Analizar políticamente de cara a los lectores y calificar la actuación de las últimas semanas y meses de Gustavo Petro es una tarea arriesgada en extremo. En sus devaneos e inconsistencias desde la cabeza del Estado hay, de seguras, elementos psicológicos y anímicos que no estamos preparados para aquilatar y la conducción del país colombiano pareciera atender a objetivos intrincados y, por decir lo menos, “non sanctos”.
Por ello he recurrido a algo inusual. Estoy transcribiendo a continuación – con puntos y comas´- una opinión calificada en la observación de los hechos políticos de su país de parte del agudo periodista y escritor colombiano, José Alvear Sanín. Leí su artículo “¡Afortunado incumplimiento!” publicado en La Linterna Azul esta semana y confieso que su conclusión en torno al desempeño del presidente de los colombianos no puede ser más acertada, poniendo a un lado lo dramático y lapidario del caso.
Inicio la cita: “Se ha puesto de moda en los medios recriminar al gobierno, por el escaso número de promesas cumplidas en esos 31 interminables meses de pesadilla, cuando lo único bueno ha sido precisamente la incapacidad para la ejecución de tantos proyectos inútiles, inconvenientes o lunáticos, consignados en el Plan de (sub) Desarrollo que recoge el programa de Petro. Si ese Plan se hubiese cumplido rigurosamente, el país estaría aún peor”.
“El programa de Petro tiene dos partes: una, explícita, de centenares de promesas electorales, que luego fue plasmado en la Ley 2294 como Plan de Desarrollo, Colombia Potencia mundial de la Vida, de 373 artículos; y otra, implícita, tácita y clandestina, que obviamente no consignó en ningún documento, para el cambio del modelo económico, político y social a través del proceso revolucionario marxista-leninista y castrista, siguiendo el derrotero ya probado en Venezuela”.
“Si la parte explícita va rezagada —porque de 217 promesas hay apenas cumplimiento parcial de 27—, la implícita, en cambio, se va cumpliendo rigurosamente. A los votantes no les prometió acabar con ECOPETROL ni con los sistemas sanitario y pensional; decapitar, emascular y desmoralizar las Fuerzas Armadas, entregar el control territorial a las guerrillas, multiplicar la corrupción, prostituir Congreso y Fiscalía, montar una letal reforma agraria expropiatoria, incendiar el país y preparar el autogolpe de Estado definitivo para perpetuarse en el poder. Los puntos anotados en el párrafo anterior, que constituyen efectivamente el propósito verdadero de Petro, se han cumplido al 100%, esterilizando la economía nacional y enrutando el país hacia el abismo”.
“En buena parte, la dinámica del actual desgobierno consiste en cambiar funcionarios incompetentes, o prontuariados, por otros peores. Curiosa, entonces, la renuncia del ministro de Defensa. Si su gestión no pudo ser más mala desde el punto de vista del orden público, en cambio fue bien exitosa en la generación del caos que requiere la revolución. Por eso sorprende esta maroma de su remoción y reemplazo por un general en la cola del escalafón, a menos que esté comprometido plenamente (o fletado) con el plan narco-comunista, y que su nombramiento ocasione la salida de los 30 generales más antiguos en el servicio activo, para completar la anulación operativa de las Fuerzas Militares, y su sometimiento, a través de ascensos y promociones en función de “lealtad”. ¿Estará Petro preparando un general Padrino y un Cartel de los Soles para Colombia?” Fin de la cita.
Después del cuarto de siglo que llevo al frente de esta columna semanal, lo menos que le debo al lector fiel es desapasionamiento y equilibrio. Y sin duda que Alvear Sanín está bien dotado para ello. Lo demuestra su trayectoria. El año pasado la Academia Antioqueña de Historia le otorgó un importante galardón por sus más de 50 años al servicio de la ciudad como escritor, servidor público y ejecutivo de importantes empresas financieras del país.
Su palabra va por delante.
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