El fascismo sólo entiende la lucha política como una guerra. En su ideario no tiene cabida la búsqueda de consensos para aprobar políticas por medio de la negociación. Sus adversarios no son tales sino enemigos, contra quienes se exacerban las pasiones para asegurar su derrota en cualquier contienda, sea política, social o de calle. Para ello construye una narrativa que invoca gestas heroicas de epopeyas mitificadas, en las que el “noble pueblo” –o la “etnia superior” — forjó las virtudes que le permitieron imponerse. Deben ser recobradas para inspirar los combates de hoy. Un lenguaje cargado de odios, formulado con base en medias verdades y/o elucubraciones inventadas, descalifica con los peores epítetos a los que son proyectados como enemigos. Así justifica su aniquilación.
Una vez en el poder, estos adversarios-qua-enemigos son discriminados. Son desconocidos sus derechos y los medios de violencia conferidos al Ejecutivo en democracia para resguardar el orden legal, son dirigidos en su contra para sojuzgarlos, convirtiéndose en instrumentos de terrorismo de Estado. Éste deviene en aparato de dominación y control abierto de la nación de una parcialidad fanática que, al autocalificarse como su exclusiva y legítima representación, asume ser su dueña.
El dominio fascista requiere alimentar deliberadamente esta situación de conflicto para mantener viva la tensión de lucha de sus huestes contra el enemigo. Porque el fascismo no apela a la razón, sino a la pasión, a los odios, resentimientos y la sed de venganza. El carisma del líder visionario a quien veneran y rinden culto deriva, precisamente, de su capacidad para activar estas emociones. Moviliza a sus partidarios en pie de guerra contra sus “enemigos”. Su narrativa no pretende convencer al individuo común de las virtudes de su política, sino blindar a sus seguidores contra cualquier simpatía con ideas distintas. Es un constructo ideológico en que se refugia el fascismo, cual burbuja, que anula todo pensamiento ajeno. Lo que aparenta ser una propuesta de política para ganar el favor popular es, en realidad, una clarinada para exacerbar el espíritu de combate de sus mesnadas.
Chávez fue muy exitoso en este empeño. Tuvo la suerte, además, de contar con ingresos petroleros jamás percibidos antes en Venezuela, que le permitió jugar, también, a la política propiamente dicha, pues le proporcionó recursos abundantes a repartir. Pero, se sustentaba más en satisfacer las ansias de venganza de quienes se sentían traicionados por la democracia adeco-copeyana, que en una propuesta política. No triunfó por cautivar al público en un debate de ideas, sino por prometer su desquite ante agravios pasados. Al caer los precios internacionales del crudo, su sucesor, Maduro, mucho menos dotado que su mentor para la maniobra, se fue dando cuenta, tropiezo tras tropiezo, que no contaba con los recursos con los cuales emular el juego político de aquél. De hecho, ya Chávez había despilfarrado, con sus prácticas populistas, los recursos extraordinarios percibidos, dejando al país endeudado hasta la médula. Vaciadas las posibilidades de reparto demagógico –el único espacio de política que conocía–, Maduro revierte a la guerra. En vez de respetar el triunfo parlamentario de la oposición democrática en 2015 y buscar acuerdos con la mayoría ahí constituida para proseguir objetivos de gobierno, monta una institucionalidad paralela con magistrados abyectos del tsj y con una vergonzosa “asamblea constituyente” para usurpar sus potestades. En un régimen fascista, el poder no se comparte. Y, en esta campaña bélica desatada contra los venezolanos durante su primer gobierno, fueron asesinados unos trescientos manifestantes y llenadas las cárceles de inocentes.
Por supuesto que no había ningún propósito “revolucionario” que defender, ni “conquista popular” alguna a resguardar como excusa. La ausencia de contrapesos institucionales le abrió las puertas, de par en par, a la corrupción abierta, sobre todo de la casta que controla la FAN. De ahí la destrucción de PdVSA, la espantosa hiperinflación 2017-2021, la reducción de la economía a sólo la cuarta parte de cuando Maduro asumió la presidencia y la ruina de las condiciones de vida de la inmensa mayoría. Encima, se aumentó, aún más, la abultada deuda pública, aislando al país del crédito externo. Pero, habiendo socavado los fundamentos de la República al desconocer a la Asamblea Nacional electa en 2015, los fascistas creyeron ser dueños de lo que quedaba. Y, a pesar de su descomunal fracaso, lanzaron a Maduro para los comicios de 2018, trampeados, claro está, para que ganara. Repiten tan pésimo candidato en 2024, robándose la votación del 28J descaradamente, ante las narices de todos. En su soberbia, cometieron el formidable error de desconocer, abiertamente, la voluntad popular, sin darse cuenta de que su lenguaje de odios ya no fomentaba pasiones a su favor, sino en su contra.
Pero no es lo mismo librar una guerra contra un pueblo desarmado que enfrentar una poderosa flotilla bélica de EE.UU. frente a nuestras costas. Aparece, entonces, la bochornosa imagen de un Maduro vestido de militar llamando a “defender la patria” ¡Por Dios, si hizo todo lo posible por destruirla! Sus fanfarrias patrioteras, transmitidas, de paso, desde un lugar considerado seguro, tampoco responden a valentía alguna frente al enemigo externo. Es que no tiene otro libreto, no aprendió otra cosa. Para eso lo formaron los cubanos, no para dirimir conflictos políticamente. ¡El fascismo vive del conflicto! Y, en estos momentos críticos, en vez de intentar calmar los ánimos, Maduro, campante, anula los permisos de vuelo al país a 6 aerolíneas y amenaza con unos supuestos procesos constituyentes para apropiarse de sindicatos y universidades. Pero está desnudo. Al abdicar de la política, no hay acuerdo mutuamente beneficioso posible con las fuerzas democráticas para lograr sus propósitos. Implicaría reconocer su derrota y pactar un proceso ordenado de transición a cambio de explorar una justicia transitoria que le abriera posibilidades de salida a él y sus cómplices. Como primer paso, debería liberar a los presos políticos. Pero, no puede; está entrampado en su paradigma de guerra.
Guerra es guerra, Maduro. No tienes cómo librarla (salvo contra tus compatriotas), porque destruiste a la FAN. Tampoco saldrá pueblo alguno a apoyarte. Porque la defensa de la Patria, del bienestar y futuro de los venezolanos, del resguardo y desarrollo de sus medios de vida, como de la integridad y cuidado de su territorio, pasa por tu salida, ¡cuánto antes! Impresionante cómo el montaje ideológico que se inventaron los fascistas los enceguece. Y todavía, se caen a embuste de hablar en nombre de la patria. Definitivamente, borrar la realidad para cobijarse en su burbuja maniquea, embrutece.
En momentos en que puede desatarse un conflicto con pérdidas humanas, la única defensa sincera y efectiva de Venezuela y de los venezolanos pasa por desplazar al usurpador Maduro del poder. Sorprende que los militares honestos –¿o es que no quedan? – no hayan procedido a ello ya. Claro, deben enfrentar a los esbirros de la DGCIM, ¿pero acaso les irá mejor ante los gringos? Y aquí cabe la insólita posibilidad, mencionada por algunos comentaristas, de que Maduro no puede renunciar ni acceder a negociar su salida porque tiene una pistola en la sien: la de los cubanos y sus esbirros en Venezuela. Si se va Maduro, caen, cual castillo de naipes, las tiranías de Cuba, Nicaragua y, sobre todo, se acaban las fortunas mal habidas acumuladas con sangre, allá como acá.
Ser patriota y evitar un enfrentamiento militar con EE.UU., implica desplazar del poder a Maduro y los suyos y apoyar, junto a la inmensa mayoría de compatriotas y los países democráticos de la región, a Edmundo González Urrutia como presidente legítimo, con respaldo de un solvente programa de recuperación, y con el liderazgo indiscutible de María Corina Machado, premio Nóbel de la Paz, 2025.
¿Qué esperan los factores de poder que vienen validando al peor presidente que ha conocido la historia de Venezuela para retirarle su apoyo? Porque la noticia es que, aun yéndose la armada gringa sin disparar un tiro, el madurismo se acabó. Aislado internacionalmente, se le agotaron los recursos. No tiene nada que ofrecer y el botín a repartir entre sus cómplices se achica cada vez más. El país está a las puertas de una nueva hiperinflación, con un salario que ya es el más bajo de la región. La población clama, indignada, por su salida. ¿Por qué seguir prolongando tan cruel tragedia?
Economista – Profesor (J) Universidad Central de Venezuela – humgarl@gmail.com
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