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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

sábado, 8 de febrero de 2025

Fernando Mires: Tratando de entender a Donald Trump



No hay día en que la aurora no nos sorprenda con un nuevo anuncio de Trump. Desde que asumió su gobierno el mundo parece estar convulsionado, y esa sensación de que nada es y será hoy como ayer, parece ser dominante. Trump está loco, es lo primero que atinan muchos a decir. No obstante, aún si fuera cierto, debemos convenir que hasta la locura tiene una lógica, una que no siendo la de quienes no nos creemos locos, no deja de ser una lógica, y a la que hay que entender de alguna manera lógicaPero lógico: es difícil.

Un día anuncia aranceles a lo largo y ancho del mundo; otro día avisa que quiere integrar Groenlandia en los Estados Unidos; otro, que va a desnacionalizar el Canal de Panamá; otro, se pelea con su hermano natural, Canadá, y al día siguiente envía a un comisionado a conversar con Maduro al que dice desconocer como presidente pero a quien el comisionado trata de “Señor Presidente”; luego rompe relaciones con las agencias de desarrollo, con el Club de París, con las Organización Mundial de la Salud, con todo lo que tenga que ver con caridad o solidaridad humana. Ese mismo día anuncia que va a intervenir directamente en el Corredor del Gaza, lo va a vaciar de palestinos, lo va a convertir en La Riviera del Oriente Próximo. El día anterior después de haber recibido las felicitaciones de Putin, por intentar “crear un nuevo orden mundial”, propuso a Zelenski un deal que consiste en cambiar “el litio de las tierras raras” por armas mortíferas en contra de Rusia, deal que el inteligente Zelenski aceptó gustoso ante el asombro de la mayoría de los gobernantes europeosEn fin, parece que no hay como entender a Trump. Y sin embargo, aunque solo sea por razones profesionales, debemos intentar hacerlo, al riesgo del fracaso.

Cambiar el orden mundial

Dos consignas han marcado la psicopolítica de Trump: América first y make América great again. Son, para decirlo así, sus grandes obsesiones. Pero a la vez, son partes de su ideario. América primero quiere decir que, antes de pensar en el mundo, debemos pensar en la propia patria, para “hacerla grande otra vez”. En ese sentido podríamos creer que nos encontramos frente a un patriota político. El problema es que Trump no es un político en el sentido tradicional del término, aunque el mismo ocupe el más alto puesto político de su paísTrump, de acuerdo a su ideología y formación, es un “homo economicus”, es decir, alguien que piensa -al igual que Elon Musk– en que la política (o la cultura) no es más que un subrogado de la economíaEn ese punto Trump coincide nada menos que con Karl Marx: la política es una superestructura de una infraestructura dominada por fuerzas económicas (relaciones de producción). O también así: “la economía es la esencia, la política es la apariencia”.

Hacer a América grande significa, indiscutiblemente, hacerla económicamente más grande. Por eso las visiones geopolíticas de Trump son siempre visiones geoeconómicas. Hacer América grande otra vez, quiere decir, hacerla más grande que las otras potencias económicas del planeta, sobre todo de la potencialmene más grande de todas: China.

Podríamos pensar en que no hay ningún punto en la geoeconomía trumpiana donde no aparezca, de modo tácito o explícito, China. Ahora biensuperar China significa, en breves términos, impedir que China dicte sus condiciones geoeconómicas al mundo, como evidentemente pretende hacerlo Xi Jimping. Por lo mismo la llamada guerra económica que parece haber iniciado Trump es, antes que nada, una guerra económica a China. Y eso significa que, para derrotar económicamente a China, hay que poner los intereses de Estados Unidos en primer lugar. Para Trump, los Estados Unidos, quieran o no, deberán ser una nación imperial o no ser; pero no solo imperial en extensión geográfica, sino, y antes que nada, en extensión económica. No es lo mismo.

En otras palabras, para poner América en primer lugar y hacerla grande otra vez, Trump debe cambiar el orden mundial. Así se explican las felicitaciones que recibiera Trump de Putin por su política arancelaria con respecto a Europa. Para Putin, evidentemente, la guerra a Ucrania es parte de una guerra de Rusia a Europa, una guerra por el momento híbrida donde todavía, aunque cada vez menos, lo militar depende de lo económico. Puede que se admiren el uno al otro, pero en ese punto Trump y Putin son distintos. Nunca Trump pondría, como Putin, la expansión económica al servicio de la expansión militar, sino siempre al revés: lo militar al servicio de lo económico. Por eso, mientras Putin mantiene a la oligarquía rusa bajo control político militar, Trump intentará mantener el aparato político militar bajo el control de la oligarquía tecno-económica.

Probablemente Trump piense de sí mismo que el que intenta poner en práctica bajo su administración es un altruismo económico. Quiere decir: siguiendo la doctrina del egoísmo altruista iniciada por Adam Smith, Estados Unidos puede ayudar a otras naciones a no esperar que Estados Unidos o China las ayude en su desarrollo. Pero sí a la inversa: que entren de lleno en la competencia mundial haciendo valer cada una sus propios recursos.

Lo importante es que para Trump el orden mundial de post-guerra, basado en la cooperación internacional, ha llegado a su fin. En vez de cooperación, competencia; en vez de altruismo, nacionalismo; en vez de asociaciones de estados compatibles, alianzas bilaterales muy puntuales en torno a objetivos también puntuales.

Globalismo nacional

No se trata, como muchos especialistas escriben, que Trump sea un anti-globalista. Pero su visión es la de un globalismo que no ha perdido como sustrato el principio nuclear basado en la competencia entre naciones. La tarea es poner entonces a la globalidad económica al servicio de los Estados Unidos y, para eso, Trump necesita de la globalizaciónPues bien, en esa coexistencia tensa entre las naciones hay y habrá ganadores y perdedores. Esa es para Trump, además, una ley de la vida. Y los que por ahora van ganando en la maratón competitiva son Estados Unidos y China. Habrá luego ganadores secundarios y terciarios, como así habrá perdedores que no llegarán ni a la meta. Estos últimos, que se jodan.

Bajo Trump la doctrina Biden basada en que la principal contradicción mundial es política, es decir, la que se da entre democracias y dictaduras, no juega ningún papel. Tener a Arabia Saudita o a Suiza como aliados le da exactamente lo mismo. Lo principal es que sean económicamente estables y sepan mantenerse sin recurrir a ayudas de otras naciones, mucho menos de los Estados Unidos. De acuerdo con esa premisa, tampoco la suya es la contradicción entre Occidente y Oriente.

Si Rusia ofrece mejores condiciones para una alianza duradera que Alemania, tengamos por seguro que va a elegir a Rusia como aliado. Trump, visto así, tampoco es anti-europeo, como lo fue durante un periodo el presidente Wilson. Lo que no quiere en ningún caso son naciones europeas dependientes económicamente de Estados Unidos. Si es así – y así parece ser – Estados unidos sería el primer país imperialista que exige independencia en lugar de dependencia a sus aliados. Cada nación debe saber protegerse a sí misma, es su darwinista máxima. Si no lo puede hacer y su dependencia se hace poco rentable para los Estados Unidos, que se las arreglen como puedan. Por cierto, Estados Unidos necesita aliados, pero aliados fuertes y no aliados mendicantes, debe pensar Trump.

Bienvenidos al nuevo mundo

Cada nación es para Trump un supermercado. Los supermercados poderosos buscarán unirse con otros poderosos si se trata de competir contra otro supermercados. Los supermercados de baja rentabilidad no le interesan, y si le interesaran sería solo para comprarles a precio de huevo sus productos cuando se encuentran al borde de la quiebra. Al fin y al cabo, toda nación puede ofrecer algo que interesal mercado. En América Latina lo sabemos: una nación puede ofrecerle un canal para encarecer los productos chinos; otra puede ofrecer cárceles para enviar a los llamados “ilegales”. Otra, petróleo cambio de reconocimiento internacional. Ninguna será aliada eterna de los Estados Unidos y Trump puede dejarlas caer en cualquier momento. Por eso mismo, si esas naciones van a formar parte de los BRICS donde domina China, deberán pagar las consecuencias con aranceles, embargos e impuestos. Son al fin y al cabo las consecuencias de la guerra económica que ha declarado Trump a sus enemigos o a los que opten por serlo.

Como ya hemos insinuado, lo que quiere cambiar Trump, son las reglas, muchas veces escritas de la geopolítica, por las reglas nunca escritas de la geoeconomía. La geopolítica, por lo menos la que se estableció durante la Guerra Fría entre dos bloques militares, ha pasado de moda, según Trump. La que impera ahora es la lucha descarnada y global de las naciones para ocupar algún lugar de privilegio en los mercados mundiales. Esos mercados son los que quiere dominar Trump, o por lo menos evitar que los domine China.

Es un proteccionista Trump, no cabe duda. Pero es un proteccionista a escala globalPor eso nunca hay que esperar que Trump se adapte a la legislación internacional. La seguirá si es que le conviene; si no, la hará saltar por los aires. Eso lo hace aparecer muchas veces como un nihilista e incluso como un revolucionario. O por lo menos, como un i-liberal, en la versión suave de un Orban, o como un libertario, en la versión dura de un Milei. Tal vez sea de todo un poco. El hecho es que gracias al dúo Putin-Trump entramos a un periodo a-legal, donde todo está permitido si es que se trata de defender la expansión territorial en el caso de la Rusia de Putin, o la expansión económica en el caso de los Estados Unidos de Trump. Y de China, no olvidemos, el gran enemigo de Trump.

China: un enemigo tanto o más temible si se toma en cuenta que Trump y Xi comparten el mismo ideario tecno-economicista. Para los dos competidores no existen más reglas que las del crecimiento económico a cualquier precio; para los dos se trata de dominar el mercado mundial; para los dos la economía es todo y lo demás es nada. Pero justamente, y esta es una paradoja, el tema chino ha hecho imposible la tarea que se proponía Trump, la de arreglar el problema de las guerra de Ucrania en un día.

Con toda seguridad, en su visión geoeconómica del mundo, Trump, al igual que Putin, piensan en un planeta dividido en bloques, vale decir, multipolar. En esa perspectiva, Rusia quiere dirigir una confederación euroasiática y anti-europea, algo que no toca los intereses geoeconómicos de los Estados Unidos. O dicho más en breve: la geopolítica de Putin no se antepone a la geoeconomía de Trump. Pero hay un detalle que no había contemplado originariamente Trump, y es el siguiente: Rusia es, objetivamente, o ha llegado a ser, un aliado indispensable de China, o si se prefiere: el brazo militar de China operando en y hacia Europa. Es por esas razones -parece que recién lo entendió Trump – una victoria de Rusia sobre Ucrania será una victoria en contra de Europa y por lo mismo, una posibilidad para que China aumente su esfera de influencia en Europa la que si bien no es una potencia económica mundial, tampoco es un supermercado de poca monta. Obviamente, eso no conviene a los objetivos geoeconómicos de Trump. Por esas razones, la pax americana en Ucrania deberá ser postergada hacia tiempos mejores. Eso ha decidido a Trump a cambiar por el momento litio ucraniano por armas norteamericanas. De lo que se trata por ahora es de evitar que toda Ucrania caiga en las fauces de Putin y Europa se convierta en un emporio chino.

Zelenski ha entendido el mensaje y, prejuicios aparte, mantiene contactos con Trump sin consultar a los gobiernos europeos. La otra alternativa para Trump sería hacer una limpieza étnica en Ucrania y repartir su población entre los demás países europeos, que es lo que al fin sucedería en caso de una victoria rusa (en parte, eso está sucediendo). Pero hasta Trump puede entender que Ucrania no es el Gaza.

Lo evidente es que con la victoria electoral de Trump hemos entrado a uno mundo donde el imperio de la fuerza, sea económica o militar, no está más sometido a leyes, ni a reglas ni a normas. Podríamos decir que el mundo está a punto de caer en el libertinaje, que ahí es, y no a la libertad, donde conducirán las visiones del -para un Milei- libertario Trump.

Sin embargo, de eso estoy convencido, habrá personas que nos dirán: “Trump no ha inventado un nuevo mundo, el mundo es y ha sido así. Siempre ha primado la ley del más fuerte. Trump solo ha descorrido el velo de la hipocresía que oculta nuestro salvajismo nunca superado”. Supongamos que eso sea cierto. Así y todo –podríamos responder- siempre será mejor conquistar un amor con un poema que con una billetera. Siempre será mejor la diplomacia que un insulto. Siempre será mejor el argumento político que una limpieza étnica. Siempre serrá mejor vivir de acuerdo a leyes que de acuerdo a costumbres. Siempre será mejor pensar con la cabeza propia que a través de un autómata. Siempre será mejor la democracia, por muy precaria que sea, que la barbarie tecno-económica

En ese, el mundo de Trump, hay algunos que nunca seremos bienvenidos.

https://www.costadelsolfm.org/

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