Comienza el año escolar en Venezuela y desde ya el ámbito educativo del país se ve marcado desde el inicio por una nueva discusión, que quizás a lo largo del presente periodo 2025-2026 sea la nueva polémica que dividirá a la comunidad estudiantil, padres, representantes, docentes y autoridades nacionales.

El ministro para la Educación, Héctor Rodríguez, propuso un cambio radical: eliminar las tareas escolares que los alumnos llevan a casa, pues considera que son un factor discordante en los hogares.

La idea, que presentó durante la clausura de un plan de formación docente el pasado viernes 12 de septiembre, no es un mandato inmediato, sino el arranque de un «debate nacional» que busca «repensar el sistema educativo venezolano desde la perspectiva del bienestar de niños y familias».

«Muchos me han propuesto esta idea, tal como han hecho otros países con buenos resultados», dijo el ministro en su alocución transmitida por Venezolana de Televisión (VNTV). Según él, estas actividades extracurriculares generan estrés en los estudiantes, que a menudo terminan en discusiones familiares o incluso en «factores de violencia en el hogar», especialmente en contextos donde los padres luchan por equilibrar trabajo y apoyo escolar.

Eliminar no, replantear sí

La reacción no se hizo esperar. En redes sociales y entre padres de familias, la propuesta divide opiniones. Algunos celebran la posibilidad de más tiempo para el juego y el descanso al argumentar que en hogares humildes las tareas agravan desigualdades, ya que no todos tienen acceso a recursos o supervisión adecuada.

Otros, como asociaciones y expertos docentes, advierten que eliminarlas por completo podría diluir la responsabilidad del aprendizaje autónomo.

«Nunca está de más reflexionar sobre las prácticas pedagógicas, pero una cosa es revisar el tipo de tareas que se envían y tal vez hay tareas que están por encima de las posibilidades de los alumnos, y otra cosa es eliminarlas. Las tareas son necesarias para reforzar lo trabajado en aula, para que el maestro chequee si se entendió lo trabajado, por ejemplo, y también para aplicar lo trabajado, y para que los conocimientos pasen de la memoria de corto plazo, esos que se olvidan de una vez y pasen a la memoria de mediano plazo», afirma la experimentada docente Luisa Pernalete, miembro del Centro de Formación e Investigación de Fe y Alegría.

Pernalete, con más de 50 años de ejercicio docente, sostiene que las tareas pueden estimular la creatividad de los alumnos, entre otras cosas. «Estoy de acuerdo en revisarlas, pero para mejorar, no eliminarlas. No sé si generan estrés en los padres. Los padres pueden ayudar, pero no hacerlas», agregó en entrevista con Efecto Cocuyo.

Asimismo, Lila Vega, miembro activo de la Red de Madres, Padres y Representantes, subrayó la relevancia de garantizar tiempo libre para los niños, siempre que se gestione de manera equilibrada.

«El estrés no es inherentemente negativo; lo perjudicial es enfrentarse a un desafío sin las herramientas necesarias para superarlo. Si asignan una tarea sobre un tema que no se explicó en clase, el resultado es frustración, porque el niño carece de los recursos para resolverla. Sin embargo, esforzarse por alcanzar un objetivo es algo positivo, forma parte del desarrollo y fortalece el carácter. La vida no siempre es sencilla, y aprender a poner esfuerzo es fundamental», expresó.

Vega destacó que las tareas son una herramienta clave para que los docentes puedan medir el nivel de comprensión de sus estudiantes y ajustar sus métodos de enseñanza según las necesidades detectadas.

Países que han reducido o eliminado tareas

Varios sistemas educativos alrededor del globo han experimentado con la supresión de tareas para el hogar, impulsados por estudios que cuestionan su efectividad en etapas tempranas y su rol en el burnout infantil.

Aunque no hay un consenso global –y la ONU nunca ha ordenado una prohibición, como circuló falsamente en redes hace unos años–, estos casos ofrecen lecciones valiosas.

En Finlandia, pionera en reformas educativas, las tareas son mínimas o inexistentes en primaria, limitadas a 10-20 minutos diarios en secundaria. Este enfoque, que privilegia el juego, el descanso y el aprendizaje colaborativo en el aula, ha catapultado al país al tope de los rankings PISA desde hace dos décadas.

Los finlandeses argumentan que menos presión en casa fomenta la motivación intrínseca y reduce desigualdades; los niños duermen más y participan en actividades extracurriculares, lo que se traduce en mejor comprensión lectora y menor estrés. Sin embargo, no es una ley estricta: depende de la discreción de los maestros.

Francia fue más audaz: En 1956, un decreto prohibió las tareas escritas para alumnos de primaria, con el fin de equilibrar la carga escolar y familiar. Aunque la medida no se cumplió al pie de la letra en todos los colegios –y ha habido debates cíclicos, como en 2012 cuando padres impulsaron una «revolución de los deberes»–, el espíritu persiste: se priorizan lecturas recomendadas o proyectos en clase.

Estudios locales muestran que esto ha mejorado la convivencia familiar y el rendimiento en humanidades, aunque críticos señalan que en secundaria las tareas siguen siendo inevitables para preparar exámenes nacionales.

En Bélgica, el Observatorio de la Infancia ha promovido experimentos como «un mes sin deberes» desde 2013, ampliando la jornada escolar para completar trabajos en el centro. El resultado: alumnos más relajados y notas estables o superiores en matemáticas y ciencias, según informes del gobierno.

No es una eliminación total, pero sí una reducción drástica, que ha inspirado campañas anti-tareas en Europa.

También en América

Fuera del Viejo Continente, California (EE.UU.) vio en 2016 cómo distritos escolares como Los Ángeles optaron por prohibir tareas en primaria para combatir el estrés y la brecha socioeconómica. En lugar de ejercicios repetitivos, se fomenta la lectura voluntaria de 15-20 minutos. Un estudio de la Universidad de Stanford respaldó esto: los niños ganaron en bienestar emocional sin perder en logros académicos.

Similarmente, en Santiago de Chile, desde 2016, algunas escuelas municipales eliminaron tareas para bajos ingresos, reemplazándolas por tutorías en el horario escolar. Chile, con una de las jornadas más largas (más de 1.000 horas anuales de clases), vio mejoras en la equidad y la retención estudiantil, aunque el cambio no es nacional.

Estos ejemplos no son perfectos –en países como Italia o Rusia, donde las tareas superan las 8 horas semanales, persisten críticas por sobrecarga–, pero comparten un patrón: priorizar el equilibrio sobre la repetición mecánica. En Venezuela, donde el sistema enfrenta deserción y brechas por la crisis, la propuesta de Rodríguez podría inspirarse en ellos, pero adaptada a la realidad local. El debate apenas comienza; solo el tiempo dirá si las tareas, ese viejo compañero de la mochila, quedarán en el pasado.

Fuente del contexto: revista virtual Portal Educativo

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