Ciego a las culpas, el destino suele ser despiadado con las mínimas distracciones. Jorge Luis Borges.
En un país donde la claque militar apoya a un grupo de delincuentes para que “gobiernen” y roben a sus anchas, que ya no manda divisiones ni batallones para la defensa del país sino que dirige negocios turbios; que no cuenta cañones ni fusiles sino la cantidad de dinero mal habido; donde se nombran Ministros a convictos y confesos públicos, y donde los gobernantes se burlan y se ríen de su pueblo y del mundo al hacer afirmaciones de que en Venezuela no existen presos políticos, es el colmo de la desvergüenza y el sarcasmo y una demostración palpable de lo extenso y profundo de la descomposición moral que corroe el alma nacional.
Es evidente que la dirigencia política que aspira gobernar con decencia al país debe analizar cuidadosamente lo que hay que hacer, decir y comprometer con su sociedad. En ese sentido, no está demás recordarles que nuestra población aspira a recuperar el orden, es decir, recuperar el respeto al Estado de Derecho, la vigencia de las leyes y el buen y responsable funcionamiento de las instituciones públicas.
Igualmente exige un trato con equidad traducido en garantizar la igualdad de oportunidades para todos; un comportamiento ético dirigido a rescatar los valores y principios de la cultura nacional; capacidades gerenciales que hagan más eficiente el funcionamiento de la Administración pública y que permitan trabajar juntos, sin distinciones de clases, colores de partidos, ni razas, ni religiones, en otras palabras, que trabajen en unidad, pensando en el futuro que es lo que nos empuja y no el pasado.
Las alas de la tragedia, a las que se refiere Paulo Coelho, llevan ya más de un cuarto de siglo rozando nuestras vidas. Con este régimen, todos hemos experimentado y sufrido ese roce con mayor o menor intensidad en algún momento. Es asfixiante, sofocante, insoportable, no sólo por el sufrimiento infligido a la población, sino, además , por la destrucción total del país. La espada de Bolívar se cambió por una chequera para comprar voluntades y conciencias que en lugar de liberar, esclaviza. Cuidando que la luz de la santidad no pueda llegar a las oscuras profundidades de sus almas pervertidas por el resentimiento y el odio, y extraviadas en los laberintos del poder.
El régimen que nos oprime, piensa que su audaz incontinencia verbal puede engañar a todo el mundo todo el tiempo sin reparar que las palabras son para pesarlas no para contarlas por minutos o por horas, y que, según dice Coelho “De todas las armas de destrucción que el hombre fué capaz de inventar, la más terrible, la más poderosa, es la palabra.” Por eso hay que hacer un uso atinado, preciso y adecuado de ella, para no herir como los puñales o para ser evitadas como los venenos.
No obstante, ya el mundo ha advertido la lengua bífida que sale de la boca de los representantes del régimen, es decir, de nuestros “gobernantes” circunstanciales. También los venezolanos nos hemos hecho refractarios al engaño seductor y a la mentira patológica. El pueblo percibe con repugnancia el ridículo juramento de amor de sus gobernantes y lo expresa abiertamente a través del voto.
El pueblo prefiere que su dirigencia política utilice un lenguaje sencillo, directo, sincero, franco, breve, inclusivo, conciliador y preciso, ya que está cansado del discurso fatuo, vacío y retórico, que fastidia y ya no convence ni a quienes reciben canonjías de los que ostentan el poder.
El régimen, con Hugo Chávez y Nicolás Maduro a la cabeza, así como muchos de sus dirigentes, han hecho un uso irresponsable del lenguaje, y como dijo Borges: Los irresponsables, sépanlo o no, son los enemigos viscerales de la libertad. Con ellos y con los distraídos el destino será implacable y hasta despiadado.
nevillarin@gmail.com
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