¿Creerá de verdad el Gobierno que en Venezuela se está gestando, o es capaz de gestarse, un movimiento político separatista? Mientras intentaba escoger el tema al que me iba a ocupar esta semana, había decidido dejar pasar esta cantinflada que adoba el transcurrir de la opinión pública nacional.
Desistí en el intento una vez que pude constatar que, con el paso de los días, la parábola había quedado completa: como nadie les estaba haciendo caso, en la Asamblea Nacional el oficialismo había decido incluir el punto en su agenda de discusiones, mientras un vocero parlamentario especialmente cómico, Mario Isea, decretaba orgulloso que la agenda secesionista de la oposición "había sido derrotada".
Respondía de esta forma el oficialismo una iniciativa que, en rigor, no había sido adelantada por nadie. Acosado por los periodistas, el pobre Willian Lara tuvo que terminar por reconocer que "no se acordaba" de como era que se llamaba el nombre del puñado de personas que, en algún momento de 2005, había llegado a proponer una agenda autonomista para el estado Zulia.
No hay ninguna agenda oculta respecto al desarrollo de un proyecto separatista en el país por una razón muy sencilla: no hay nadie que lo esté pidiendo. No hay, a este respecto, clientela política a la cual complacer.
Estamos habitando una nación con especificidades que son apenas matices de la venezolanidad, debajo de los cuales no hay sentimiento nacional alguno. Toda la mitología que acompaña el regionalismo zuliano no es sino eso: un largo anecdotario de cánticos al sol y al entorno aderezado con gaitas, sin relieves históricos, sin expresiones políticas y sin soportes conceptuales.
Todo proyecto secesionista o soberanista -croatas en la antigua Yugoslavia; vascos y catalanes en España; albanses en Kosovo; flamencos en Bélgica, francófonos en Canadá- tiene los pies colocados en un robusto sentimiento popular, que con frecuencia descansa en las particularidades raciales, religiosas y lingüísticas añejados en largas tradiciones. Aspiraciones recogidas en libros, interpretadas por las élites intelectuales de turno, que tienen aspiraciones de siglos y expresiones cotidianas permanentes Por eso mismo es tan difícil no contener la risa escuchar a Eva Gollinger argumentar que la independencia kosovar era otra ofrenda del Departamento de Estado a los males de la humanidad. Es probable que Gollinger ni siquiera sea capaz de ubicar a Albania en un mapa.
La idea de organizar los estados nacionales en estructuras federales o confederales no responde, al interés específico de los gobiernos de rebanar sus países para entregarle felices sus restos a las multinacionales.
Son soluciones políticas que ensayan los estados nacionales para reducir sus tensiones internas y para mejorar los márgenes de gobernabilidad. En algunos casos obedecen a desajustes históricos y rivalidades.
En América Latina hay algunos casos interesantes. Argentina, México y Brasil son naciones de una generosa estructura federal. Por mucho que la agenda independentista sea una causa perdida, el estado libre asociado de Puerto Rico no termina de confederarse en los Estados Unidos en virtud de un robusto sentimiento nacional que, por muchos motivos, sólo tiene expresión electoral autonomista.
Son, pues, los miles de matices que ocupan los rincones de este cochino mundo. En el mundo, amigo chavista, se cuecen algo más que amenazas imperiales.
Tal Cual digital.com
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