
Canto a la paz
Apuesta por el encuentro deliberativo
intersubjetividad no menoscabada
que la paz no es ausencia de conflicto
sino respeto por el/lo otro
En tiempos de guerra, el lenguaje no es inocente. Y en las Relaciones Internacionales, mucho menos. Las palabras que el mundo elige para contar un conflicto, para nombrar al otro, para definir una amenaza o legitimar un bombardeo, son armas sutiles, pero no menos peligrosas que los misiles. Por eso, hablar hoy de comunicación para la paz en el marco de los análisis internacionales no es una licencia retórica, sino una necesidad urgente en tanto promueve el empoderamiento ciudadano.
La paz no se conquista, no se impone, se construye. Es una siembra constante, abonada por la verdad, la memoria y la voluntad de convivir sin aniquilar al otro. Y empieza por la manera en que hablamos de ella. Igual pasa con la guerra. Los discursos diplomáticos, las narrativas mediáticas y la propaganda oficial de los Estados no solo acompañan las decisiones en política exterior: las moldean, las justifican y muchas veces las provocan. Basta observar cómo ha sido contada la guerra entre Rusia y Ucrania desde los distintos polos de poder, o cómo se relata el conflicto entre Israel, Gaza e Irán, para advertir que la razón de Estado se impone sobre la verdad. Y la muerte y la destrucción terminan siendo “daños colaterales” o un “mal necesario”.
Los medios de comunicación lejos de cumplir un rol mediador con vistas a “transformar la violencia por vías pacíficas” (Nos Aldás, Seguí & Rivas, 2008), terminan alimentando un relato unilateral, amplificando la deshumanización del adversario, negando el contexto histórico o silenciando selectivamente a las víctimas, según convenga al guión trazado. Y así, las guerras se ganan o se pierden primero en los titulares, en las etiquetas, en los adjetivos que se repiten como verdades inobjetables hasta el cansancio.
Si bien existen periodistas comprometidos con una visión crítica, ética y transformadora del ejercicio comunicacional, la mayoría se forma dentro de modelos que priorizan el espectáculo, la inmediatez, la polarización y el sensacionalismo. De allí la importancia de estudios inter y transdisciplinarios que consideren el paradigma lingüístico en las diversas ciencias sociales, incluida la disciplina de las Relaciones Internacionales. Es posible y deseable mirar el mundo más allá de los intereses y valores de los Estados y entrar en el debate de como el lenguaje interviene en la construcción social de sentidos a nivel internacional, entre otras cosas, porque incrementa la capacidad de discernimiento de los pueblos en su lectura de las distintas políticas exteriores, lo cual indirectamente incide, o debería incidir, en su acción ciudadana. Para nadie es un secreto que en contextos de guerra, aumentan la represión, la censura y la criminalización de la disidencia y toca crecerse para evitar ser hecho a un lado.
El Análisis Crítico del Discurso (ACD) constituye una opción teórico-metodológica valiosa que ayuda a leer entre líneas las declaraciones diplomáticas, los comunicados oficiales y hasta la prensa extranjera. No preguntarse por el lenguaje es como comprar un producto por la propaganda. ¡Y hoy, casi todo es propaganda!
Porque cada palabra cuenta. Y frente al cinismo diplomático o el silencio cómplice, nombrar el horror es también una forma de resistencia. Sembrar la paz a través del lenguaje es un acto de coraje. Los especialistas deben trabajar en estrecha colaboración con los responsables de formular políticas para garantizar que las señales tempranas de odio sean vistas, comprendidas y atendidas. Pero este esfuerzo no puede ser exclusivo de las élites. La sociedad civil organizada —desde ONG y movimientos sociales, hasta periodistas independientes, educadores y defensores de derechos humanos— tiene un rol vital en la defensa activa de la verdad, la memoria y la no repetición.
Lamentablemente, en estos días basta una mirada a los medios y las redes sociales para darse cuenta de que lo que estamos sembrando es guerra. Y no una guerra cualquiera: una guerra de civilizaciones que amenaza nuestra humanidad compartida.
María Gabriela Mata Carnevali es internacionalista y activista por la paz y los derechos humanos.
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