
Foto: AFP
El tema de la deportación de inmigrantes, especialmente venezolanos, ha tomado un alto perfil no solo en nuestro país sino también en Estados Unidos, donde el discurso oficial afirma -errónea y exageradamente- que casi todos los venezolanos son miembros del Tren de Aragua cuyos tentáculos parecerían rivalizar con los grandes carteles de la historia que incurrieron en la planificación y ejecución de delitos graves (incluyendo homicidios) en territorio norteamericano. Ello ha llevado al presidente Trump a la temeraria y generalizada afirmación de que nuestros conciudadanos han ido a “envenenar» su sangre.
Aun entendiendo que la regularización de la situación migratoria es una prioridad evidente para Estados Unidos y recordando que la promesa de mano dura en ese tema fue una de las principales consignas de la campaña de Mr. Trump, como venezolanos nos preocupa que la discusión pública y política que ocupa a los medios y a la ciudadanía en general es la matriz de opinión muy negativa que lleva a la generalización de la idea de que los venezolanos son malos o indeseables.
Una situación tan negativa nunca había acompañado a la emigración venezolana en Estados Unidos, donde serios estudios académicos concluyeron que más o menos hacia el año 2020 los venezolanos eran los inmigrantes que, porcentualmente, llegaban con el mayor número de graduados universitarios, lo cual bien pudiera ser el caso toda vez que esa gente viajaba por vía aérea desde Maiquetía previo haber comprado un pasaje y obtenido visa, que tanto entonces como ahora no era algo fácil de obtener.
Cuando por fin se desató la emigración masiva que alcanzó sus niveles máximos alrededor del 2018/2020, quienes se arriesgaban a emprender viaje hacia Norteamérica ilegalmente, en su amplia mayoría lo hacían a través de la frontera entre México y Estados Unidos previo haber atravesado a pie la peligrosísima selva del Darién entre Colombia y Panamá, para después continuar viaje por América Central en condiciones deplorables hasta llegar al Río Grande e intentar el cruce, de su salvación. Ellos no eran universitarios ni tenían visas o recursos. Eran compatriotas nuestros corridos por el hambre, la inseguridad y la desesperanza, arriesgándose al extremo en busca de un futuro mejor.
Entre ellos seguramente se colaron algunos o bastantes “mala conducta” y delincuentes cuya inserción en el país del norte no replicaba el ejemplo de orgullo proporcionado por el Dr. Rafael Reif (marabino expresidente del MIT (Massachussets Institute of Technology), que es una de las mejores universidades del mundo o el Dr. Gustavo Schnell, que recientemente acaba de ser designado rector de Dartmouth College, uno de los más prestigiosos de Estados Unidos.
Durante la presidencia de Mr. Biden se concedió un permiso temporal de regularización conocido como TPS (Temporary Protection Status) que permitió a más de 600.000 compatriotas trabajar, recibir asistencia social básica y comenzar su proceso de ajuste migratorio. Al llegar Trump dicho beneficio se revocó dando lugar a las miles de dolorosas experiencias que conocemos y que, lamentablemente, incluyen algunos excesos policiales además de la “cacería” de inmigrantes arrestados en mercados, colegios, negocios, etc. para ser deportados, algunos primero al penal de Guantánamo, en Cuba y otros separados abruptamente de sus hijos menores para ser trasladados a la severísima prisión de máxima seguridad de El Salvador, cuyos parámetros en materia de derechos humanos dejan bastante que desear.
Sin embargo, lo que que más pena da es el hallazgo del estudio de Florida International University que reveló que entre los venezolanos que ya adquirieron la nacionalidad norteamericana y quienes han resuelto su situación particular existe poca empatía frente a los que aún luchan y sufren para permanecer en Estados Unidos en busca del “sueño americano” que se anuncia como disponible para todos. Tal actitud desprovista de solidaridad, a nuestro juicio, es ajena al gentilicio venezolano que nos caracteriza como una de las cualidades más valiosas.
Las dolorosas escenas de padres separados de sus hijos cuyo destino queda a la buena de Dios pueblan una y otra vez los titulares de los medios. Afortunadamente existen organizaciones que ponen su esfuerzo, gratuito, al servicio de la corrección -parcial naturalmente- de esas tristes situaciones y lo más lamentable es constatar que altos personeros del gobierno bolivariano tengan la desfachatez de querer obtener dividendo político de la desgracia colectiva de algunos de sus ciudadanos.
apsalgueiro1@gmail.com
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