La depuesta fiscal general Luisa Ortega Diaz. Mucha información con deseos de ser revelada. AP
El trasfondo de negocios oscuros aparece como uno de los mayores lastres del régimen potenciando la acción internacional en su contra. Nombres y cuevas poco conocidas
Entre las primeras medidas que adoptó la cuestionada Constituyente venezolana, destaca una reforma que suprime los límites de la Constitución chavista a la explotación extranjera de los recursos petroleros y gasíferos del país. Fue un paso regido por la necesidad, condición que, como se sabe, es inevitablemente hereje. La razón para esa audacia era pavimentar el camino de los negocios de Rusia en el país, uno de los pocos aliados del experimento bolivariano pero también uno de sus principales acreedores.
El Kremlin es propietario de 49,9% de Citgo Petroleum, filial de la estatal PDVSA en EE.UU. Allí tiene tres refinerías, en Texas, Illinois y Luisiana, y una red de 15 mil estaciones de servicio. Ese enorme bocado Moscú lo consiguió por un préstamo de hasta US$ 5 mil millones que proveyó la rusa Rosneft y se garantizó con esas acciones. Ahora, Vladimir Putin quiere desprenderse de esa participación atento al deterioro creciente del vínculo entre Venezuela y EE.UU. y el propio de Moscú con la Casa Blanca que hace imprevisible ejecutar esa hipoteca. La intención es cambiar esas acciones por otras de tamaño similar pero de los campos de gas y crudo Rosa Mediano, Tía Juana y Lago Lagunillas en el estado de Zulia.
La modificación del status quo legal por parte de este autoritario poder supremo inventado por el régimen, obedece a facilitar esa operación y clausurar cualquier poder disidente que la complique. Pero hay otro objetivo más grueso. Según el Financial Times, que cita investigaciones de Reuters, se habilita por primera vez a un país extranjero a comercializar el petróleo venezolano por fuera de PDVSA. Quien quiera caracterizar ese acuerdo como una avanzada imperialista, para usar el palabrerío que gusta al régimen, no se equivocaría. Rusia literalmente está colonizando parte de la riqueza petrolera venezolana aprovechando la doble debilidad económica y política del chavismo y el oportunismo de sus jerarcas.
Así como EE.UU. hizo en un pasado no tan lejano también en Venezuela. Pero, claro, se trata de Rusia que alguna vez fue comunista. La dependencia venezolana del Kremlin se amplificó este año, cuando el gobierno de Nicolás Maduro no pudo saldar US$ 954 millones de una deuda renegociada en setiembre de 2016. Ese traspié es importante porque Caracas ha sido hasta ahora un pagador óptimo de sus obligaciones externas pese a sus calamidades domésticas. “Esto refleja las dificultades del país sudamericano para cumplir con sus compromisos ... que (además) enfrenta miles de millones de dólares en pago de bonos”, concluyó la agencia Bloomberg al revelar ese impago.
Es por este escenario y otros capítulos sombríos que Venezuela está dispuesta a todo. Necesita a Rusia y también a China para obtener una liquidez que le permita mantener ese comportamiento, evitar un default de su deuda y blindarse de una doble amenaza norteamericana: la suspensión de las compras de petróleo, y la restricción que rige desde ayer para las operaciones con bonos en dólares emitidos por Caracas y PDVSA .
Hay que tener en cuenta que Venezuela es enormemente dependiente de EE.UU. Exporta 40% de su producción petrolera, unos 750 mil barriles diarios, y le compra hasta 200 mil barriles diarios de crudo ligero. Prohibir las exportaciones estadounidenses a Venezuela, forzaría a PDVSA a importar productos refinados, a mayor costo, de Europa y Asia haciendo poco rentables sus ventas de crudo extra-pesado. Del otro lado, si se cortan las ventas venezolanas sucumbiría un negocio clave porque ese petróleo se comercializa a precios de mercado, un ingreso crucial para la endeble economía del país caribeño.
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