Servando y Florentino Primera, ambos hijos del fallecido bardo que el chavismo tomó para sí como emblema, Alí Primera, y ambos también ídolos juveniles de los años 90, desfilaban sobre el terreno de juego. Eran los invitados especiales para el cierre del evento del día, la final de la llamada Liga Monumental de fútbol. Cantaron sus grandes éxitos. Animaron. Entregaron uno de los trofeos. Hicieron lo suyo ante un público que no alcanzaba a llenar las localidades del recinto.
Presentes estaban otras celebridades del mundillo de los influenciadores en la Venezuela 2.0, desde el fisicoculturista Gianpiero El cubito Fusco, hasta los humoristas Breinel Zambrano, La Titi, y Andrés Gómez, Tito 10.
Más que el resultado del partido -el triunfo y el título fueron para un equipo sugestivamente llamado La Cosa Nostra-, lo que importaba era el show. La ocasión sirvió como broche de oro para un campeonato apenas oficioso, pues no contaba con la sanción de la Federación Venezolana de Fútbol (FVF), por el que, desde el 15 de mayo, habían pasado antiguos astros del fútbol internacional, como los españoles Carles Puyol y José María Guti Gutiérrez, Marcelo Vieira, Marcelo, de Brasil, el neerlandés Clarence Seedorf, entre otros.
En efecto, durante poco más de un mes, el espectáculo fue monumental, aunque este adjetivo no se correspondiera con la magra asistencia que consiguió atraer.
Sin embargo, durante esas semanas, la Liga Monumental cumplió con la visión y misión que se detalla en su canal de YouTube: “Ofrecer un espectáculo de entretenimiento y buen fútbol en un escenario poco convencional, un estadio de béisbol (…) lo más llamativo de este nuevo campeonato son sus reglas atípicas, para el juego del deporte, las cuales mantienen el interés, la emoción en cada competición y el entretenimiento en el estadio”.
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