Después de un brevísimo periodo de abstinencia verbal Dick Cheney, quien fuera vicepresidente de la nación con George W. Bush, parece haber resucitado con mayor fuerza que Frankenstein.
Reconozco que comparar a Cheney con Frankenstein puede parecer injusto. Después de todo, Frankenstein, el monstruo inventado por Mary Shelley, es una víctima de las circunstancias que solo recurre al crimen como venganza después de ser condenado al ostracismo, martirizado y discriminado.
Cheney es otro tipo de monstruo. Muy probablemente es el vicepresidente que más daño le ha hecho a Estados Unidos porque es corresponsable de la muerte de miles de soldados americanos y civiles iraquíes por un capricho infundado. También porque es uno de los principales autores del desastre actual en Irak y además, un mentiroso patológico que intenta resucitar políticamente culpando al presidente Obama del caos en Irak y proponiendo al país un renovado intervencionismo militar.
Aunque usted no lo crea, el personaje que en la administración de George Bush se distinguió por las mentiras que repitió hasta el cansancio en los ocho años de su vicepresidencia quiere hoy convertirse en el arquitecto de la plataforma de política exterior del Partido Republicano con vistas a la elección presidencial del 2016.
Ni el mensaje ni el mensajero han cambiado. Es el mismo Cheney que mintió cuando dijo que había vínculos entre los terroristas del 11 de septiembre y el gobierno de Sadam Hussein. Que volvió a mentir cuando sugirió que entre Hussein y Al Qaeda había una alianza terrorista. El que siguió mintiendo cuando aseguró que había “evidencias irrefutables” de que Hussein había reconstituido su programa nuclear. Y luego, cuando repitió que la inteligencia estadounidense mostraba, sin lugar a dudas, que Hussein poseía las llamadas “armas con capacidad de destrucción masiva.”
Hoy Cheney quiere eludir su responsabilidad culpando a Obama del desbarajuste que todo el mundo previó que sucedería si la fórmula Bush-Cheney insistía en destronar al dictador que por la fuerza imponía orden en los ahora incontrolables grupos étnico-religiosos que se disputan Irak.
En su fútil intento de regreso a los primeros planos de la política, Cheney quiere hacernos olvidar los resultados de las encuestas que muestran que tanto él como su jefe, terminaron su período presidencial con el índice de aprobación más bajo desde que la agencia Gallup empezó a hacer sondeos hace más de siete décadas. Pero los datos ahí están, Bush terminó su periodo presidencial con un índice de desaprobación del 73% de los entrevistados y Cheney terminó su gestión como vicepresidente con un índice de aprobación del 13%.
Para Cheney esto es peccata minuta, lo que quiere es que nos olvidemos de que cuando él era presidente de la compañía Halliburton fue él quien criticó duramente al presidente Bill Clinton cuando éste intentó imponer sanciones a Irán, por entonces un importantísimo cliente de su compañía. Su argumento fue que Dios se descuidó al dotar de petróleo y gas a los países donde no hay gobiernos democráticos. También quisiera que nos olvidáramos de que gracias a la invasión a Irak, Halliburton recibió un contrato por más de mil millones de dólares.
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