Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

miércoles, 15 de abril de 2015

Cuba y Venezuela, caminos divergentes y contrapuestos Marcelo Cantelmi


Cuba y Venezuela son socios de una concreta incondicionalidad. Comparten discursos con resonancias de la Guerra Fría y la opción por regímenes de mayor o menor perfil autoritario pero lejanos del sistema democrático que requiere de instituciones y controles. Coinciden, ademas, en un presente de graves avatares económicos y desafíos políticos imprevisibles. Pero aún así no son semejantes. Uno es dinámico y el otro estático, quizá una de las características mas interesantes de sus diferencias. La gerontocracia de la nomenclatura cubana todavía despliega algunos cerebros lo suficientemente despiertos para olisquear por encima de los prejuicios y corregir la brújula. Perciben que el poder real es de ellos y consiste en definir el rumbo.

Venezuela, en cambio, baila en la cornisa de su colosal crisis económica pero su dirigencia reacciona de un modo menos decisivo. Al insistir en colocar la responsabilidad de esa debacle en un sujeto externo, EE.UU. el preferido, y no en las medidas adoptadas por el propio régimen, torna la calamidad en un intangible. Como no está a mano su solución debido a que es consecuencia de un poder distante y en gran medida intocable, no hay cómo modificar la realidad sino se derrota a ese espectro. Esa narrativa pusilánime se aferra a un relato con forma de callejón. Un comportamiento diferente implicaría la autocrítica, revisión y corrección, pero eso factura costos políticos que requieren de coraje para asumirlos. No es sólo la ausencia de perspectiva histórica lo que explica ese comportamiento. También lo motiva un apetito calculador que se expresa en que cuanto más aguda sea la crisis mayor será la posibilidad de mantener el status quo detrás del estandarte de la patria agredida por una guerra abierta. Es obvio que cualquier mejora de la situación social implicaría un aumento del espíritu crítico del pueblo hacia sus gobernantes.

La diferencia entre estos dos escenarios se ha hecho aún más honda porque la crisis tiene sus propias líneas rojas. Cuando se cruzan pueden arrastrar todo lo creado. El liderazgo cubano, como lo expresó el propio Fidel Castro, advirtió hace tiempo que si no había un cambio de rumbo toda la arquitectura simbólica y ejecutiva acabaría desplomándose. “El modelo ya no funciona ni siquiera para nosotros”, sostuvo en 2010 el fundador de la Revolución. Ya dos años antes había profetizado que el país “marchaba a un cambio total de nuestra sociedad” lo que revela, además, que lo que estamos viendo no es sólo producto de la coyuntura.

Fidel nunca dijo que la solución a esas contrariedades sea la apertura. De eso se ocupó claramente su hermano Raúl, un admirador prudente de los procesos de renovación asiáticos, en especial el vietnamita iniciado en 1986. El deshielo con EE.UU. es un dato dramático de esa visualización porque la isla entrega mucho pero obtiene poco en esta primera etapa en aras de lograr su objetivo estratégico de un salto económico. Por ejemplo, aún no es claro cuándo se levantará el rancio bloqueo impuesto a ese país.

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