Una confederación que replicase a nivel de mercados económicos lo que la OTAN representa a nivel militar supondría para Estados Unidos y para Europa un proyecto con el que ambos arreglarían una parte de sus principales inquietudes mutuas, y un maná para el turismo.
Estados Unidos necesita habitantes y sus datos para competir en investigación tecnológica con China, mientras una Europa con un elevado gasto estructural en el Estado del bienestar requiere de menos impuestos y de contener su gasto en defensa, junto a un mayor dinamismo laboral, productividad, espíritu emprendedor, y energía barata.
En este sentido, hace unos días, el canciller de Alemania, el conservador Friedrich Merz, abogó por un acuerdo de libre comercio transatlántico entre la Unión Europea (UE) y EEUU con «cero» aranceles, en línea con lo expresado por Elon Musk, multimillonario tecnológico y estrecho aliado del presidente estadounidense Donald Trump.
De su lado, el rey Carlos III está listo para ofrecerle a Estados Unidos el estatus de «miembro asociado» de la Commonwealth durante la próxima visita de estado al Reino Unido del presidente Trump, quien no ocultó su entusiasmo por la idea, y a través de su plataforma Truth Social, publicó: «¡Me encanta el rey Carlos! ¡Me parece genial!».
Trump demuestra buscar una mayor integración con Groenlandia, Panamá y Canadá, aunque algunos lo lleven al extremo y contemplen la anexión, cuando el objetivo parece más cercano liberar comercio y mercados, y una reciprocidad legislativa que no haga efecto de arancel al dificultar las ventas de productos ante normativas que puedan tener ese fin.
Europa, de su lado, viene alarmándose de quedar relegada entre las potencias americana y asiática, frustrándose por obviar de la dificultad para emularse a ambas sin la uniformidad identitaria de Estados Unidos ni la China, con un único orgullo nacional y una misma cultura social, económica y política.
Además, la igualdad de renta en Estados Unidos se aprecia en que el estado que la lidera, el de Nueva York con 117,332 dólares por persona al año de ingresos, representa solo alrededor del doble del de menos, los de Arkansas y Mississippi, con entre 60 mil y 53 mil dólares.
En cambio, en Europa, las desigualdades entre la renta per cápita de sus países es de hasta cuatro veces, con Suiza, Irlanda, Noruega, Dinarmarca y Holanda, cerca de 70 mil euros hacia arriba, frente a los alrededor de 25 mil euros o menos de Grecia, Polonia, Hungría, Croacia, Rumanía, Bulgaria, Serbia o Albania.
Estas diferencias dificultan que los europeos más ricos del norte puedan aceptar en algún momento encarecer su financiación mancomunando la deuda, y que se vaya más allá de las bases del mercado único, añadiendo a la de la circulación de bienes, capitales, servicios y personas algunas más como la libertad de investigar, pero sobre todo en defensa europea, y en el mercado energético, el financiero y el de telecomunicaciones.
Las naciones europeas difícilmente cederán soberanía en estos puntos, de igual modo que los ejércitos basados en un orgullo patrio acepten arriesgar las vidas de sus soldados para defender a otros países con la misma motivación de quien lo haría sobre el suyo.
Además, en Europa, sin una misma cultura democrática de rendir cuentas en los países más pobres de pasado soviético, junto a la citada falta de igualdad económica regional, una mayor integración se antoja utópica, y con los años puede aceptarse que ciertas cesiones de soberanía en cuanto a aperturas de mercados tendrían más beneficios si se incluyese a todo el Occidente atlántico.
China, por su opacidad y desconfianza a la hora de cumplir sus promesas, y con invasiones como la del Tibet y su concepto sobre los derechos humanos, y ante un confucianismo colectivista donde lo que importa es el ligar de cada uno respecto a la comunidad, se muestra cerrada a importar y a la inmigración, con lo que para Europa difícilmente nunca sería un aliado estrecho y recíproco.
Occidente, bajo la cultura del derecho grecorromano y ternura evangélica, y el liberalismo individualista con una democracia que salvaguarda los derechos humanos frente a abusos de dictaduras, se aprovecharía a la hora de ampliar su unión de dos idiomas dominantes como el inglés y el español, junto a las raíces sajonas y latinas de ambos que abarcarían al alemán, al francés, al portugués o al italiano.
Abrir los mercados bajo un equivalente a lo que ahora es la OTAN, y garantizarse los grandes estrechos marítimos por los que discurre el grueso del comercio mundial, incluido el Ártico, y el acceso a materiales básicos, como tierras raras, supondría una clara solución a los principales problemas de EEUU y Europa, que junto a Canadá y Latinoamérica se acercarían a los 1.300 millones de habitantes de China, o también a los de India, en un tablero geopolítico donde Rusia puede hacer de árbitro.
La Estados Unidos consumista y dinámica gracias a ser optimista de base, frente a una Europa inmovilista y ahorradora por miedosa, podrían ir mezclando sus culturas para mejorar en las virtudes de la otra, con más humanismo y protección social para los americanos, y con leyes laborales menos rígidas para el Viejo Continente, que favorezca sueldos más altos y más confianza para cambiar de trabajo y con sueldos más variables.
España, por ejemplo, se vería reforzada en este atlantismo por su vínculo latino y por su ascendencia en Medio Oriente donde sobresale captando inversiones de Arabia Saudí y los emiratos del Golfo, de igual modo que el turismo experimentaría una enorme propulsión con mercados más liberalizados en una suerte de ‘Estados Unidos de Euroamérica’ o de Occidente.
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, puente con Trump entre ambas potencias continentales, acaba de abogar en la Casa Blanca por una mayor unión atlántica y ‘hacer Occidente grande otra vez’, sin que ello implique supeditación ni eliminación de elementos patrióticos como himno o bandera, pero sí una mayor armonización normativa y fiscal, con una supervisión de las mejores prácticas democráticas y de rendición de cuentas, con una fuerte separación de poderes en sus Estados de Derecho.
Se seguiría con ello el ejemplo de asociaciones limitadas como la propia Unión Europea, con una estructura necesitada de aligerarse en Bruselas, o como con la Commonwealth británica, en un proyecto a varios años pero que como concepto e idea merece ir valorándose por encima del tipo de personalidad de los hoy líderes del mundo libre y transparente que sí responden a preguntas de periodistas.
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