Las sanciones de Biden tendrán solamente un efecto de condena simbólica si no se acompañan con medidas radicales de la Unión Europea, la ONU y los organismos financieros internacionales, opina el periodista Amir Valle.
La radicalización de las dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua es el ejemplo perfecto de la ineficacia de las usuales sanciones internacionales que, respondiendo a las estrategias de lo políticamente correcto, se quedan en las palabras de condena. Por ello, poco debemos esperar de las sanciones contra Cuba que el presidente estadounidense, Joe Biden, acaba de anunciar. El mismo estilo de sanciones ha sido aplicado antes a los regímenes totalitarios de Maduro y Ortega, y nada ha sucedido, salvo el empeoramiento de las condiciones del pueblo, el atrincheramiento ideológico del chavismo y el sandinismo, y la consolidación en la propaganda internacional de esos gobiernos de la histórica figura del enemigo yanqui que pretende asfixiar esas revoluciones.
Para muchos analistas se vuelve a producir un acto de histrionismo generalizado en la política internacional, en el cual el llamado "mundo libre y democrático” ejerce su papel de juez en las palabras, mientras persiste en mantener sus intereses comerciales y geoestratégicos en Cuba. Abandonar esa hipócrita actitud parece ser el reclamo de una buena parte de los partidos políticos representados, por ejemplo, en el europarlamento, quienes consideran tímida y muy limitada la declaración de la Unión Europea condenando la represión contra los manifestantes del 11 de julio. Se le exige a Josep Borrel una postura más crítica y el establecimiento de sanciones efectivas contra el régimen de Díaz Canel.
De Naciones Unidas nadie espera nada; mucho menos la oposición cubana y los cientos de miles de exiliados que han salido a manifestarse en casi todos los países que pertenecen al llamado Primer Mundo. No puede esperarse nada, aseguran quienes critican a la ONU, de un organismo que conoce perfectamente las numerosas violaciones de los derechos humanos que lleva décadas cometiendo la dictadura cubana y, sin embargo, la elige como miembro de su Consejo de Derechos Humanos, promueve año tras año una votación contra un cada vez más cuestionable embargo económico, y se convierte en propagandista gratuito a través de sus organismos especializados (FAO, OMS, UNESCO, etc.) de los supuestos "logros de la Revolución Cubana”: salud, educación y alimentación, incluso cuando, poco después de asumir el timón del gobierno en la isla, el propio Raúl Castro reconoció que el retroceso en estos sectores a nivel nacional era tal que impedía considerarlos ya verdaderos logros.
Propuestas no escuchadas
Díaz Canel y su gobierno se burlan ya de estas sanciones. Analistas de la isla explican que las medidas de Biden contra "supuestos represores del pueblo” son risibles, puesto que no existen funcionarios cubanos con propiedades y riquezas en Estados Unidos. Es, bien se sabe, parte de la propaganda del régimen para esconder una realidad cada vez más visible: toda la riqueza del país, las empresas importantes, las instituciones financieras, están en manos de los militares, encabezados por GAESA, monopolio económico, financiero y comercial que dirige Luis Alberto Rodríguez López Callejas, exyerno de Raúl Castro y miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba, léase uno de los catorce hombres fuertes de la actual política en la isla.
Las recientes sanciones apuntan a identificar a los máximos represores: el general Álvaro López Miera, Ministro de las Fuerzas Armadas, y las tropas especiales antimotines conocidas como "Boinas Negras”. Pero un amplio sector de la diáspora está exigiendo, tanto a Estados Unidos como a la Unión Europea, medidas más asentadas en la realidad y, por ello, seguramente más efectivas. Por ejemplo, una estrategia conjunta de investigación de los fondos con los cuales fueron fundadas numerosas propiedades de familiares de los altos mandos militares y de la política cubana residentes en territorio norteamericano y Europa. Además, analistas económicos sugieren la adopción conjunta de exigencias a Cuba del pago de sus deudas internacionales, así como la verificación de la transparencia de empresas financieras asentadas en Panamá y algunos paraísos fiscales europeos. E incluso grupos de la oposición de la isla y el exilio han propuesto llevar a tribunales internacionales a líderes responsables de la represión masiva en las calles cubanas, de la desaparición de más de 200 personas actualmente, y de la detención arbitraria y juicios sin garantías procesales a cerca de 400 personas, según los análisis más recientes de la asociación independiente de abogados Cubalex. Esas, en su opinión, serían sanciones efectivas.
Los senadores Bob Menéndez (demócrata) y Marco Rubio (republicano) han elogiado las sanciones como "una advertencia al gobierno cubano”. Pero nada resuelve el pueblo de Cuba con "advertencias” a sus gobernantes, ni con que Estados Unidos ponga en sus listas negras a represores que seguirán reprimiendo. Decenas de miles de cubanos desde distintas partes del mundo y otras decenas de miles que, en la isla, se han cansado de esperar las promesas castristas de futuro, reclaman tener acceso a internet, cuyo poder dinamitador el escritor Ángel Santiesteban ha definido como "la madre de todas las bombas”. Reclaman que las instituciones internacionales obliguen a Díaz Canel a recibir la ayuda humanitaria que el gobierno es incapaz de ofrecer a su gente. Reclaman otros muchos, dentro y fuera de Cuba, que no se trata de vivir de las remesas enviadas desde la diáspora, sino de abrir el país a la iniciativa privada nacional. Algunos, incluso, piden que se levante de una vez el embargo, pero condicionado a que el gobierno establezca todos los mecanismos económicos, comerciales y financieros para una economía nacional diversificada, de libre mercado y sin el monopolio actual del Partido Comunista.
El cubano de a pie, ese que ahora mismo sigue haciendo colas interminables para comprar algo de comer; ese que agoniza bajo las largas horas de apagones, y se enferma por miles cada día y muere debido al colapso del sistema de salud depauperado de la supuesta potencia médica mundial, está harto de 62 años de apoyo cosmético, promesas humanistas y condenas simbólicas. Necesita soluciones para algo tan simple como vivir.
De Naciones Unidas nadie espera nada; mucho menos la oposición cubana y los cientos de miles de exiliados que han salido a manifestarse en casi todos los países que pertenecen al llamado Primer Mundo.
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