Para que ocurra un desastre de origen natural, deben presentarse simultáneamente dos condiciones: la amenaza natural y la vulnerabilidad social. La amenaza la constituyen eventos extraordinarios con potencial destructor: terremotos, huracanes, tsunamis, inundaciones. La vulnerabilidad la aporta el hombre con una inadecuada ocupación del territorio. Si un gran terremoto o una lluvia de gran intensidad ocurren en una zona inhabitada como un desierto o la selva, no se produce un desastre porque no hay quien lo sufra. Por otro lado, si un conjunto de frágiles ranchos es construido en el cauce de una quebrada, una lluvia de pequeña intensidad puede generar un desastre.
Con el cambio climático, la amenaza de ocurrencia de fenómenos hidrometeorológicos con gran potencial destructor, parece haber aumentado en las últimas décadas.
Por otro lado, la noción de vulnerabilidad incluye numerosas variables sociales: ingenieriles (resistencia de las construcciones), geológicas (estabilidad de terrenos), urbanas (vialidad para evacuación), de servicios (hospitales, bomberos, alimentación...), educativas (conocimientos de prevención): la pobreza es un factor de vulnerabilidad.
Venezuela es un país cuya fuerte amenaza sísmica afecta al 80% de su población. El 52% de la población nacional vive en asentamientos y viviendas informales sin capacidad de resistir terremotos, lo cual es una enorme vulnerabilidad. El riesgo de ocurrencia de un desastre, es por lo tanto alto.
La prevención de desastres es un largo camino de conocimiento y educación, planificación e integración de instituciones, iniciativas, sectores de la población, y voluntades, en la procura de un bien común: el futuro posible para todos. Para avanzar es necesario decir verdades: salvo muy pocas excepciones (que carecen de peso real), hoy no estamos nacionalmente más preparados para resistir los embates de la naturaleza, ni tenemos mejores planes de prevención de los que teníamos hace 11 años, cuando ocurrió la tragedia de Vargas.
Así como cuando ocurrió el terremoto de Caracas de 1967, no funcionaban los sismógrafos del Observatorio Cajigal, ni cuando ocurrieron las lluvias del 99 teníamos estaciones de medición de lluvias en el Parque El Ávila, la información que tenemos hoy es que en estos momentos de lluvias, de las 220 estaciones pluviométricas del país, funcionan supuestamente menos de 50, y sólo están funcionando estaciones hidrométricas en el Orinoco y el Apure. No tendremos información adecuada y suficiente, para conocer los fenómenos de lluvia que nos están azotando. Esto es una vulnerabilidad importante.
Otra gran vulnerabilidad es el discurso de confrontación y de división nacional, que busca preservar el poder. Un país dividido no podrá superar los obstáculos que la prevención de desastres impone. Y recordamos lo obvio, una franela rojo-rojita no es antisísmica, ni siquiera es impermeable.
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