Pese al mito de que son perjudiciales, los grandes conglomerados son fuente de desarrollo, innovación y nuevas tecnologías.
Lo llamativo ya de las actuales economías capitalistas no es el capital entendido en su concepción más clásica; sino que ese capital debe ser hoy en día definido en conceptos tan importantes como innovación y tecnología.
Es lo que ya muchos economistas vienen defendiendo como la nueva economía del conocimiento, donde las ventajas competitivas ya no se encuentran en los factores clásicos de tierra, trabajo y capital monetario, que sin perder su importancia se ven relegados a un papel secundario por la innovación y el desarrollo tecnológico.
La economía del conocimiento supone una de las mayores respuestas del capitalismo a sus críticos, empeñados todavía en ver todos los males del mundo en términos de dominación de clase o enorme desigualdad de poder económico entre proletario y capitalista burgués.
El conocimiento se encuentra en todas partes, en cualquier lugar y momento como han demostrado las mayores empresas tecnológicas del mundo como Microsoft o Google, creadas en un garaje.
Pero no sólo en el mundo desarrollado, sino que gracias a la globalización, ese conocimiento se expande y distribuye por todo el globo. Como buena muestra de ello es la India que basó su crecimiento económico en una fe ciega en el conocimiento, prefiere un crecimiento menos fuerte que el chino pero más basado en pilares tan fuertes como el desarrollo tecnológico e informático.
El capitalismo nos muestra gracias a la innovación que la mejor forma de enriquecerse, conseguir poder y prestigio ya no es como en otros sistemas, ir cobrando sobornos o impuestos, sino innovar en todo momento. William Baumol, uno de los economistas más interesantes y más importantes de finales del siglo XX (y del presente, pues aún sigue aportando su sabiduría), nos da una maravillosa lección de liberalismo económico que muchos intervencionistas deberían tener en cuenta y hacerles dudar sobre los beneficios de aumentar constantemente la intervención en la economía para mantener un enfermo Estado de Bienestar, o interponer las menos barreras posibles para dejar a la innovación crecer en toda su plenitud.
Otra afirmación realmente sorprendente es que no todo monopolio es negativo. Existe un tipo de monopolio, el oligopólico, que dentro de unos límites es realmente beneficioso para todos. Y lo es porque volviendo al primer punto, permite el desarrollo de innovación y tecnologías a mayor escala, reduciendo su costo y favoreciendo en mayor medida su propagación a todos los consumidores.
Los grandes oligopolios como Airbus o Boeing han invertido cantidades ingentes de dinero para lograr aviones más cómodos, rápidos y seguros. Pensemos que la concentración empresarial no es mala en sí, ya que lo que busca en todo momento es una asignación más eficiente de los recursos y por lo tanto, una reducción de los costos o una mayor capacidad inversora para desarrollar nuevos productos.
Así que a pesar del mito muy difundido que grandes conglomerados son perjudiciales por su enorme concentración de poder y riqueza, debe expandirse más el logro de una visión de estos conglomerados como origen de desarrollo, innovación, mejor calidad en productos y nuevas tecnologías o productos a mejor precio. Al final esto se traduce en beneficio para la sociedad en su conjunto. Tal Cual digital
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