
Cuando la propaganda suplanta a la historia y el dogma reemplaza a la razón, lo que se impone no es la política sino el mito. Venezuela no escapó a esa lógica perversa. Durante más de dos décadas, una revolución de opereta se disfrazó de redención popular mientras desmontaba la república pieza por pieza. En ese escenario de ficciones cuidadosamente ensambladas, El oscuro mito chavista, libro recién publicado por el académico Óscar Battaglini, irrumpe como una autopsia intelectual: desmonta el relato, exhibe sus trampas y deja al descubierto la anatomía de la estafa.
Ya disponible en Amazon —dato que no debe espantar al lector suspicaz sino más bien animarlo—, el libro llega con elementos que podrían hacer pensar en una operación editorial más ambiciosa: una portada del caricaturista Fernando Pinilla, una presentación a cargo de Pablo López Ulacio, director del semanario La Razón, y un prólogo del filósofo y analista Fernando Rodríguez. Pero lejos del oropel, lo que sostiene la obra es una investigación sólida, extensa, rigurosamente documentada, que echa mano de la historia para desenmascarar un presente convertido en tragedia.
Battaglini no escribió un panfleto ni un ajuste de cuentas. Lo suyo es más incómodo: una lectura estructural del chavismo como dispositivo de dominación simbólica y política. Su mérito consiste en devolverle espesor analítico a un fenómeno que ha sido reducido, por unos y otros, a caricatura. El chavismo no fue solo un caudillo uniformado ni una maquinaria de corrupción rampante; fue, y sigue siendo, un relato cuidadosamente construido, con raíces que se hunden en el barro del militarismo decimonónico, el resentimiento social y una cultura política autoritaria que, por lo visto, no ha terminado de morir.
El oscuro mito chavista no se limita a denunciar —eso ya se ha hecho hasta el hartazgo—, sino que explica, y allí está su valor. ¿Cómo fue posible que se aceptara como “revolución” una restauración del gomecismo con retórica izquierdista? ¿Por qué tantos intelectuales se prestaron para bendecir, sin pudor, una experiencia que concentraba poder, anulaba la disidencia y degradaba a la ciudadanía? ¿Qué hace que, todavía hoy, después de la ruina, haya quienes se aferren al mito con fe de carbonero? Battaglini ofrece pistas, cruza fuentes, propone hipótesis. No sermonea: interroga.
La obra cumple además una función urgente en estos tiempos de desmemoria programada. En un país donde la pedagogía política ha sido sustituida por la propaganda emotiva, recordar con precisión se ha vuelto un acto de resistencia. Y este libro se suma a esa resistencia desde el terreno más incómodo para los demagogos: el de los hechos. Contra el delirio refundacional del chavismo, Battaglini esgrime la historia como antídoto.
El lector encontrará, a lo largo de sus páginas, una taxonomía minuciosa de la estafa, no sólo electoral —al que ya estamos resignados—, sino conceptual. La estafa de haber vendido como “proceso popular” una dinámica profundamente autoritaria. La estafa de haber suplantado ciudadanía por pleitesía, crítica por consignas, Estado por partido, justicia por venganza. Una estafa integral, metódica, que logró convencer al país de que se liberaba mientras lo encadenaban con mayor eficacia.
Quizás lo más perturbador del libro —y a la vez lo más valioso— sea su capacidad para mostrar que el chavismo no fue un accidente, sino una consecuencia. No cayó del cielo en 1999: venía gestándose desde mucho antes, en la cultura política del rentismo, la verticalidad militar, la obediencia ciega y el analfabetismo democrático que nunca nos abandonó del todo.
Por eso El oscuro mito chavista no es un texto para convencidos, sino para aquellos dispuestos a pensar, a revisar, incluso a cuestionar sus propias convicciones. Un país devastado moral e institucionalmente no se reconstruye con entusiasmo ni con buenas intenciones: se reconstruye con lucidez, y este libro aporta una buena dosis de ella.
Óscar Battaglini, con tono sereno y pluma afilada, ha entregado una obra que incomoda —como debe hacerlo toda obra seria—. En medio del coro de eslóganes vacíos y resignaciones envueltas en celofán electoral, su diagnóstico resulta más necesario que nunca. Porque desmontar la estafa es, quizás, el primer paso para desembrujarse.
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