Es evidente que la actual política exterior es una fuga de la política interior por los mismos medios conflictivos y la misma invención de un enemigo. A las formulaciones de Colombia en la OEA se respondió con una carrera hacia adelante.
Uribe no llegó a las pruebas.
Pero en vez de rebatir sus evidencias, se rompió relaciones y el gobierno agitó su cortina de anuncios sobre magnicidios, probables invasiones y la presentación de un extemporáneo plan de paz.
El atizamiento del conflicto es prepolítica de ficción: desempolvar viejos planes de guerra, adoptar decisiones unilaterales sobre movilizaciones de tropas, señalar violaciones del espacio aéreo, denunciar movimientos de navíos y aviones imperialistas. Una trama que va de una a otra cháchara para no llegar nunca al punto original que exige esclarecimiento.
Según el Manual de las Ociosidades Políticas el cuento de la invasión militar colombiana es un recurso para distraer al país del conglomerado de crisis que lo asedian, unificarlo en torno a una causa de falsa patria y acorralar las disidencias. Puede dar también para otros aprovechamientos internos, desde justificar la carrera armamentista, posponer elecciones o cultivar el odio hacia otros pueblos. Pero a veces los tiros no salen a favor del que tiene el garrote. Una reacción adversa a la ruptura de relaciones y un rechazo a los tambores bélicos surgió desde los resortes democráticos de la sociedad y más acentuadamente en los estados fronterizos. Allí, porque tienen los pelos faracos en las manos, surgieron las mayores inconformidades. Además porque se les está anticipando la profecía de comer piedra mientras la boliburguesía engulle caviar. ¿Qué le importa al gobierno si se cierra definitivamente el flujo de mercancías entre los dos países? No tuvo éxito la maniobra autoritaria destinada a impedir que la gente se formara su propio criterio. La jerarquía roja, empeñada en subordinar los intereses de Estado a las conveniencias de las Farc, pretendía que todos negáramos a priori la existencia de sus presencias en territorio venezolano y que juráramos socialismo o muerte ante las divisiones extranjeras apuntando hacia nuestra frontera.
Pretendían extender el mecanismo de segregación a quienes osaran rozar la idea de un santuario de las Farc en la frontera. Sólo dudar es traición, según criterios del patriosocialismo totalitario.
Tampoco internacionalmente la percepción del conflicto favoreció al gobierno de Venezuela. Desdeñando a una OEA que le es incomoda, apostó por imponer su versión en Unasur, donde no consiguió ampliar el coro de segundones que acepte monólogos sin debates. La comunidad internacional hizo un vacío protector a los aspavientos desatados por un par de fuegos fatuos.
Todo aconseja esperar por Santos, aunque no se crea en milagros.
simongar48@gmail.com
Si este fuera un gobierno serio ya hace mucho tiempo tendríamos un especialista en política exterior en la cancillería, hasta cuando van a dejar que Maduro siga dejando al país hacer el ridículo ante el mundo.
ResponderBorrar