En los tiempos en que Chávez se quemaba las pestañas en la casa de los sueños azules y sudaba la gota gorda haciendo lagartijas, salí por órdenes del comandante Fausto, hacia la Cuba revolucionaria, comandando una Misión junto a José Guerra, el ahora profesor de economía y el desaparecido Joel Lugo. Teníamos la tarea de traernos a viejos guerrilleros venezolanos, que en los días del rompimiento de Douglas Bravo con Fidel, se habían ido junto a Luben Petkoff, tras la huella del comandante Ochoa, quien para ese momento dirigía al grupo de apoyo que reforzaban a las activas FALN del PRV.
Me atrevo a revelar esta “infidencia” porque en varias oportunidades se me ha preguntado las razones, que pese a resguardar intacta mi condición de militante izquierdista, me llevaron a distanciarme del chavismo y a mantener el ojo critico sobre el nuevo gobierno, dirigido por el ex militante de la Liga Socialista, Nicolás Maduro. Y el punto es que aquella visita al país caribeño, en medio del duro bloqueo y la disolución de la URSS, me produjo la gran interrogante, acerca del viejo sueño socialista y el fracaso de un tipo de Estado socialista, perseguidor de cualquier iniciativa privada y exacerbador de un colectivismo aplastante, que termina convirtiendo al mismo Estado, en algo inoperante y negador de casi todas las libertades individuales del ser humano.
Con el acercamiento de Hugo Chávez, al ideario socialista, por supuesto, después de haberse coqueteado con el liberalismo burgués de Tony Blair, en principio la mayoría del activismo de izquierda en Venezuela, jamás se paseó ni por la remota idea, de que este proyecto se plegara a los designios del enclenque y fosilizado modelo socialista, impuesto por Fidel Castro en su país. El líder supremo ha podido voltear la mirada hacia otras latitudes, donde se vivieron experiencias socialistas medianamente exitosas; pero que hoy reaparecen en el escenario internacional como poderosos Estados, que sin poner en riesgo su poder, han sabido para beneplácitos de sus ciudadanos, dar un paso hacia la modernidad y el desarrollo armónico, entre el mismisimo Estado y los demás actores que hacen vida en este mundo globalizado.
En octubre de este año llegaremos a los 64 de aquel día, cuando con su legendaria marcha triunfal, Mao Tse Tung, se hiciera del poder en la milenaria China. La llegada al gobierno del partido comunista chino, al mando del gran timonel, de hecho provocó un salto adelante en aquella sociedad, que venia siendo dirigida por un gigante estado feudal, lo cual provocó el recibimiento con los abrazos abiertos, la llegada de una ideología revolucionaria, hasta los limites de lo que el mundo conocería como la Gran Revolución Cultural, que en cierta medida significó para un sector de la sociedad china, grandes restricciones a las libertades y a las formas democráticas de convivencias prometidas. Anunciando lapidariamente, que no importaba el color del gato, sino que cazara ratones, en 1978 Deng Xiao Ping, asumió el control del poder y comienza una era de cambio, hasta el punto donde se encuentra hoy. En tan sólo dos décadas y a raíz de esta filosofía pragmática, el gran tigre amarillo ha dado otro salto hacia adelante, convirtiéndose en la economía de mayor esplendor en el mundo asiático y una de las más desarrolladas en el planeta.
Después de la guerra de liberación impulsada por Ho Chi Min, ante la invasión de los franceses, a Vietnam en la parte sur de su territorio, le tocó emprender combates con sus guerrilleros del Vietcong, de forma sucesiva contra la invasión de los Estados Unidos. Más de 5 millones de vietnamitas perdieron la vida y sus arrozales, caseríos y montañas, resultaron devastados, por las más de siete millones de toneladas de bombas y 100.000 toneladas de sustancias químicas tóxicas, que EE.UU lanzó sobre su territorio. Aun así, terminada la conflagración, expulsado de sus tierras la bota imperial, y una vez unificada su nación, en un solo Viet Nam, éste para asombro del mundo, hoy ha logrado sacar de la pobreza a más de 40 millones de sus ciudadanos, convirtiéndose en el único país del tercer mundo, que ha tenido un crecimiento sostenido de su economía, sin expandir la brecha de la desigualdad social.
De Brasil no hace falta resaltar su desarrollo, pero no debemos olvidar que Lula da Silva, experimentado líder obrero y jefe del Partido de los Trabajadores (PT), de orientación Trokistas, entregó su gestión presidencial a la ex guerrillera Dilma Rousseff, con una economía catalogada como la séptima mayor de mundo, y por supuesto con altos niveles de consolidación, en su proyecto bandera de pobreza cero, para el Brasil. Ahora bien, estas cavilaciones vienen al punto, porque precisamente el líder obrero que hoy tenemos como presidente, ha seguido la saga de su predecesor y se empeña tercamente, en echar a un lado los referentes positivos, de países que todavía siguen bajo la égida del socialismo, o como en el caso de nuestro vecino del sur, quien se soporta en una economía de mercado, pero con un gran acento en lo social.
Allí lo puso Chávez, por recomendación de Fidel, Raúl y el G2. Seguirá empantanándose en tremedales como el del filoso y no filosofo Mario Silva; hasta donde y hasta cuando será la inundación de productos importados, que solo favorecen a las economías y burguesías de los países de UNASUR y del ALBA, en detrimento de los sectores productivos del país. La crisis de desabastecimiento y la escasez, va más allá de los alimentos y bienes de servicios. Un pueblo en la calle todo el día rastreando su comida y atemorizado por la inseguridad en las noches, reflejan que a este gobierno, el principal desabastecimiento que lo aqueja es el de las ideas, Podrá Maduro asimilar la lección como lo han hecho otros gobiernos socialistas; sólo el tiempo lo dirá, mientras tanto permítanme seguir aferrado, a las viejas ideas del camarada Mijaíl Bakunin, quien señaló que la libertad sin socialismo es privilegio e injusticia y el socialismo sin libertad, es esclavitud y brutalidad.
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