Se comienza a hablar de un nuevo ciclo de procesos electorales para el país, relacionados con el mandato constitucional (gobernaciones, alcaldías, consejos legislativos, concejales y Asamblea Nacional) y, por otra parte, el de la reforma constitucional que puede dar ocasión a un referéndum presumiéndose un proceso constituyente. Nada fuera de la estrategia del gobierno esta última interpretación, por cierto, ya que hay precedentes en torno a dictámenes del más alto tribunal de la República que han y sorprenden a juristas y estudiosos de la materia. El caso está en que las distintas fuerzas opositoras que la discusión debe realizarse ya sea en torno a los eventuales comicios que no son fáciles de asumir o descartar, si es que la unidad hay que llenarla de contenido para legitimarla, o en torno a que cada quien mesiánicamente decida sin compartir razones.
Por supuesto que es más cómodo echar tierrita y no jugar más y esperar que la providencia ayude a resolver, o embarcarse en una campaña sin las más elementales garantías, siendo ambas posturas conductas repetitivas de estos 25 años. La clave, y la más dramática, es la de romper con las decisiones unilaterales, y dejar a un lado la emocionalidad producida por el despojo del que fuimos objeto en el último proceso, pero es necesario discutir la realidad del asunto para decidir, ambas con mucho peso; pero para ello es imperativo conseguir una decisión sopesada, consensuada y convincente, en lugar de la acostumbrada improvisación que tiene sobrados precedentes históricos en este mismo siglo XXI.
Por eso es de suma importancia que cualquier decisión que se tome requiera de un marco estratégico que la explique y del cual se desprendan las tácticas correspondientes. Seguimos en el terreno de juego y son impredecibles las circunstancias, cosa que no aconseja adelantarse a decisiones –repito, en uno u otro sentido– de las que después nos arrepintamos. ¿De qué depende? De la habilidad, perspicacia y arrojo de nuestros jugadores en medio de la dinámica. De nada valen los prejuicios, las ideas preconcebidas, los caprichos personales, la disputa por meter el gol estelar que impide pasar el balón al otro compañero que tiene mejor colocación para hacerlo en las cercanías del arco.
Recordemos aquella tragedia de 2005, cuando no asistimos a las elecciones parlamentarias, como siempre habíamos hecho, y después fuimos a las presidenciales (2006), o haber ganado arrolladoramente en 2015 y después dejar de participar en 2018 y en 2021. Dejarles toda la Asamblea Nacional al oficialismo hasta que, tardíamente, apareció una pequeña disidencia, significó la aprobación sin aviso y sin protesto de las leyes comunales, por ejemplo. Lo peor es que toda esa gente vociferó, hizo propaganda y se lució en todos los programas radiales y televisivos, como en la prensa escrita, proclamando la abstención y satanizando al resto de la humanidad. Luego de haber perdido, los propulsores de la idea no le dieron la cara a nadie, pasaron agachados, ni siquiera se movieron a ver a los resultados a un centro electoral, quedándose en sus casas a buen y placentero resguardo.
Es imperativo construir e implementar una estrategia que tenga como ejemplo y evaluación nuestras concurrencias y abstenciones a los torneos electorales anteriores, y de allí, partir para tomar las mejores decisiones que nos lleven a retomar el mejor camino hacia la reconstrucción del país; un camino sin improvisación y con la racionalidad política que se necesita para continuar la lucha y se pueda generar el cambio que tanto hemos esperado estos últimos años.
IG, X: @freddyamarcano
Es imperativo construir e implementar una estrategia que tenga como ejemplo y evaluación nuestras concurrencias y abstenciones a los torneos electorales anteriores, y de allí, partir para tomar las mejores decisiones que nos lleven a retomar el mejor camino hacia la reconstrucción del país
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