Durante todo el siglo pasado hubo varios intentos para implementar un modelo de organización política, económica y social que fuese agradable, igualitario, espiritual y armonioso que, evidentemente, nos llevaría a vivir a todos en tranquilidad, bienestar, paz y dignidad, dado que íbamos a desplegar todas nuestras habilidades sin restricciones. Además, seríamos gratificados “de cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades”.
Sin embargo, esa promesa le costó a la humanidad hechos crueles, tales como hambrunas, huidas masivas, campos de trabajos forzados (gulag), represiones sangrientas, torturas, fusilamientos a mansalva, entre otras atrocidades inimaginables con decenas (otros dicen centenas) de millones de pérdidas humanas. Y todo por tener la pretensión de construir una sociedad sin clases y llevarnos a una “fase superior” con la formación del “hombre nuevo”.
Para fortuna de la humanidad, el grupo de países que conformaban ese modelo de sociedad hicieron un mea culpa, reconocieron el fracaso, decidieron rectificar y terminaron el experimento a la vista del mundo entero. De este modo, la URSS se disolvió (o autodisolvió), al igual que la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y Yugoslavia.
Esos países (o la alianza de países) tuvieron todo para demostrar —a quien le interesara— que su modelo ofrecía más bienestar y era más exitoso que los otros existentes. Pues, gozaban de independencia, partido único, poder militar colosal, control de todos los medios de la sociedad, planificación central de todo lo que se moviera, abundantes recursos naturales, científicos, intelectuales y muchos artistas a su disposición para llevar a cabo sus objetivos con punto y coma y sin ninguna obstrucción.
No obstante, su ideario se redujo a la obsesión de controlar y dirigirlo todo, lo cual terminó estrellándose con la naturaleza humana que requiere de más estímulos y retribuciones de las que un burócrata puede asignar con su discrecionalidad y arbitrio. Además, se percataron de que las personas buscamos, simple y llanamente, poder hacer efectivas las libertades de pensamiento, expresión, conciencia, propiedad, unión, culto, económica, circulación, religiosa, sexual y demás libertades individuales, así como también las libertades colectivas que dicen relación con la asociación, sindical, partidaria o gremial, manifestación o reunión pacífica.
En fin, las libertades no existen en estos sistemas, y aquel que le importe resguardar y conservar sus libertades, debería mirar con mucho recelo y prevención a quienes intenten implementarlo en sus países. Porque, francamente, estaría entregando “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, en palabras de Cervantes.
Aparentemente, el siglo que vivimos no les ha servido a sus pocos militantes (pero ruidosos y destructivos) para hacer modificaciones a sus bases teóricas que le permitan evolucionar y modernizarse, sino que, al contrario, siguen con sus aberrantes ideas autoritarias llenas de eslóganes poéticos sin asidero en esa realidad compleja que significa la construcción y dirección de sociedades modernas, civilizadas y en sana convivencia con la Constitución y las leyes.
Definitivamente, es un reto mayúsculo mantener un sistema que gestione a los distintos sectores o facciones en un ambiente conciliador, colaborativo y productivo. Pero esto tiende a lograrse -medianamente- por medio de los esfuerzos sumatorios de muchos individuos, corporaciones, instituciones, partidos, gremios, medios de comunicación, organizaciones sin fines de lucros, iglesias, etc., y NO mediante la voluntad —o sabiduría si usted quiere— de una persona o un gran poder central que actúa como un director de orquesta que asigna, decide y sentencia lo que es mejor para todos nosotros.
Antes de que lo olvide, ese fracaso comprobable y verificable se llama comunismo, por cierto. Bien sea a través de ese que representa su papá Marx, su hijo Lenin, su primo Stalin, su sobrino Mao, su cuñado Castro o sus tantos ahijados que vemos por este continente. Pero si este breve texto no le permite constatar estos hechos basados en la evidencia, pues seguiremos trabajando en ello para beneficio y provecho de la libertad en todas sus presentaciones.
Antes de que lo olvide, ese fracaso comprobable y verificable se llama comunismo, por cierto. Bien sea a través de ese que representa su papá Marx, su hijo Lenin, su primo Stalin, su sobrino Mao, su cuñado Castro o sus tantos ahijados que vemos por este continente. Pero si este breve texto no le permite constatar estos hechos basados en la evidencia, pues seguiremos trabajando en ello para beneficio y provecho de la libertad en todas sus presentaciones.
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