El ser humano está lleno de comportamientos paradójicos que desnudan nuestras contradicciones y confirman las complejidades de nuestros pensamientos, sensaciones y actuaciones. Podemos citar la paradoja de la víctima-perpetrador; de la vida laboral-personal; del deseo de la simplicidad en la complejidad; y de la conexión en las redes sociales.
Reitero, hay montones de paradojas, pero hay una que me tiene pensando los últimos días con mayor atención, no solamente para entenderla en profundidad, sino también para abrir el debate y escuchar razones. A esa paradoja le suelen llamar la paradoja de la migración, la cual —básicamente— describe cómo los migrantes beneficiados por ciertas políticas migratorias luego se oponen para extender similares beneficios/oportunidades a los nuevos migrantes.
Después de reflexionar varios días, preferí ponerle una expresión más simple y se describe así: entro y cierro la puerta.
El propósito de este artículo es motivar una reflexión acerca de esta conducta. Especialmente, mencionar las principales razones que la literatura ha encontrado para explicarlo.
Miedo
En general, los investigadores describen que este comportamiento puede deberse a que las personas migrantes temen a la competición económica (tal como los locales) de los nuevos migrantes. Por otra parte, también señalan que los extranjeros con más tiempo tienen un deseo de pertenencia y quieren proteger su estado de integración en el nuevo país, que los nuevos extranjeros pueden arruinar.
Adicionalmente, los migrantes con más tiempo tienen miedo de que los nuevos migrantes sean esos mismos que los obligaron a huir (en pocas palabras, bandas criminales o malas prácticas del país de origen). Además, podrían sentir que los recién llegados demanden más servicios públicos (tal como los locales) y los desplacen.
En el mismo sentido, los migrantes que han obtenido su situación migratoria legal o incluso la ciudadanía (aunque hayan utilizado los mismos medios legales de los recién llegados) pueden sentir que los nuevos extranjeros reduzcan el valor de su estado migratorio obtenido.
Igualmente, los migrantes que obtuvieron su estado legal con esfuerzo pueden sentir antipatía por aquellos que lo obtuvieron con mayor facilidad. Y, finalmente, los extranjeros establecidos se inquietan por la posibilidad de que los nuevos extranjeros intensifiquen los estereotipos negativos de la migración de alguna nacionalidad en particular o de la migración en general.
Podemos seguir dando razones para entender el comportamiento paradojal. Incluso podemos dar muchos argumentos para comprender por qué muchos extranjeros con derecho a voto deciden elegir a ese candidato que cerrará la puerta por donde ellos mismos entraron.
Murallas con puertas
Sin embargo, lo que no es tan fácil de discernir es cómo hacer ese doblaje que te permite recibir insultos directos que degradan tu existencia (recordar aquella frase “¿por qué estamos permitiendo que toda esta gente de países de mierda venga aquí?” o “envenenan la sangre”) y sentir que no es contra ti y tus cercanos.
En otras palabras, ¿cómo reconocer que tu abuela sigue estando de forma ilegal en el país (después de 40 años, y no es criminal, ni estafadora, ni psicópata) y, al mismo tiempo, sentir que el discurso xenófobo no se refiere ni a ti ni a tu familia o a tu comunidad? ¿Cómo obstruirle a los demás el mismo camino que recorriste en busca de libertad, protección y medios para superar la pobreza? y/o ¿Cómo es posible conocer las dolorosas circunstancias que te llevan a abandonar tus vínculos y lugares familiares más profundos y, en paralelo, adherir la idea de que mientras la política migratoria persecutora no diga es contra “Juan”, “María”, “José”, “Marta”, o cual sea tu nombre, entonces hago oídos sordos?
En fin, más de 280 millones de personas viven en países distintos de aquellos en los que nacieron (incluso si no eres uno de ellos, tal vez tus padres, abuelos o bisabuelos sí lo sean) y ningún plan migratorio restrictivo detendrá las olas migratorias que existen desde el origen de la humanidad.Es preferible quedarse con aquel discurso de despedida de Ronald Reagan en 1989, cuando dijo:
“He hablado de la ciudad brillante durante toda mi vida política, pero no sé si alguna vez comuniqué bien lo que vi cuando lo dije. Pero en mi mente era una ciudad alta y orgullosa construida sobre rocas más fuertes que los océanos, azotada por el viento, bendecida por Dios y repleta de personas de todo tipo que vivían en armonía y paz, una ciudad con puertos libres que bullían de comercio y creatividad y si tenía que haber murallas en la ciudad, las murallas tenían puertas y las puertas estaban abiertas para cualquiera que tuviera la voluntad y el corazón para llegar aquí. Así lo vi y lo veo todavía.”.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Cuando ocurra, eso no será por redes sociales
No hay comentarios.:
Publicar un comentario