Donald Trump llega de nuevo a la Casa Blanca, el edificio que fue construido por la gente que más odia: negros esclavos. Para describir brevemente al personaje, voy a valerme de una larga cita, tomada, de Antonio Muñoz Molina (El País 01-11-2024), quien, después de considerar que es difícil comprender la atracción que Trump ejerce sobre millones de personas, agrega que: “(Trump es) un oligarca que viaja en un avión privado con grifos y retretes chapados en oro es visto como un héroe de la clase trabajadora por hombres y mujeres sometidos a la pobreza y despojados de cualquier forma de protección social; un depredador sexual que compra el silencio de actrices pornográficas y exesposas sucesivas, inspira un fervor religioso cercano a la idolatría en cristianos evangélicos obsesionados por el pecado y el infierno; un machista grosero que celebra en público el tamaño de los genitales de un as del deporte y ha sido condenado por un delito de abusos sexuales que provoca gritos entusiastas de mujeres cuando aparece como una estrella del rock en una tribuna; un racista confeso que califica de asesinos y violadores a los ilegales que atrae a un porcentaje sustantivo de esos votantes de origen asiático o latinoamericano que llevan menos de una generación en el país pero ya recelan de los recién llegados, por esa inclinación que tienen a veces los explotados a rendir pleitesía a sus explotadores con la esperanza de dejar atrás a quienes están peor que ellos”.
Parece suficiente para que la gente pensara dos veces votar por él y, si agregamos los delitos financieros, probados, y la autoría intelectual de un auto golpe de Estado frustrado, sería más que suficiente para que un ciudadano informado, hasta la náusea, de semejantes barbaridades, no solo lo pensaría, sino que actuaría en consecuencia y no votaría por semejante personaje. Pero no. Todo eso, y mucho más, no fue suficiente.
Así que, a pesar de todo lo comentado, el ciudadano del “país más poderoso del mundo acaba de votar al personaje más caprichoso, falso, imprevisible y amoral que jamás haya aparecido en el escenario político de un país de democracia avanzada”.
Pero, seamos, sinceros, tal cuestión suele ocurrir con este tipo de político de narrativa populista y autoritaria que, mediante una aceitada maquinaria de mentiras, se hace cargo del resentimiento de la gente y de las demandas de orden que el ciudadano hace frente a lo que percibe como desorden, así mismo, se erige en el líder que expresa, mediante la demagogia, los sentimientos y el sentido de la gente.
Pasó en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini y sin ir muy lejos nos pasó a los venezolanos. La llegada de Chávez que nos cayó como un rayo en cielo sereno es, en buena parte, responsabilidad del comportamiento de venezolanos, que se orientaron políticamente de manera positiva hacia una narrativa autoritaria.
Hoy ha pasado en Estados Unidos, en el que ha ganado “el desprecio hacia las minorías, el supremacismo blanco, la apología del dinero y el vituperio de la solidaridad…” pero, definitivamente, ha perdido la democracia.
El encanto seductor de este tipo de liderazgo, es realmente difícil de comprender. El caso, es que su narrativa logra hacerse carne, nervios y hueso de millones personas. Por ejemplo, encuentro inexplicable que, venezolanos residenciados en Estados Unidos (hablo de venezolanos, porque son los que me duelen) se asumen febrilmente trumpista, es decir, se declaran seguidores de quien encarna el mismo espíritu, narrativa y práctica política de quien los hizo huir de Venezuela.
Les grafico este asunto con el caso del mensaje de un excelente actor venezolano, residenciado en Estados Unidos. Actor que, por lo demás, es muy querido no solo por los personajes que ha personificado, en cine, teatro y TV, sino también porque es uno de los más fieros opositores al régimen. Pues bien, Este actor sube a Instagram un reels.
Allí, lo vemos con su cabello engominado y mirando fijamente su cámara, dice: “Ya voté por MI PARTIDO, el Partido Republicano. Yo voté por mi PRESIDENTE Donald Trump”. Es decir, que ha votado por Donald Trump, haciéndose militante de una narrativa que es tan autoritaria y antidemocrática como la narrativa que ejerce el dominio en Venezuela y a la que él se opone.
Ahora mismo, un amigo en Venezuela, me ha informado que el actor es de la ciudad de Barquisimeto, “estado de Oklahoma”.
De ¿por qué asume tan ortodoxamente la narrativa trumpista? no tengo la menor idea. En lo personal, no creo que este actor venezolano sea racista (es bastante moreno), nunca le he escuchado un comentario misógino, ni homofóbico, ni antiinmigrante, puesto que él mismo lo es. No creo que admire a Putin, ni a Xi Jinping, tampoco a Netanyahu. Estoy seguro de que nunca ha oído hablar de Geert Wilders. el líder de la ultra derecha de los Países Bajos y presumo que en su vida habrá escuchado el nombre de Björn Höcke, de la ultraderecha alemana.
¿Entonces porque asume una posición que lo aleja de los principios que dice defender en Venezuela y que lo oponen de manera abierta y valiente al régimen dictatorial de Maduro? De verdad, no lo sé, como tampoco, de tantos otros venezolanos que piden a gritos el cierre de la frontera y que, piden la deportación de aquellos que han entrado ilegalmente, en una generalización que da espeluzno, pues, dizque “no son buena gente”.
Será, me pregunto para mis adentros, que esos venezolanos que se alegran lo hacen pensando, que, ahora sí, con Trump, Maduro tiembla, Maduro está asustado, porque ya se escuchan los helicópteros con un montón de Marines desembarcando en los jardines de Miraflores.
Será que volveremos a escuchar que “todas las opciones están sobre la mesa” que se convirtió en el latiguillo venezolano, durante cuatro años. Pero, el mundo ha cambiado (2016 no es 2024) y ya el mismo Trump, al final de su primer mandato, nos avisó de sus querencias por mandatarios “duros” y se prodigó en mensajes de cariño a Putin y, hasta, confesó que su nuevo amor era, nada menos y nada más, que Kim Jong un.
El Caso es que estas elecciones norteamericanas han enviado el mensaje de que (la) forma de gobierno democrático no está entre las prioridades del pueblo. (Fernando Vallespín, El País 06-11-2024), y su resultado, puede devenir situaciones peligrosas e impredecibles al colocarnos a la puerta de un proyecto que día a día se galvaniza más, a lo largo y ancho del mundo, llenándose de matones con el beneplácito de los ciudadanos.
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