El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, impulsó su reforma eléctrica, y ya fue aprobada por la obediencia de Morena en ambas Cámaras. Como no parece tener bases constitucionales ni respetar al T-MEC, sabe el tabasqueño que habrá una cascada de amparos, acciones de inconstitucionalidad, controversias constitucionales, o cualesquiera otros controles.
Pero no parece estar preocupado. De hecho, dijo estar seguro que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) va a estar de su lado ante los problemas jurídicos. La división de poderes se diluye bajo el halo del autoritarismo.
AMLO argumentó que la reforma eléctrica es importante porque con ella se busca la soberanía nacional en el sector energía. Pero cabe revisar su concepto de soberanía.
Entiende “soberanía” como la capacidad de no depender del extranjero. Esto es, como una autarquía, la capacidad de bastarse un país a sí mismo en uno o más rubros.
La Real Academia Española define la autarquía como: “Política de un Estado que intenta bastarse con sus propios recursos”. O sea, de fondo, evitar las importaciones.
Este mismo instituto define soberanía así: “Poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. Una vez más, uno que no depende de otro Estado.
Plantear este tipo de soberanía en los tiempos de la globalidad (que no del globalismo), es ridículo y un despropósito.
Muchas veces, para generar un mismo producto, la cadena de producción implica eslabones de varios países. Una parte del producto se hace en China, otras en México y otras en Estados Unidos, por ejemplo.
Con tal definición de “soberanía”, el país que aplicara tal delirio conceptual y político, difícilmente podría contar con lo necesario para satisfacer las necesidades de su pueblo. Justo lo contrario a lo que pretende una “soberanía”.
Pero vamos a suponer que sólo se buscan algunos tipos de “soberanía”, como dos de las más básicas y estratégicas, la alimentaria y la energética.
En el caso de la soberanía alimentaria, estamos hablando de que un país sea capaz de producir todo aquello que los ciudadanos necesitan para comer, sin recurrir a importar nada del extranjero.
México basa su dieta principalmente en el maíz. Bueno, pues ni eso es capaz de producir como país. Importa cientos de toneladas a Estados Unidos. Sí, el maíz, tan mexicano, viene en mucho del vecino norteño. No nos engañemos: sin estas importaciones, ni tortillas habría.
El año pasado incluso México rompió récord de importación de este cereal, con 18 millones de toneladas, según datos del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA).
El frijol, también tan mexicano, tampoco es muy producido en México. A nivel mundial, en 2017, fueron cultivadas 36,5 millones de hectáreas de esta legumbre.
El 60,6 % fue cosechado en seis países: India produjo un 20,3 %; Myanmar un 17,4 %; Brasil el 9,7 %; Estados Unidos 5,2 %; China 4,2 % y México sólo un 3,8 %, datos de la FAO.
Y si México no es capaz de generar los dos productos más clásicos de su alimentación, ¿entonces de qué soberanía estamos hablando?
La alimentación en México depende de sus importaciones, totalmente. No hay soberanía alguna. Ni la habrá, porque no hay manera de que el campo mexicano compita con los subsidios que otros países brindan a sus campesinos. El campo en México anda por los suelos, está desarticulado, y esto hace que aún dependamos más de las importaciones.
No es consuelo, pero en todos los países la cosa está igual. Estados Unidos importa buena parte de sus alimentos de otras naciones.
Japón, prácticamente no produce nada de su alimentación, ni de su energía. Pero en tecnología, a todos los sienta. Eso es su poder. Eso, se diría, es su “soberanía”, y su máximo capital, su capital nacional. ¿Cuál es el de México? ¿Su mano de obra? Ese enfoque sería consecuentar un país de obreros, no una nación líder.
Y si en alimentos México depende totalmente del exterior, en energía por mucho también. México está importando cerca de 70 % de gasolinas, del cual un 90 % tiene su origen en Estados Unidos. Así que no hay “soberanía” alimentaria, ni energética.
Sin embargo, AMLO persigue aún hoy en día de construir la soberanía energética en México. ¿De qué habla? México tendría que producir absolutamente todos los combustibles y fuentes de energía que consume, para no tener que importar nada.
Hay seis refinerías en México. Ubicadas en Salamanca, Minatitlán, Madero Cadereyta, Salina Cruz y Tula. El problema es que todas están en reparación. No trabajan al 100 %.
Y se construye la de Dos Bocas, en Tabasco, con un costo de 166.760.000 de pesos, y que serviría, en teoría, para evitar que se siga importando hasta el 74 % del consumo nacional de gasolinas.
Pero sucede que hoy en día, tampoco Pemex produce la cantidad de petróleo necesaria, para alimentar todas esas refinerías, y así, en teoría, no tener que importar una gota del extranjero, consiguiendo la “soberanía” en combustibles.
El fondo del tema es que, una vez más, de forma paradójica, Pemex no tiene fondos para explorar nuevos yacimientos de petróleo, y se necesitaría obligadamente, la mano de la iniciativa privada, extranjera, para hacerlo.
Las empresas mexicanas no cuentan con la tecnología para tales perforaciones y extracciones, por lo que Pemex tendría que hacer convenios con firmas foráneas.
Pero eso es justamente lo que va en contra de la soberanía: un círculo vicioso del que México no puede salir, a menos que invierta en educación, ciencia y tecnología, con lo que sí estaría mucho más cerca de una menor dependencia energética.
Desde su izquierdismo trasnochado setentero, el Gobierno mexicano no ve con buenos ojos la presencia de firmas que nos venden gasolina. Piensa que no deberían estar aquí, porque México es un país con petróleo y podría refinarlo y vender toda la gasolina que consumamos, para ser “soberanos”.
Sin embargo, alcanzar tal objetivo llevaría décadas, no un sexenio, y además es apostarle a las energías fósiles, contaminantes y caras, en un mundo que en su mayoría le apuesta a las energías limpias y baratas.
El verdadero tema de fondo es que el Gobierno de AMLO interpreta el concepto de “soberanía energética” como control del Estado, de la producción, refinamiento, distribución y venta de combustibles fósiles, léase, de gasolinas.
Bastaría que empresas mexicanas participaran en la exploración de petróleo, y en la refinación del mismo, subcontratando la tecnología con quienes fuera posible, en un esquema flexible.
Pero no: para AMLO, o es el Estado el que controla todo, o no es nadie. Aborrece la libertad económica, le molesta la iniciativa privada.
Eso no es buscar la “soberanía”, la autarquía energética, sino el control estatista, socialista, de un sector. Es la verdad de las cosas.
Pero eso no es todo. Si el objetivo fuera en realidad buscar la autosuficiencia energética, no habría mejor opción que construir en torno a las energías limpias. ¿Por qué? Porque no se agotan, porque no causan contaminación, porque no hay extranjeros que nos “roben” el sol, el agua, el viento de México.
Como tendencia mundial, ya no se están produciendo autos a gasolina casi en ningún lado. Ya la mayoría serán a electricidad. ¿Qué caso tiene invertir en refinerías destartaladas y en una nueva, la de Dos Bocas? Esto es tirar el dinero de los mexicanos en un sueño guajiro rojo setentero, que no entiende el presente, y que además elevará el costo de las gasolinas para el consumidor.
La soberanía energética podría ser posible en un porcentaje aceptable, si apuntamos en México a las energías limpias desde ahora, sumándonos a la tendencia mundial de respeto al medio ambiente, y además, cuidando los acuerdos internacionales signados —como el T-MEC— y lo que contemplan en materia de combate al calentamiento global.
La soberanía energética no está mal, pero el Gobierno mexicano lo que realmente quiere es el monopolio del sector, no la libre participación de las empresas mexicanas en ese proyecto. La “cuarta transformación” es el socialismo que estatiza y controla, y lleva a México a un pasado más caro y contaminante.
La soberanía energética no está mal, pero el Gobierno mexicano lo que realmente quiere es el monopolio del sector, no la libre participación de las empresas mexicanas en ese proyecto. La “cuarta transformación” es el socialismo que estatiza y controla, y lleva a México a un pasado más caro y contaminante.
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