Todavía hay dirigentes másenganchados en el guión conflictivo de Chávez que dedicados a fortalecer iniciativas, espacios y prácticas necesarias para renovar la democracia. Lo primero no implica necesariamente lo segundo. Particularmente si quienes libran esas luchas incurren en intolerancias semejantes a las que pretenden combatir.
En medio de una importante decisión sobre si se da luz verde o se frena la obsesión presidencial de perpetuarse en el poder, cabe preguntarse si el prejuicio antichavista continúa operando como contención de los cambios de opinión dentro de los partidarios del proceso. Especialmente si sabemos que la polarización extrema busca, además de intimidar a la oposición, cohesionar y movilizar a ese sector que aunque proclive al Presidente tiende, en situaciones normales, a permanecer en la reserva.
El grito de guerra que devuelve y refuerza la rabia agresiva del otro no favorece la reunificación del país ni el avance hacia una convivencia distinta a la servidumbre al pensamiento único. Crear dos bloques enfrentados a muerte, según la lógica bélica de que el triunfo de uno implica la liquidación del otro, es renunciar a ser alternativos.
Es cierto que en cada hemisferio de esa Venezuela de los dos 40% existe un lecho de roca que mezcla convicciones y fanatismos.
La validez y legitimidad del otro no toma más campo porque lo obstruye una jungla de ataques prefabricados. Pero en el conjunto subsiste el substrato democrático suficiente para aceptar que pensar distinto no es razón para perder derechos. La división pasará a ser separación menos tajante cuando ambas partes sean capaces de redescubrir que en la otra hay aspectos positivos.
No es casual que la comunicación se esté restableciendo desde las bases. Allí la mayoría comparte problemas que afectan a todos por igual y demanda soluciones basadas en beneficios comunes. Se permea entonces una atmósfera receptiva, una apertura al intercambio de razones y al examen de lo que justifica el punto de vista contrario.
No se trata de ninismos o buenos modales cívicos. La difusión de este clima es lo que intenta bloquear y hacer desaparecer el actual discurso presidencial. Su objetivo es quebrar el consenso social implícito en el arco variado de rechazo y disgusto que suscita la idea de reelección continua. Más en un país mayoritariamente más joven y culturalmente acostumbrado a la rotación de los cargos como se practica tan naturalmente en el movimiento estudiantil.
Ayudar a que este debate se propague en la acera de enfrente es imprescindible para pasar de enemigos a adversarios. Indispensable para romper el cerco que convierte ideas en delitos y toda propuesta distinta a la oficial en traición.
La sociedad de todos no prosperará sin intercambios mínimos y dentro de la obediencia a normas imperativas como la Constitución Nacional. Ni lo uno ni lo otro lo ha querido hasta ahora el Presidente. ¿Lo desea efectivamente toda la oposición?
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