Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

lunes, 11 de agosto de 2025

Fernando Mires: Europa acosada




La idea de Occidente ya no es un ideal. O puede que lo sea desde un punto de vista meramente cultural. Desde el punto de vista político, ha llegado a ser una realidad fragmentada. El solo hecho de que el presidente del país considerado guardián de Occidente no manifieste ningún interés por defender la democracia occidental a nivel global, es significativo. Nótese: Trump, a diferencia de todos los presidentes habidos en los Estados Unidos, nunca pronuncia la palabra Occidente. Para él solo existe América, el Norte de América, y nada más. Un norte cuyo norte es hacer a América Grande otra vez.

Trump es antes que nada un nacionalista, una nacionalista económico, y muy poco más. De ahí que, desde que asumió su segundo mandato, lo que estamos viendo cada día son intentos para hacer de los Estados Unidos un país económicamente poderoso aunque sea al precio de hacer de Occidente una unidad geoestratégica, repetimos, fragmentada y, por lo mismo, debilitada. La máxima culturalista de un Samuel Huntington, “todos contra Occidente“ ya ha perdido vigencia. Hoy existen naciones culturalmente occidentalizadas pero políticamente des-occidentalizadas. O lo que es lo mismo: des-democratizadas. No sería la primera vez que Occidente genera sus propias negaciones. Así como ayer Occidente produjo el nacional-socialismo, hoy produce el nacional-populismo en sus dos versiones: izquierdistas y derechistas.

No se trata -hay que reiterar- de la decadencia de una cultura de acuerdo con las profecías de un Spengler o un Toymbee. Más bien, la que llamamos cultura occidental, se ha expandido a escala mundial. El hecho de que el mandatario chino Xi Jinping concurra a reuniones internacionales con terno y corbata, podría ser un detalle. Pero es un detalle muy significativo. A través de la moda Xi nos está diciendo que él viste, y quizás vive, como un occidental moderno. Los chinos y los rusos tararean canciones occidentales, ven cine occidental, visten como occidentales y hasta en las zonas ayer prohibidas del amor, son occidentales. El triunfo tecnocientífico, literario, cultural es de Occidente. Sin embargo, y esto es lo notable: la occidentalización cultural del mundo está marchando en dirección opuesta a su occidentalización política. Desde el punto de vista político lo que vemos es más bien una des-occidentalización; léase: des-democratización de Occidente.

Esa es una paradoja: mientras más son los países que asumen los valores tecnológicos y culturales de Occidente, más son los países que están experimentando un proceso de des-occidentalización de la política y por consiguiente incorporando formas de gobiernos autoritarias, autocráticas e incluso dictatoriales en sus gobiernos. Marine Le Pen en Francia, y sobre todo Alice Waidel en Alemania, por poner solo dos ejemplos, introducen en sus modos de vida privada elementos ultraliberales, incluso, como es el caso de Weidel, un declarado y orgulloso lesbianismo. Pero a la vez ambas son y se declaran enemigas del liberalismo democrático y político, es decir, de la democracia occidental.

La contradicción entre capitalismo y comunismo ha quedado muy atrás. Hoy la contradicción primordial es la que se da entre democracia y autocracia. La forma económica cuenta solo para los marxistas de ayer y para los trumpistas de hoy. Para la mayoría de los seres pensantes, en cambio, el dilema es entre capitalismo con democracia y capitalismo sin democracia. Y bien, siguiendo la ruta trazada por esa contradicción, podemos decir que la democracia como forma de vida, como forma política y como forma de gobierno, ha venido experimentando, en lo que va de este siglo, fuertes retrocesos. ¿Hacia dónde? No hacia el pasado sino hacia un futuro que no sabemos como será. Probablemente experimentará muchos más retrocesos si el trumpismo en ver de un gobierno ocasional llega a ser un nuevo modo de dominación política. La declaración de Trump relativa a que su sucesor en el poder será, con toda probabilidad, el fanático fundamentalista cristiano J.D. Vance, no hace augurar nada bueno para el futuro de la democracia, ni norteamericana ni a nivel global.

Nos encontramos en un periodo de retroceso de la democracia; de eso no cabe duda. Ahora, si ese proceso será irreversible, no podemos decirlo todavía. Baste recordar que después que se vino abajo, con todo lo que simbolizaba, el muro de Berlín, a muchos pareció que la democracia continuaría expandiéndose de un modo irreversible. Ahora creo que en las ciencias políticas y sociales la palabra irreversibilidad debería ser prohibida.

Si nos atrevemos a pensar en futuros inmediatos, todos los que adherimos a la democracia política tenemos razones para preocuparnos. No quiero decir que el mundo que viene será definitivamente dictatorial. Pero es imposible no pensar que, por lo menos la forma de democracia que todos conocemos, vale decir, la democracia liberal, constitucional e institucional, podría estar llegando a su modo agónico de ser. La razón de este temor es que los países pilares de la construcción democrática, los Estados Unidos y los de Europa, muestran trizaduras políticas imposible de silenciar.

Todos sabemos que ni Trump ni Vance son muy democráticos. También sabemos que la Unión Europea, concebida desde los tiempos de Adenauer, De Gasperi, Monett, Churchill, como una alianza de democracias, alberga hoy en su interior a regímenes abiertamente autoritarios, agregando a otros en donde los regímenes y movimientos anti-democráticos avanzan a paso de vencedores. Mencionemos a Eslovaquia, Hungría, Serbia. Pero sobre todo mencionemos a Polonia, país en donde la ultraderecha del PiS amenaza con regresar, pero esta vez arrastrando a sectores anti-europeos que se encuentran más cerca de Rusia que de Inglaterra, Alemania o Francia.

Cuando la coalición democrática polaca se organizó en torno a la figura de Donald Tusk, muchos esperábamos un regreso de Polonia a la democracia occidental. Hoy, con la llegada de Karol Navrocki a la presidencia, las fuerzas untramontanas comandadas por el PiS se han radicalizado aún más hacia la derecha, en torno a una combinación extrema cuya conducción es ejercida por la Confederación de Sławomir Mentzen a la que el reconocido autor Slawomir Sierakowski no vacila en calificar como “fascista”.

Putin, mirando con sus ojos de zorro puede estar tranquilo. Pronto tendrá más aliados que los que hoy tiene, debe pensar. El tiempo juega a su favor, y él lo sabe. Todos los movimientos, partidos no democráticos y antidemocráticos europeos son pro-rusos, díganse estos de izquierda o de derecha. Más todavía: Putin maneja fichas al interior de los propios partidos de centro. Dentro de la socialdemocracia alemana, para poner un solo ejemplo, existe una fracción pro-Putin la que ni siquiera disimula sus inclinaciones anti-europeas. Recientemente han publicado un Manifiesto definitivamente antiucraniano y pro-ruso. Parlamentarios y dirigentes del partido “socialista” viajan todos los meses a Rusia, aduciendo por cierto, que van a “trabajar a favor de la paz”.

Las ultraderechas europeas, putinistas y trumpistas a la vez, están financiadas y apoyadas por Rusia y/o por los Estados Unidos. En ese sentido podemos afirmar que Europa se encuentra acosada, ya sea desde fuera, por Putin y sus amenazas de extender la guerra de Ucrania al resto de Europa, ya sea desde dentro, por el crecimiento de las oposiciones nacional-populistas que agitan el por ellos llamado “peligro migratorio” frente al cual los gobiernos democráticos no logran acordar una política común, entre otras cosas, porque ese llamado “peligro”, crece cada día más y más.

La migración puede ser considerada como el detonante de los miedos, a veces histerias, que aparecen con agresiva furia entre las víctimas de un proceso acelerado de digitalización que destruye puestos de trabajo propios al capitalismo industrial clásico. En ese periodo de transición entre dos modos de producción, el industrial en franco retroceso, y el digital, en franco avance, hay una zona oscura. Miedo hacia un futuro desconocido. Miedo a perder posiciones en el escalafón social. Miedo a romper con lazos tradicionales e incluso familiares. Miedo a ser teledirigidos por una maquinaria global situada en el espacio cósmico. A ese conjunto de miedos lo hemos llamado en otras ocasiones “miedo flotante”. Ahora bien, ese es el mismo miedo que ha sido condensado por los partidos nacional-populistas, en un solo miedo: Miedo a las inundaciones humanas quem en analogía con los bárbaros que acosaban a la antigua Roma, avanzan, como atilas posmodernos, hacia las ciudades europeas para -de acuerdo al discurso nacional-populista- saquearlas e imponernos formas incivilizadas de vida. Los miembros de AfD en Alemania ya hablan sin cortapisas de re-migración (léase, deportaciones) asustando a la propia Marine Le Pen, más cauta que sus enardecidos aliados alemanes.

Las migraciones que estamos viviendo son las más numerosas en la historia de la humanidad. Pero hay que diferenciar. Existen sin duda las que provienen de catástrofes naturales o de despiadadas guerras incontrolables como las de Sudán y Yemen (a las que a casi nadie interesan demasiado porque no ven en ellas la mano de ninguna de las tres potencias: Estados Unidos, Rusia, China); o de la enorme cantidad de dictaduras tribales que asoman en África. Sin embargo, no debemos olvidar que también hay migraciones inducidas, en especial por Estados Unidos y Rusia. Europa ha debido pagar caro por ellas. Miles, millones, de refugiados que llegan desde el Oriente Medio, se los debe Europa a naciones como Estados Unidos, Israel, Rusia, Turquía. Las columnas de iraquíes afganos que avanzan a Europa a fin de sobrevivir, han sido víctimas de guerras provocadas por los Estados Unidos. La población palestina que ahora comenzará a llegar en masas, habrá que inscribirlas en las cuentas de Trump y Netanyahu. Los miles y miles de sirios que huyeron de ciudades destruidas por los aviones de Putin, como Homs, Alepo y Damasco, pertenecen al inventario de Putin. Las caravanas de kurdos al de Erdogan. Solo muy pocos de esos pobres seres cruzan el Atlántico a buscar refugio en los Estados Unidos. Y a Rusia, por supuesto, nunca irá nadie. Todo lo contrario, hoy las ciudades europeas están llenas de refugiados rusos y ucranianos. La diferencia es que no se notan demasiado: la mayoría son rubios y, no pocos, cristianos o judíos.

En lo que se refiere al acoso externo, el principal por ahora está situado en la guerra de invasión rusa a Ucrania. En verdad, una guerra de Rusia a Europa que hoy tiene lugar en Ucrania, un país independiente, soberano y europeo de acuerdo a la voluntad popular expresada en mayoría abrumadora en el plebiscito que tuvo lugar el 1991. No se trata entonces, como dicen los defensores de Putin, de que Putin atacó a Ucrania al sentirse sitiado por la OTAN. El ataque a Ucrania había comenzado el 2014 cuando Putin se apoderó de Crimea. En un panfleto muy divulgado Putin defendió la tesis de que la anexión de Ucrania debería tener lugar debido a lazos étnicos, culturales e incluso religiosos que unen a Ucrania con Rusia. La OTAN había crecido, pero no en contra de Rusia sino accediendo a las peticiones de gobiernos que durante el comunismo fueron miembros del imperio soviético. Todo son hechos muy conocidos y no vale la pena insistir sobre ellos. Lo que sí interesa destacar aquí es el carácter anti-europeo que concedió Putin a su guerra de expansión. Esa es la razón por la cual los mejores geoestrategas de Europa han advertido a los gobiernos del continente que, rearmarse -sobre todo en tiempo en los que no se puede confiar como antes en la ayuda norteamericana- es un imperativo categórico.

Europa debe aprender a defenderse a sí misma. Y bien, eso es lo que está haciendo en estos momentos. “La realidad está formando una nueva Europa” titula Joschka Fischer a su más reciente artículo. Tiene razón. La guerra a Ucrania y las que probablemente vendrán desde Rusia serán, antes que nada, guerras anti-europeas. La conversión de Europa en potencia militar es inevitable si Europa quiere seguir existiendo. No obstante, esa es solo una parte del problema, y esa, lamentablemente, no la mencionan observadores como el mismo Joschka Fischer. El acoso de Rusia a Europa es doble: viene de afuera y viene de adentro.

El acoso de afuera es predominantemente militar; el de adentro es predominantemente político. Imaginemos por ejemplo que en Francia, con la ayuda indirecta de la izquierda, Reagrupación Nacional de Le Pen logra hacerse del gobierno; ese triunfo sería política y militarmente decisivo para Putin. Con la deserción militar y política de un país como Francia, las puertas políticas comenzarían a abrirse para Rusia, y Putin podría estar muy cerca de realizar su sueño dorado: el de anexar a todos los territorios que ayer fueron parte del imperio soviético. En este caso Putin, si logra llevar a cabo la ocupación por vía política, no necesitaría atacar con tropas a los países europeos como ya sucedió en Bielorrusia, Chechenia y Georgia.

Por cierto, soy consciente de que todo lo dicho aparece en esos momentos como una simple distopía. Sin embargo, y esto es lo grave, esa distopía es la utopía de Putin. No quiere decir que esa utopía vaya a tener lugar; pero los daños que pueden causar los intentos por imponerla, pueden ser terribles.

¿Cómo evitar una derrota militar frente a Rusia y al mismo tiempo derrotar políticamente al interior de cada país a los enemigos de la democracia constitucional, los que cada vez están más cerca del poder europeo? Esa es la pregunta; una que si bien no es ignorada, tampoco puede ser por nadie respondida.

Referencias:

Sławomir Sierakowski – FASCISMO EN LAS PUERTAS DE POLONIA

Joschka Fischer – LA REALIDAD ESTÁ FORMANDO UNA NUEVA EUROPA

Fernando Mires – ¿OCASO DE OCCIDENTE?

https://www.costadelsolfm.org/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario