Hay un fantasma que amenaza a todas las confrontaciones político-sociales que se plantean entre los habitantes de un mismo país.
Ese fantasma, no es solo una sombra vestida con una sábana blanca, sino un perverso monstruo que se alimenta de las cosas más sórdidas, entre ellas: de la traición; del odio; del miedo; del desprecio; de las venganzas; de las envidias; de las contiendas; de las lágrimas y de las desesperanzas y que, se llama “la guerra civil” y, es más cruel que todas las guerras, porque es la guerra entre hermanos.
Se dirá que los aludidos conflictos se caracterizan por la existencia de una total intolerancia de cada una de las partes frente a la otra; y ello es absolutamente cierto; pero hay guerras solapadas y también están las artificialmente creadas para satisfacer intereses temporales.
En casi todas se produce antes o después, el ingreso de nuevos participantes, generalmente, forzados a tal intervención.
El elemento común de la figura aludida es que el conflicto armado se desarrolla en el territorio de un mismo país, enfrentándose entre sí personas de igual ascendencia y domicilio (ciudad, pueblo o comunidad).
Asimismo, es fundamental la presencia de ideologías diferentes entre los contrincantes.
En algunos casos, el objetivo es la secesión de una parte de un territorio, o bien, un conflicto por la independencia de un espacio físico, o la anexión de zonas pretendidas como propias por ambas partes.
En el tipo de conflagración que estamos exponiendo, a veces se produce la intervención de grupos extranjeros de distintos países, ayudando o colaborando con uno de los bandos y, cuyos integrantes, llegan a considerarse como voluntarios civiles en apoyo de la ideología del bando donde operan.
La historia menos antigua nos habla de algunas guerras civiles, particularmente crueles, dentro de las cuales podemos señalar a la Guerra Civil Española, que tuvo lugar entre julio de 1936 hasta abril de 1939.
Otra contienda civil de gran encarnizamiento fue la Revolución Rusa que tuvo lugar entre 1917 y 1923, en el territorio del disuelto imperio ruso que tuvo como partes al nuevo gobierno bolchevique y su Ejército Rojo y, del otro lado, a los militares del ex-ejército zarista y los opositores al bolchevismo, denominado “Movimiento Blanco”.
En Latinoamérica puede hablarse de la guerra civil ecuatoriana o Revolución Libertadora de Ecuador entre 1895 y 1924, que estalló en Guayaquil y fue liderada por Eloy Alfaro. La guerra civil mexicana se inició en 1910 y terminó en 1917. Por desgracia hay otras muchas, pero mencionarlas haría excesivamente larga esta exposición.
El testimonio de quienes sobrevivieron a tales contiendas revela que en ellas se tuvo la más cruel de las conductas posibles, sobre todo estuvo presente la idea del saqueo y del apoderamiento de los bienes de los considerados como enemigos. El hecho de tratarse de hermanos o de parientes cercanos de una misma familia, no atenuó la beligerancia.
Pues bien, todas las personas racionales de este país estimamos que la actual confrontación entre Gobierno y Oposición podría dar lugar, -de prolongarse e intensificarse-, a una guerra de hermanos que, tal como se aprecia de los actuales enfrentamientos, podría ser la más destructiva e injusta de las que han afectado a Venezuela.
Hay que hacer un llamado a la paz, pero no a la que es simplemente nominal, encubridora de los intereses de un grupo, sino a la que se plantee con las manos limpias y el corazón dispuesto a impedir una catástrofe de gran dimensión y sin solución inmediata.
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