E l punto de inflexión, anhelado por algunos e indeseable para muchos, llegó.
El poder terminó de sobreponerle a su original capa democrática una pelambre llena de negación de derechos y autoritarismo. Subsisten girones de la piel constitucional del país debido a las reservas de cultura democrática de la población, a las admirables resistencias mantenidas por algunas instituciones y a las movilizaciones ciudadanas. Todavía influye la contención que proviene de factores internacionales de distinto signo y con menor incidencia, las voces oficialistas que recomiendan bajar el volumen a la confrontación.
El planificado cruce de la raya entre democracia y dictadura es una victoria de las corrientes más duras, interesadas en una radicalización por motivos que no son enteramente revolucionarios. La involución reafirma la vocación de actuar fuera y contra la Constitución, de acentuar el desconocimiento de Alcaldes y Gobernadores que no sean sumisos al Presidente, quebrar a los líderes críticos dentro y fuera del proceso, imponer el temor general y bloquear el funcionamiento de los resortes democráticos de la sociedad.
Un Estado cuyos diversos poderes públicos carecen de autonomía frente al Ejecutivo, cuyos niveles regionales y locales son despojados de funciones y recursos, que renuncia a formular un interés general y se convierte en una máquina de agresiones es incongruente con cualquier clase de democracia.
En vez de admitir el control social sobre los actos del Estado, consagra el control del Estado sobre los actos de la sociedad.
Sin embargo, en medio de tensiones y contradicciones, se mantendrán ciertas concesiones democráticas administradas según criterios tácticos. Pese a la sustitución del consenso y la negociación por una visión bélica de la política, a la consolidación de su naturaleza militar, es todavía impensable que el régimen degenere hacia comportamientos similares a las de las viejas dictaduras del pasado. La copia de los modelos socialistas totalitarios proyectará inevitablemente sus formas opresivas en el siglo XXI.
Existe conciencia en evitar conductas que sean funcionales a una ofensiva que contiene una gran provocación junto a la efectiva vuelta de tuerca para imponer una hegemonía excluyente y de larga duración. Pero no hay todavía claridad en cuáles sean ellas y en cómo llevarlas a la práctica.
Quienes pensamos en la renovación y fortalecimiento de los partidos como una de las herramientas de resistencia a esa sociedad de derechos reducidos, pensamos que ellos deben asumir el enorme desafío de reorientar esa confrontación entre alternativas de justicia social y democracia real versus Estado absolutista. No es una pelea de una parte del país contra la otra sino del conjunto de la sociedad contra el verdadero contendor, el Estado como máquina de agresión. Es difícil, en medio de la lucha que hay que proseguir, encontrar las respuestas. En lo inmediato, alejar el pesimismo y la desmoralización podría ser la punta de un éxito. Tal Cual
El poder terminó de sobreponerle a su original capa democrática una pelambre llena de negación de derechos y autoritarismo. Subsisten girones de la piel constitucional del país debido a las reservas de cultura democrática de la población, a las admirables resistencias mantenidas por algunas instituciones y a las movilizaciones ciudadanas. Todavía influye la contención que proviene de factores internacionales de distinto signo y con menor incidencia, las voces oficialistas que recomiendan bajar el volumen a la confrontación.
El planificado cruce de la raya entre democracia y dictadura es una victoria de las corrientes más duras, interesadas en una radicalización por motivos que no son enteramente revolucionarios. La involución reafirma la vocación de actuar fuera y contra la Constitución, de acentuar el desconocimiento de Alcaldes y Gobernadores que no sean sumisos al Presidente, quebrar a los líderes críticos dentro y fuera del proceso, imponer el temor general y bloquear el funcionamiento de los resortes democráticos de la sociedad.
Un Estado cuyos diversos poderes públicos carecen de autonomía frente al Ejecutivo, cuyos niveles regionales y locales son despojados de funciones y recursos, que renuncia a formular un interés general y se convierte en una máquina de agresiones es incongruente con cualquier clase de democracia.
En vez de admitir el control social sobre los actos del Estado, consagra el control del Estado sobre los actos de la sociedad.
Sin embargo, en medio de tensiones y contradicciones, se mantendrán ciertas concesiones democráticas administradas según criterios tácticos. Pese a la sustitución del consenso y la negociación por una visión bélica de la política, a la consolidación de su naturaleza militar, es todavía impensable que el régimen degenere hacia comportamientos similares a las de las viejas dictaduras del pasado. La copia de los modelos socialistas totalitarios proyectará inevitablemente sus formas opresivas en el siglo XXI.
Existe conciencia en evitar conductas que sean funcionales a una ofensiva que contiene una gran provocación junto a la efectiva vuelta de tuerca para imponer una hegemonía excluyente y de larga duración. Pero no hay todavía claridad en cuáles sean ellas y en cómo llevarlas a la práctica.
Quienes pensamos en la renovación y fortalecimiento de los partidos como una de las herramientas de resistencia a esa sociedad de derechos reducidos, pensamos que ellos deben asumir el enorme desafío de reorientar esa confrontación entre alternativas de justicia social y democracia real versus Estado absolutista. No es una pelea de una parte del país contra la otra sino del conjunto de la sociedad contra el verdadero contendor, el Estado como máquina de agresión. Es difícil, en medio de la lucha que hay que proseguir, encontrar las respuestas. En lo inmediato, alejar el pesimismo y la desmoralización podría ser la punta de un éxito. Tal Cual
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