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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Intervención del casco central pone en riesgo la centralidad más antigua de Maracaibo, Karledys García

Gustavo Chourio, sociólogo y profesor de la FAD, asegura que la pérdida de la actividad comercial y la posible reubicación de las paradas de transporte implicará que el centro «como nosotros, históricamente y en los últimos 100 años lo conocemos, va a dejar de existir»

Maracaibo tiene al menos 4 centralidades urbanas: el centro, la Curva de Molina, el kilómetro 4 y Delicias Norte, todas ellas funcionan dentro de un sistema que, junto a las subcentralidades, le da cuerpo al espacio urbano. La intervención del casco histórico —iniciada el 26 de septiembre de 2018— pone en perspectiva la noción de centralidad ante una mermada actividad comercial formal, la casi erradicación del sector informal y la disminución del tráfico vehicular y peatonal.

El bullicio de la ciudad que nació conectada al lago de Maracaibo encontraba su máxima expresión en el pregón de su comercio informal, salpicado con la gracia del gentilicio marabino. Es así como en las más de 100 hectáreas que ocupa el centro de la ciudad se hallaban más de 3 mil tarantines y kioskos, además de los incontables «puestos móviles» que recorrían las aceras y calles. Pero esta centralidad alberga también las paradas de rutas de transporte público que permiten conectar los cuatro puntos cardinales de la zona metropolitana de Maracaibo y otros municipios del estado; las sedes de la gobernanza municipal y regional, oficinas de la administración pública, y una de las pocas posibilidades de ver el lago.

Gustavo Chourio, sociólogo y profesor de la Facultad de Arquitectura y Diseño de LUZ, explica que el centro de Maracaibo era «una de las zonas más densas de la ciudad. Eso dependía de la hora, pero el centro tenía una cantidad impresionante de ocupantes por metro cuadrado y, además, era uno de los espacios de mayor diversidad cultural de la ciudad porque ahí podían convivir guajiros, colombianos, peruanos, árabes, venezolanos de todas partes del país, etcétera».

Agrega que la diferencia del centro con el resto de las centralidades tiene que ver no solo con su historia y su alta densidad, sino también con el hecho de ser la única que está conectada con las riberas del lago y la posibilidad de atraer a la población con estrato socioeconómico desde B hasta E.

Un centro vacío

A partir de un trabajo etnográfico realizado por Morelva Leal, antropóloga y profesora de la Facultad Experimental de Ciencias, y un grupo de estudiantes de la cátedra Antropología Urbana, se detectó la preocupación porque «el centro estaba vacío, lo habían vaciado. Esta idea de “vaciar el centro” tiene que ver con lo que expresaba uno de los entrevistados: “qué voy a hacer en el centro si allí no hay nada. Ya no hay nada que hacer allí”», explica Leal.

Asegura que esa sensación de vacío a partir del proceso de intervención «tiene que ver con que no hay cosas que comprar, y ahí también aparece el elemento comercial que ha estado históricamente en el centro de la ciudad, desde los tiempos de la vida del malecón, el mercado y la dinámica de la plaza Baralt, como un espacio muy cohesionado». Sin embargo, refiere que ha habido un vaciamiento que va más allá de la intervención y que tiene que ver con el despojo de la actividad a lo interno de los edificios: «¿Qué pasó que este espacio quedó vacío y que los edificios son cascarones vacíos?», se pregunta Leal.

En busca de respuestas a sus interrogantes, esboza que las razones podrían estar en «el crecimiento demográfico, la expansión de la ciudad hacia todos sus bordes posibles, esa expansión de las fronteras generó unas dinámicas periféricas en la ciudad y se crearon nuevas centralidades o subcentralidades en la dinámica humana de la ciudad. Además, los mercados periféricos junto a los grandes centros comerciales y malls contribuyeron fuertemente, junto a otros factores, al abandono progresivo de estos espacios y sus principales edificaciones».

A su juicio, «se trata de una dinámica a la que no escapa ninguna ciudad del mundo. De alguna manera, pudiéramos plantearnos que es parte de una dinámica global que ha conducido a una pluricentralidad, pero que no justifica que, desde quienes tienen en sus manos decisiones políticas, se permita la desaparición de la centralidad histórica y todos los significados que concentra». Pero esa dinámica global también incluye que «la conservación y la revitalización sea como un ciclo vicioso en el que se pasan y se viven distintos momentos. Ese ciclo, Maracaibo lo ha vivido muchas veces: la exaltación del pasado, la crisis, el abandono, y volvemos a la acción».

Para Gustavo Chourio se trata de una historia repetida y de la que «aún no hemos aprendido». Detalla que el centro de Maracaibo en los últimos 45 o 50 años «ha sido objeto de rupturas. Pasó con el Proyecto Libertador en el que destruyeron El Saladillo y demolieron más de 2.500 o 3.000 edificaciones. Estamos hablando de unas 20.000 personas que salieron del centro de la ciudad hacia la periferia, para San Jacinto y San Francisco».

Expresa que fueron estas acciones, realizadas en la década de los 70 del siglo pasado durante el gobierno de Rafael Caldera, con las que se logró «dispersar la población, convertir el centro en cascarones vacíos y estirar la ciudad. Maracaibo sería totalmente diferente en términos culturales si el centro lo hubiesen dejado intacto, como existía. Nuestras tradiciones e, incluso, nuestra manera de hablar sería otra. Eso fue brutal en términos culturales».

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