Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

lunes, 7 de julio de 2025

¿Tendemos naturalmente los seres humanos a la corrupción?, la ciencia lo explica


La corrupción es uno de los peores daños que se pueden hacer a las sociedades democráticas. El mal uso de la autoridad, de los derechos o de las oportunidades que nos otorga el ejercicio del poder es contrario a la ley y a los principios morales. Pero la realidad es que se produce una y otra vez.

¿Cuándo (y cómo) nace este impulso amoral dentro del cerebro? ¿Somos, acaso, seres con una tendencia innata a la corrupción?

Anticipemos la respuesta alejando fatalismos: la corrupción no es una enfermedad y, desde luego, no es inevitable.

La neurociencia ha empezado a explorar cómo el poder político y el contexto institucional influyen en la actividad cerebral asociada a decisiones corruptas o inmorales. En un cerebro sano, la tentación de adoptar un comportamiento corrupto debería crear un conflicto entre el deber y la acción. Así, a los estímulos que incentivan la conducta corrupta, como obtener beneficios personales abusando de una situación ventajosa, se contrapondrían elementos disuasorios, como el miedo a un posible castigo.

Ante este dilema, ¿se podría anticipar qué inclinará la balanza hacia un lado o hacia el otro en cada individuo?

Existen datos que indican que «caer en la tentación» o sucumbir a la corrupción requiere la intervención de varios sistemas cerebrales. Los circuitos que regulan la recompensa, el autocontrol y la evaluación moral de los comportamientos personales son los más afectados.

Como resultado, cada vez que una acción corrupta (por ejemplo, un soborno sustancioso) se produce con éxito, se refuerza la conexión entre las neuronas que favorecen que el comportamiento se repita. Y eso rompe el equilibrio entre impulso y control en el cerebro que sucumbe a la corrupción.

En cierto modo, la satisfacción del éxito obtenido bloqueará los mecanismos de evaluación de la ética de los actos.

Concretamente, hay estructuras responsables de la planificación a largo plazo y la inhibición de impulsos, cuyo correcto funcionamiento debería ayudarnos a resistir frente a una gratificación tentadora y apostar por otros beneficios futuros, como forjar una buena reputación o garantizar una larga carrera política. Pero la activación de los circuitos de satisfacción inmediata bloquea estas vías.

La neurociencia ha demostrado también que al tomar decisiones desde niveles de poder, los cerebros procesan de modo más benevolente el costo ético asociado a un acto corrupto.

La falta de empatía es otro problema, ya que estamos ante una capacidad que contribuye a la conciencia social y reduce la propensión al engaño. La corrupción distorsiona las prioridades comunitarias, agravando la desigualdad. Y el cerebro se inclina hacia todo lo que supone un beneficio personal, volviéndose más «egoísta».

Nota completa en BBC Mundo

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