Todos los indicadores —económicos, sociales y humanitarios— coinciden en un diagnóstico alarmante: Venezuela atraviesa la peor crisis de su historia. Sin embargo, esta realidad no parece inquietar al régimen, que insiste en promover una supuesta “nueva economía”, ajena a los principios fundamentales que han dado forma al pensamiento económico moderno. Ignoran —o desprecian— los aportes de figuras como Adam Smith, David Ricardo o John Maynard Keynes, cuyos planteamientos han sido clave en la construcción de modelos económicos exitosos a escala global.
Lo que impera hoy en Venezuela no es una doctrina económica innovadora, sino un cóctel de insensatez, improvisación y mala gestión de las principales políticas públicas.
Este enfoque no es original: sigue el mismo patrón que ha hundido a Cuba en el estancamiento. La isla, que alguna vez fue una potencia económica del Caribe, es hoy ejemplo de cómo el dogmatismo y la incompetencia pueden destruir la prosperidad.
Venezuela, en cambio, posee todo lo necesario para convertirse en uno de los países más dinámicos de la región: recursos naturales, capital humano, y una posición geográfica privilegiada. Pero para alcanzar ese potencial, el primer paso es claro: debemos superar la insensatez que hoy domina la conducción del país. Sin sensatez, no hay futuro posible.
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