Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Bolivia: el espejo roto del progresismo regional


El triunfo de Rodrigo Paz marca el cierre de un ciclo histórico del Movimiento al Socialismo (MAS) y abre un nuevo capítulo político y económico en Bolivia y la región. Su promesa de un “capitalismo para todos” desafió el modelo estatal y centralista de la izquierda progresista y redefinió el debate económico en América Latina de un capitalismo con sentido social. Más que una elección, fue el fin de una era.

Durante casi dos décadas, el MAS encarnó la identidad política de la izquierda latinoamericana y del socialismo del siglo XXI. Bajo Evo Morales, Bolivia nacionalizó sus recursos, redujo la pobreza y consolidó un Estado fuerte. Fue el ejemplo de que la redistribución podía convivir con el crecimiento. Sin embargo, el modelo se agotó. La dependencia del gas, el aumento del gasto público y la falta de diversificación económica transformaron el éxito inicial en estancamiento.

La derrota del MAS es, en ese sentido, la consecuencia natural de un modelo que dejó de responder a las expectativas de una sociedad más exigente. El impacto trasciende las fronteras. La caída del MAS golpea no solo al Socialismo del Siglo XXI sino al progresismo regional, que pierde uno de sus referentes históricos. Para la izquierda latinoamericana, el resultado contundente es una advertencia: los ciudadanos ya no votan por discursos épicos, sino por resultados concretos. La justicia social sin eficiencia económica ha dejado de ser viable políticamente.

Las diferencias que se contraponen en Bolivia no es sólo ideológica sino también de metodología. Mientras el MAS apostó por la centralización del gasto y el control político de los recursos, Paz propuso descentralizar y estimular la producción desde las regiones y municipios. Donde la izquierda priorizó subsidios generalizados, Paz planteó focalizar la asistencia social y liberar precios distorsionados, buscando sostenibilidad fiscal. Mientras el MAS apostó por la centralización del gasto y el control político de los recursos, Paz propuso descentralizar y estimular la producción desde las regiones y municipios.

Esta visión refleja una tendencia regional: la aparición de un nuevo centrismo económico latinoamericano, que no niega la protección social, pero exige estabilidad macro y resultados medibles. La derrota del MAS despoja a la izquierda latinoamericana de uno de sus pilares históricos. Bolivia fue, durante años, la demostración tangible de que era posible combinar crecimiento, soberanía nacional y redistribución. Su caída revela una verdad incómodasin eficiencia económica, la justicia social se vuelve insostenible.

Para las izquierdas de la región en Colombia, Brasil, Chile o México, el mensaje es contundente. Los votantes no castigan las banderas sociales, pero sí el mal manejo económico, la inflación, la corrupción o la falta de transparencia. La narrativa antiimperialista y el discurso simbólico sobre “el pueblo” ya no bastan para retener el poder frente a una ciudadanía que valora la gestión técnica, el empleo y la seguridad. 

Bolivia se convirtió así en una advertencia moral: el progresismo que se burocratiza, se encierra o se estanca, termina perdiendo su alma transformadora. La izquierda latinoamericana enfrenta ahora tres dilemas estratégicoscómo combinar justicia social con sostenibilidad fiscal, cómo renovar liderazgos sin depender de figuras carismáticas y cómo reconectarse con las clases medias urbanas que fueron las principales beneficiarias del progreso pasado y hoy se sienten abandonadas.

La derrota del MAS resuena en toda América Latina. No solo porque Bolivia era un símbolo del “socialismo del siglo XXI”, sino porque su caída evidencia el fin de una etapa. La derrota del Movimiento al Socialismo en Bolivia no fue solo el final de un gobierno: fue el cierre de un ciclo político que simbolizaba la fuerza moral y el éxito práctico del progresismo latinoamericano. Su caída, por tanto, tiene un peso mayor que el resultado electoral: marcó la pérdida de uno de los pilares fundamentales de la legitimidad del progresismo regional.

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