Un fanático es alguien que no puede cambiar de mentalidad y no quiere cambiar de tema. Winston Churchill.
Repasando los elementos característicos de las distintas doctrinas político-económicas conocidas en el mundo, nos damos cuenta que a este régimen que aún soportamos, lo inspira no sólo lo peor del comunismo sino además del fascismo y del nazismo. Si bien estas dos últimas doctrinas surgen en el fondo, por el temor de las sociedades italianas y alemanas al comunismo, todas ellas tienen en común su mensaje de guerra, terror y muerte.
Los intentos de fusión indisoluble del partido único con el Estado y el gobierno, el control absoluto del Estado sobre todos los aspectos de la vida individual y colectiva; la concentración de los poderes; el adoctrinamiento, sobre todo de los niños y jóvenes; la autoridad ilimitada e indiscutible del líder (Führer); la predestinación de una élite, son, entre otros, rasgos que los alejan de cualquier sociedad democrática.
Hitler en su tiempo, con su abrumadora mayoría parlamentaria, introdujo fácilmente una reforma constitucional que le otorgaba al Poder Ejecutivo la facultad de dictar leyes. Inoculó en los glóbulos de la sangre alemana el odio en contra de los judíos, entre otras cosas, por haber monopolizado el control de los negocios. La superioridad y predestinación de los arios la propagó con un formidable Ministerio de Propaganda bajo la responsabilidad del afamado Joseph Goebbels. Afortunadamente el vértigo del poder los perdió, sin dejar rastros de ellos.
Jon Juaristi, intelectual Vasco, exmiembro de la ETA en su juventud, refiriéndose al fanatismo nacionalista moderno nos decía que “el nacionalismo siempre irá a buscar el bien perdido”. Incapaz de construir una sociedad de bienestar en el presente, siguen ofreciendo la consecución del Santo Grial con el cual aspiran resolver todos los problemas a futuro.
A este régimen lo caracteriza esa especie de Frankestein ideológico similar a lo que ya han sufrido otras sociedades a nivel mundial. Su fanatismo le imprime rasgos parecidos a las doctrinas más aberrantes que ha sufrido la humanidad. Sustentado en mitos, ha implantado una dictadura como forma de gobierno, catastrófico en lo económico, coercitivo hasta el terror en lo civil, y sincrético en lo político y religioso, que no sólo se considera cristiano y evagélico, sino que hasta en los “babalaos” y la “pepa del zamuro” cree.
El propio Hugo Chávez, desde Uruguay, llegó a manifestar que “tristes las revoluciones que dependen de un solo hombre. . . . Las revoluciones que sólo dependen de un líder no son revoluciones de verdad.” No conozco las razones por las cuales estas declaraciones pasaron desapercibidas en su tiempo, sobre todo de quien quiso continuar con el mito histórico venezolano de exaltar a los héroes que aparecen cierto tiempo para vengar la madre patria ultrajada y expresadas por quien llegó a la conclusión que su particular “revolución” era una triste farsa, que sólo existe en los delirios y obsesiones de seres atormentados por la finitud de su existencia.
Ana Teresa Torres nos dice que el culto revolucionario tiene sus raíces en el seguimiento arbitrario del ejemplo bolivariano entendido como la pasión por arrasar con el pasado y el permanente deseo de empezar todo desde los cimientos. Ante el fracaso de su pretendida “revolución” los invade ahora la tristeza Homérica de que “nadie puede escapar a su destino”, frente a la clara evidencia de una ficción, de una revolución que nunca ha existido, de una revolución sin sentido.
Estas expresiones nos llevan a pensar que las revoluciones sociales son tristes no sólo porque un sólo hombre se erija mesiánicamente por encima de las masas adocenadas, sino porque para lograrlo tienen que recurrir a la violencia y a un ideal de muerte y destrucción, donde la vida adquiere todas las tonalidades de grises y termina en desesperanza y frustración.
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