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domingo, 13 de diciembre de 2020

Octavio Paz y la Mexicanidad Por Enrique Viloria Vera


"El adolescente se asombra de ser… A los pueblos en trance de crecimiento les ocurre algo parecido. Su ser se manifiesta como interrogación: ¿qué somos y cómo realizaremos eso que somos?", Octavio Paz

El 31 de marzo de 2014 se conmemoró el centenario del nacimiento del escritor Octavio Paz, quien fue un prolijo estudioso de México y de la manera de ser y de pensar de sus gentes, es decir, de la mexicanidad. Muchas fueron las reflexiones que el poeta y ensayista realizó a lo largo de su vida de escritor para transmitir a su país y a sus paisanos cuáles son, en su criterio, las raíces y las manifestaciones de la mexicanidad; muchos de esos caviles fueron recogidos en su libro emblema El Laberinto de la Soledad. (Cuadernos Americanos, México, 1950). En este sentido, el propio Paz observa:

“La minoría de los mexicanos que posee conciencia de sí no constituye una clase inmóvil o cerrada. No solamente es la única activa – frente a la inercia indoespañola del resto – sino que cada día modela más al país a su imagen. Y crece, conquista a México. todos pueden llegar a sentirse mexicanos. Basta, por ejemplo, con que cualquiera cruce la frontera (…) y debo confesar que muchas de las reflexiones que forman parte de este ensayo nacieron fuera de México, durante dos años de estancia en los Estados Unidos. Recuerdo que cada vez que me inclinaba sobre la vida norteamericana, deseoso de encontrarle sentido, me encontraba con mi imagen interrogante”.

Fruto de la inevitable comparación con el otro, con el distinto, con el diferente, con el desemejante, en este caso con la particular idiosincrasia del norteamericano de más allá del Río Grande, el ensayista mexicano propone un conjunto de pistas que pueden ayudar a comprender lo incomprensible, aprehender lo inasible, en fin, a concretar la siempre indómita y escurridiza manera de ser de un pueblo que está en proceso de ser, el mismo escritor lo acepta: “Mi testimonio puede ser tachado de ilusorio”.

1. Un ser mascarado

Las películas mexicanas filmadas en los celebérrimos Estudios Churubusco en Coyoacán durante la denominada Edad de Oro del Cine Mexicano, las más recientes telenovelas aztecas, las imperecederas rancheras y los sentimentales boleros rancheros nos ofrecieron la imagen del mexicano al estilo de Juan - el héroe del celebrado y tantas veces coreado corrido revolucionario-: “ranchero, charrasqueado y burlador. Que se creyó de las mujeres consentido. Que fue borracho, parrandero y jugador”. Nada más alejado de la realidad existencial del mexicano común, según Paz:

“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación (…) Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospechas de palabras (…) En suma, entre la realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también de sí mismo”.

El ensayista apoya su opinión sobre el enmascaramiento del mexicano común en argumentos relacionados con el lenguaje cotidiano, el hermetismo y la difícil relación - de recelo - del mexicano con su prójimo. En relación con el lenguaje, Paz afirma:

“El lenguaje popular refleja hasta que punto nos defendemos del exterior: el ideal de “hombría” consiste en no “rajarse” nunca (…) El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no rajarse, esto es permitir que el mundo interior penetre en su intimidad (…) Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada” que nunca cicatriza”.

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1 comentario:

  1. “El lenguaje popular refleja hasta que punto nos defendemos del exterior: el ideal de “hombría” consiste en no “rajarse” nunca (…) El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no rajarse, esto es permitir que el mundo interior penetre en su intimidad (…) Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada” que nunca cicatriza”.

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