su contundente e inobjetable victoria del 28J. Si el fascismo quiere cerrarle la puerta a la política, nuestro deber es forzar su apertura como sea para machacar este triunfo, reforzar la confianza en nuestras fuerzas, sembrar dudas entre los chavistas menos sectarios y alimentar las expectativas de cambio, tanto dentro como fuera del país. Es nuestra baza para presionar a lo interno por los cambios deseados y atraer apoyos externos. Por supuesto que la amenaza de una poderosa flota naval gringa ayuda. Pero también un mayor protagonismo a favor de recuperar nuestra democracia de los demás países de la región, como de la Unión Europea. De no desplazarse el fascismo del poder, difícilmente habrá paz y estabilidad.
La inescapable realidad política es que las cosas se están poniendo feas y rápidamente. No sólo por un posible conflicto con la armada estadounidense que está al frente de nuestras costas. Hay que evitarlo. El auténtico patriotismo está en anular, internamente, los factores de fricción que lo motivan: la capacidad del narco régimen de Maduro y de las organizaciones terroristas, nacionales y foráneas, que lo apoyan --TDA, ELN, Hezbolá— de crear zozobra. América Latina debe contribuir con este propósito. Y los chavistas menos dañados tienen que entender que la defensa de la nación implica impedir que se acentúe su deterioro. Porque lo que se vislumbra en el plano económico no podía ser peor: a las puertas de la hiperinflación, con un Estado sin disposición ni capacidad para atender las necesidades de los venezolanos, sin acceso al financiamiento externo y con una industria petrolera y un aparato productivo que languidece. Pero Maduro inventa cifras de una supuesta reactivación, ¡como las de su “triunfo” electoral! El FMI y analistas serios auguran nulo crecimiento o contracción.
Chávez compaginaba con un fascismo clásico, salvo por su narrativa: culto a su persona; invocación de un pasado épico mitificado; retórica de odio para movilizar al “pueblo” contra los enemigos que él señalaba; violencia y militarismo; discriminación y violación de derechos humanos. Maduro encabeza, hoy, a un fascismo bastante degenerado y descompuesto. Sus discursos de odio y denuncias de “conspiraciones” no convencen a nadie. Pero sirve de aliciente a sectas resentidas que creen estarse vengando del resto de los venezolanos. Reina la anomia, el desorden, ámbito de sinvergüenzas aprovechados. Es el principal desafío que enfrentará la recuperación del país. Y para superarlo, no sirven (ni convienen) las tropas gringas. Sólo con un régimen democrático capaz de asegurar la convivencia pacífica, incluyendo al chavismo sano, apoyado en un sólido programa de recuperación que les abra oportunidades a todos, saldremos airosos. Está en nosotros lograrlo.
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