
En política, pocas herramientas demuestran ser tan efectivas para erosionar la base democrática como el empleo sistemático del miedo. Los "agentes del terror" —término que engloba a individuos y organizaciones que instrumentalizan el pánico para alcanzar objetivos políticos— representan un desafío apremiante para la gobernabilidad y cohesión social.
La jindama como estrategia no es nueva. Desde los jacobinos franceses hasta movimientos extremistas contemporáneos, la historia está plagada de ejemplos donde el miedo se convierte en moneda de cambio. La era digital amplifica la capacidad para penetrar en la psique colectiva.
Los agentes del terror modernos operan bajo una premisa, la percepción de amenaza constante genera una ciudadanía más maleable políticamente. Esta habilidad se materializa a través de múltiples canales, desde la retórica incendiaria hasta la manipulación de algoritmos, pasando por narrativas apocalípticas que presentan cualquier cambio político como amenaza existencial.
Estos actores controlan plataformas de comunicación masiva y construyen ficciones de pánico. Su poder radica en establecer la agenda pública, determinar qué temas ocuparán el centro del debate político y cómo serán enmarcados. Utilizan técnicas persuasivas que apelan a instintos primitivos, convirtiendo debates complejos en binarios emocionales donde solo existen aliados o enemigos.
Operan en el ecosistema digital, especializándose en la creación y aumento de divisiones sociales. Su metodología incluye la identificación de fracturas preexistentes en el tejido social —diferencias étnicas, económicas, generacionales o ideológicas— para exacerbarlas hasta convertirlas en abismos infranqueables. Entienden que una sociedad polarizada es más fácil de manipular que una cohesionada.
Los más peligrosos por su aparente legitimidad, proporcionan un barniz intelectual a narraciones extremistas. Utilizan credenciales académicas y experticia técnica para validar teorías conspirativas o justificar medidas autoritarias. Su influencia es nociva, explota la confianza en las instituciones educativas y científicas.
América Latina ha sido y es testigo de una devastadora expresión de esta condición. En lo que alguna vez fue modelo de estabilidad democrática. Durante décadas, se observa cómo han perfeccionado el arte de gobernar a través del miedo constante, desde la creación de enemigos internos y externos, hasta la instrumentalización de grupos paramilitares civiles, pasando por el control de la información y la judicialización del adversario.
Este laboratorio de autoritarismo exporta sus métodos, demostrando cómo pueden secuestrar un Estado democrático, robarse una elección y mantener el poder a pesar del colapso general, para luego utilizar la crisis humanitaria resultante como instrumento de control social. La migración masiva se ha convertido, paradójicamente, en otro vector de desestabilización regional, creando tensiones que alimentan a otros en países vecinos.
La acción sostenida genera múltiples efectos corrosivos en el sistema democrático. Erosiona la confianza institucional, ideando un círculo vicioso donde la desconfianza produce más espacio para ensayos fanáticos; degradando la calidad del debate público, y sustituyendo la deliberación racional por reacciones emocionales viscerales.
Además, contribuyen a la rotura del área informativa. En lugar de un conjunto compartido de hechos sobre los cuales debatir interpretaciones, se crean variadas realidades paralelas donde cada grupo opera con sus propias "verdades" incompatibles entre sí. Situación indeseable para la aprobación democrática básica necesaria para la gobernabilidad efectiva.
Para enfrentarlos se requiere de fortalecimiento institucional, educación ciudadana y regulación inteligente, sin comprometer las libertades básicas. Un equilibrio para preservar la democracia. Las instituciones democráticas deben desarrollar resiliencia, lo que implica mejoras en los procesos internos y mayor transparencia en la comunicación pública. La educación del pensamiento fustigador es primordial. Una ciudadanía capaz de identificar manipulaciones retóricas y verificar la información de manera independiente es la mejor defensa contra estrategias de terror psicológico.
Representan un síntoma de debilidades profundas en el sistema democrático. Su éxito indica no solo la sofisticación de sus métodos, sino también la vulnerabilidad de las sociedades donde desigualdad, incertidumbre económica y desconfianza institucional aúpan un caldo de cultivo perfecto para sus maniobras.
La respuesta no se limita a medidas reactivas; se deben abordar las condiciones estructurales que hacen a las sociedades susceptibles de la artimaña política. Solo a través de un compromiso con la justicia, la transparencia institucional y la educación ciudadana se pueden cimentar defensas contra quienes buscan regir a través del miedo.
Una querella contra los agentes del terror es una lucha por el alma misma de la democracia. La capacidad de una sociedad para considerar racionalmente su futuro libre de la manipulación del miedo y la desesperanza.
@ArmandoMartini
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