La reflexión sobre el voto es un dilema real para la gente. Hay que escoger entre dos posibilidades, cada una respaldada por argumentos que lucen válidos.
Es una elección individual que exige sopesar bien lo que de verdad está en juego. El que diga que no hay nada que discutir sólo quiere imponer su decisión sin debate, execrando la opinión diferente o descalificando a dirigentes que también dieron su contribución al triunfo del 28 de julio. El desplazamiento del adversario a lo interno de la oposición nos desvía hacia el camino de las derrotas.
La mayor contradicción es decirnos demócratas mientras pensamos como autócratas. La argumentación, el diálogo y el interés de escoger una opción eficaz es hoy lo principal, si consideramos la naturaleza y el fondo de las elecciones que el régimen pone en marcha. Debemos discutir con respeto para adoptar el mejor curso de acción para enfrentar realmente al régimen.
No hay que despreciar estas elecciones porque sean regionales. Es cierto que no son elecciones para decidir quién es el presidente de la República ni para cambiar el sistema político. Pero ellas proporcionan un contexto más favorable para seguir trabajando el descontento popular, crear nuevos focos de resistencia cívica, ampliar alianzas en el plano local y obtener victorias parciales que van a moralizar a las fuerzas de cambio que hoy están a la defensiva por no haber podido cobrar y atemorizadas por la respuesta represiva desatada desde el 28 de julio por el poder.
Lo que estas elecciones si pueden demostrar es que los venezolanos queremos una República y que no vamos a entregarla por indecisión, confusión, peleas internas o abandono de los principios democráticos. Ese es el compromiso que hay que sostener contra todos los obstáculos que presenten procesos no democráticos.
El objetivo de una elección de gobernadores no es votar por mantener o salir de Maduro, sino por desarrollar el cambio institucional desde cada Estado y crear varios lugares desde los cuales ofrecer derechos a sus habitantes para practicarlos y defenderlos localmente. Es también un esfuerzo por reforzar liderazgos más próximos a la sociedad civil.
Esa es la opción que tienen disponible los demócratas dispuestos a no cruzarse de brazos frente al plan oficialista de avanzar en el desmantelamiento de la institucionalidad democrática. Y hay que tener sentido de realidad para entender que fuera del voto no existe hoy otra herramienta de lucha por el cambio. A menos que se piense en aventuras insurreccionales que nadie desea y que tampoco hay quien vaya a asumir.
Es cierto que existe la amenaza de que el CNE produzca un Boletín de resultados distintos a la voluntad popular. Si eso ocurre es muy probable que se produzca una reacción masiva y pacífica para hacer respetar el resultado que arroje el reconteo de las urnas. Y si el gobierno niega o desconoce esta condición propia del derecho electoral, tendrá que pagar los costos internos e internacionales de un atropello que podría abrir una dinámica de acuerdos sobre una transición ordenada hacia la democracia. Las condiciones geopolíticas le dan piso a esta posibilidad, a partir de la defensa de un claro resultado electoral.
En realidad, vamos a escoger entre si queremos mantener la Constitución de 1999, el régimen democrático y la vigencia del voto directo o si le abrimos camino a un Estado comunal donde se eliminará el derecho al voto, suplantado por las Asambleas comunales.
Esa batalla por la clase de régimen político que vamos a tener se va a dar, en primera instancia, en las elecciones regionales. Después se afrontará el referendo sobre la reforma de la Constitución desde una victoria o desde una inconsecuencia fatal con el verdadero espíritu del 28 de julio. Depende de lo que finalmente decida la gente frente a las elecciones regionales.
Los errores de conducción pueden ser reparados y la relación entre dirigentes y políticas acertadas pueden ser reconstruidas en un esfuerzo colectivo. Pero, ¿qué ocurrirá si los dirigentes no tienen voluntad de rectificación sino que se obsesionan en obtener el control hegemónico de la oposición aún a costa de dividirla artificialmente y convertir la victoria de las fuerzas de cambio del 28 en una derrota de una oposición sin capacidad de hacer oposición?
El pueblo tiene un triunfo en sus manos. No está en un laberinto donde todas las opciones conducen al triunfo del gobierno. Esto lo repiten quienes quieren que entreguemos el juego sin jugarlo.
Hay que tener coraje cívico para presionar por un camino unitario aún más plural que el que se produjo para el 28 de julio. La peor forma de pasar la página es achantarse en una fecha y reducir la política a rendirle un testimonio simbólico a esa jornada, en vez de tomarla como experiencia para triunfar de nuevo sobre el autoritarismo..
El camino del triunfo nos exige colocarnos por encima de todos los que pretenden convertir los dilemas cívicos en una disyuntiva por el control interno de la oposición. Los dilemas tienen arreglos y admiten la convivencia; los términos de una disyuntiva son mutuamente excluyentes y condenan a intensificar la guerra a muerte entre dirigentes opositores. Ese tipo de conflictillos no convienen al país ni a una respetable y tesonera generación de políticos que no merece que en sus manos vuelva a nacer una oposición Chacumbele.
https://www.costadelsolfm.org/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario