Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Cartilla, Humberto García Larralde

“Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y libraras cien batallas victoriosas” Sun Tzu, El Arte de la Guerra.

Durante el gobierno de Nicolás Maduro, Venezuela ha sufrido la peor crisis de su historia moderna. El ingreso promedio por habitante ha disminuido a casi la mitad, una hiperinflación pavorosa ha hundido al 90% de la población en pobreza y todos los días mueren venezolanos por no conseguir tratamiento médico adecuado. El salario mínimo, recientemente incrementado, es ya menos de la décima parte del promedio latinoamericano. Al lado del desabastecimiento y el hambre, el país exhibe, junto a El Salvador, la tasa de muertes violentas más alta del hemisferio. Se contabilizan actualmente más de 200 presos por razones políticas y numerosas denuncias sobre la violación de derechos humanos, expresión ignominiosa del quebrantamiento del orden constitucional. En fin, indicios propios de una dictadura.

En atención a un desempeño tan funesto, debe preguntarse por qué no ha sido desplazado del poder. Entre otras cosas, es menester entender la naturaleza del gobierno que preside Nicolás Maduro:

Es el asiento de un régimen de expoliación establecido por una nueva oligarquía militar y civil, destruyendo todo contrapeso a su ejercicio discrecional y centralizado de poder.

Un régimen de expoliación es un arreglo orquestado desde un poder político autocrático para el usufructo de la riqueza social con base en relaciones de fuerza derivadas de una jerarquía de mando, en desapego a criterios de racionalidad económica y/o a indicadores que expresarían metas planificadas. Un Estado Patrimonial, en el que se confunde el patrimonio público con el de quienes mandan, sustituye al Estado de Derecho. Por ende, no está sujeto a normas sino a transacciones de naturaleza política que truecan obsecuencia y lealtad hacia aquellos por el derecho a participar en la depredación de la riqueza. Puede comprender actividades ilegales, como el tráfico de drogas. Favorece la acción de formaciones mafiosas que rivalizan entre sí en el despojo de lo que consideran “cotos de caza”.

Su apoyo fundamental proviene de estamentos hegemónicos en la jerarquía militar quienes, junto a altos funcionarios y amigotes, constituyen una nueva oligarquía, beneficiaria principal del régimen expoliador al controlar buena parte de las actividades económicas y ocupar los nodos decisorios que determinan las posibilidades de extraer rentas por medio de la intervención estatal. Si bien las encuestas revelan que su apoyo es mínimo, el monopolio de los medios de violencia del Estado está a su disposición. Junto a un poder judicial partidario, totalmente abyecto, se ejerce por su intermedio el terrorismo de Estado en contra de quienes protestan o realizan actividades que amenacen su control sobre la población.

La oligarquía se cobija en una falsa realidad erigida con simbolismos de la mitología revolucionaria para legitimar su apropiación de bienes públicos y privados, en nombre de un “socialismo del siglo XXI”. Avala su uso de tal apelativo con programas de reparto a sus bases de apoyo. Una representación ideológica maniquea moldea compromisos sectarios y excluyentes entre éstas, y les provee de subterfugios con los cuales absolver sus desmanes. Discursos de odio las instigan a confrontar a aquellos señalados por el liderazgo como enemigos de la “revolución”. Estas prácticas pueden englobarse bajo el amplio concepto de populismo pero, teniendo en cuenta su escamoteo de la participación democrática, su afición por la violencia y su militarización, un término más preciso es el de neofascismo.

Un importante locus de decisión del régimen reside fuera de Venezuela en quienes controlan el Estado cubano y, más recientemente, en acreedores, básicamente chinos, que constituyen poderosos intereses en torno a la permanencia del gobierno de Maduro. La aquiescencia con éstos es a expensas de la soberanía, incluida la renuncia a reclamos territoriales y el saqueo de recursos del subsuelo.

Implicaciones políticas

1. La oligarquía no va a acceder por cuenta propia a salir del poder por medios constitucionales. Los intereses creados en torno al despojo de bienes públicos y privados, basados en actividades que quebrantan el orden constitucional, están firmemente atrincherados. Su accionar de mafias hace de su compromiso con lo que puede denominarse un “Estado forajido”, un hecho irreversible.

2. En su defensa, esta oligarquía no conoce frenos morales ni éticos, ni reconoce límite en el respeto a los derechos humanos consagrados en la constitución. Retrata como enemigo a todo opositor con base en categorizaciones maniqueas patriotero-comunistas. Independientemente de que crea o no su montaje ideológico, éste sirve para dispensar de toda culpa a sus atropellos: “La Historia me absolverá”. En este ejercicio encubridor, la lucha política es una “guerra” donde todo se vale.

3. Lo anterior explica la terrible crueldad con que la oligarquía despacha el hambre causado por sus políticas, como las miserias que acompañan el éxodo masivo de venezolanos por las fronteras. Esta malignidad se magnifica con el despliegue de su opulencia y la revelación de sus enormes fortunas. “A falta de pan, buenas son tortas”, como se le atribuye a la reina María Antonieta.

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