Twitter: @gvillasmil99
A la Venezuela peregrina, donde quiera que esté.
Fue entre los muros de La Rotunda –el “helicoide” del gomecismo, que bien le valiera a aquel régimen el ser llamado “la vergüenza de América”– donde hace cien años Leoncio Martínez, el recordado Leo, derramara los versos de su Balada del preso insomne que hoy evoco con el pensamiento puesto en los casi seis millones de compatriotas de la diáspora que este año celebrarán otra Navidad lejos de casa.
Estoy pensando en exiliarme,
Me casaré con una miss
De crenchas color de mecate
Y ojos de acuático zafir;
Una descendiente romántica
De la muy dulce Annabel Lee…
Son muchos los que ya se han hecho de un sitio en sus países de acogida, algunos cómodamente; otros —sospecho que los más— en medio de grandes privaciones y malos tratos. Habrá quien pudo fundar una familia con alguna “annabel lee” local, echando a andar el proyecto de vida que en Venezuela no fue posible, como habrá también quien ciñéndose la gorra de la Vinotinto y echándose el morral al hombro, bajó una madrugada las escaleras del barrio dejando a la mujer preñada o al niño de brazos arriba —¡qué diría Alí Primera!— para ir a tomar un bus en La Bandera que lo dejará en San Antonio del Táchira con la esperanza de llegar caminando a Bogotá, a Lima o a Santiago.
Y cuando ya, siempre extranjero,
Descanse más libre por fin,
Y tenga lo que a mí me niegan:
La libertad del buen dormir,
En un cementerio evangélico,
Cubierto por el cielo gris…
Ya no me sorprenden las malas nuevas anunciando que algún compatriota rindió la vida allá lejos, en tierra extraña, yaciendo ahora en una tumba sobre la que nadie pondrá flores cada primero de noviembre ni caerán las lágrimas sentidas de sus deudos. Venezolanos que marcharon buscándose la vida y encontraron la muerte, con frecuencia cruel y multimodal: vidas de los nuestros sacrificadas en algún páramo remoto, en el mar a bordo de un precario barquichuelo —acaba de ocurrir—, en las calles de alguna ciudad extraña o, como entrañables colegas míos, en la misma sala de hospital en la que contrajeron la terrible enfermedad contra la que hoy luchamos y a la que le plantaron cara movidos por ese sentido del deber médico con el que se nos marca a fuego en nuestras facultades de medicina.
…Mis nietos releyendo las fechas
De mi muerte y cuando nací,
Repetirán lo que a sus padres
Cien veces oyeron decir:
-¡Y le darán cierta importancia!-
“el abuelo no era de aquí,
El abuelo era un exiliado,
El abuelo era un infeliz,
El abuelo no tuvo patria,
No tuvo patria…”¡Y ellos sí!
Seis millones de vidas se reunirán alrededor de una lejana mesa para repetir, del mejor modo que puedan, la liturgia de la cena de Navidad venezolana, con sus “multisápidas” envueltas en hojas traídas de la India, rellenas con garbanzos españoles y aderezadas con especias de Ceilán. Seis millones de sueños y de proyectos rotos que lo dejaron todo atrás para ir a ganar pan y respeto lejos, ¡sabrá Dios cuántos grados bajo —o sobre— cero! Hijos y nietos que allende crecerán entonando el canto a las barras y a las estrellas o al compás de la Marcha de los Granaderos en alguna escuela extraña, tan distinta de aquellas de nuestras ciudades y pueblos en las que de niños nos parábamos firmes mientras el tricolor era izado solemnemente y se cantaba el Gloria al bravo pueblo.
Es la Venezuela peregrina que por el mundo compartirá en Nochebuena una hayaca amarrada entre lágrimas en el destierro que sabrá tan distinta a las que con amor amarraba la abuela en casa en tiempos que fueron de alegría.
Y en comunión con ella, en la distancia, la otra Venezuela, la cautiva, que en cada hogar se reunirá también pero alrededor del teléfono o el computador a la espera de un breve encuentro telemático con el hermano, cónyuge, hijo o padre lejano que quien sabe en medio de cuántos sacrificios, desafiando el frío, las humillaciones y el hambre, va dejándose la vida por las esquinas del mundo para reunir un poco de dinero con qué ayudar a los que quedaron atrás en casa.
*Lea también: Fobétor en Venezuela, por Vladimiro Mujica
¡Triste Navidad venezolana la de este año, tan distinta a aquellas de mi niñez marabina en los que en las casas, a puertas abiertas, se recibía a todo el que llegaba y los vecinos intercambiaban abrazos a la salida de misa en la parroquia! ¡Dolor de todo un país que termina el 2020 enterrando a sus muertos y a su república entre ellos! Con esa Venezuela en el corazón, pensando en el que no tendrá cena navideña este diciembre estando de über en Miami, haciendo deliveries en Santiago, fregando pisos en Panamá o de guardia en la Emergencia de un hospital en Madrid, digo: los que aquí quedamos tenemos que disponernos a “echar el resto” en el 2021 que en unos pocos días nos amanecerá, el año en que Venezuela se verá convertida —ahora sí— en aquello que siempre temió José Ignacio Cabrujas: en un campamento.
Un campamento en poder de expoliadores y bellacos de todo tipo al mando de caporales que, como el siniestro Nereo Pacheco, repartan palo y dolor con la esperanza de que los poderosos les dejen las migas que caigan de sus mesas.
¡Ah, quién sabe si para entonces,
Ya cerca del año 2000,
Esté alumbrando libertades
El claro sol de mi país!
Un siglo ha transcurrido desde que Leoncio Martínez garrapateara tan entrañables versos en papelitos escondidos entre las grietas de los muros y pisos de La Rotunda. Llegó el año 2000 y las ansiadas libertades fueron dejando de alumbrar, una a una hasta dejarnos en medio de la más tupida de las sombras veinte años más tarde.
No esperemos que a nadie duela nuestro dolor ni conmuevan nuestras lágrimas. Como tampoco esperemos mucho de un mundo que tiene más consideraciones para una transferencia bancaria que con un desterrado que llega con hambre.
Les deseo a mis amables lectores una Navidad serena y en recogimiento, disponiéndonos en espíritu a enfrentar el duro tiempo por venir.
Porque disipado el papelillo político y el humo de los triquitraques que dejaron atrás opinadores, influencers y tuiteros, habremos de ser los ciudadanos quienes le plantemos cara a la hoy robustecida tiranía roja. Y porque solo enfrentándola con sentido de patria hará que lleguemos por fin a ver alumbrando libertades bajo el claro sol de nuestro país.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
Porque disipado el papelillo político y el humo de los triquitraques que dejaron atrás opinadores, influencers y tuiteros, habremos de ser los ciudadanos quienes le plantemos cara a la hoy robustecida tiranía roja. Y porque solo enfrentándola con sentido de patria hará que lleguemos por fin a ver alumbrando libertades bajo el claro sol de nuestro país. Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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