En Cuba nadie cree en el socialismo. Nadie es nadie. Los jóvenes usaban camisetas o pañoletas en la cabeza con la bandera de Estados Unidos. Su sueño era, y sigue siendo el mismo: irse a vivir a Miami.
El socialismo solo estaba en la propaganda oficialista, en murales espectaculares que pone el gobierno, con caras del Che y de Fidel repitiendo frases que son buches de aire, frente a la depresión en la fila para coger la guagua, paredes con la piel descarapelada, y ventanales en herrumbre de casonas pútridas.
—Te van a pegar un tumbantonio, chico. No puedes andar hablando de la revolución en las calles así como si nada. Hay vecinos que nos están vigilando todo el tiempo.
Había grupos de vigilantes que trabajaban para el gobierno, supervisando a la gente en los repartos, para ver si no decían algo contra el caballo, como se le apodaba a Fidel.
Nadie grafiteaba en protesta las calles contra el socialismo… porque la carencia de productos se reflejaba en que no se conseguían los aerosoles en ningún lado.
No había toallas femeninas, ni pañuelos desechables, ni servilletas, ni jabón para las manos, ni pasta dental, ni desodorantes. Ni playeras, ni jeans, ni zapatos, ni tenis. Ni aceite para cocinar, ni gas, ni gasolina.
–No te pongas bravo, mi amor. No es fácil. Así son las cosas acá.
Desesperados, hubo quienes vendían pizzas que en lugar de queso estaban preparadas con condones. Sí, así. Esos sí los regalaba el gobierno de los barbones.
En los barrios se traficaba con un destilado casero, de caña, que se conocía como agua de pecera, por lo turbio.
En un solar de la Habana Vieja
De joven viajé a Cuba muchas veces. Quería conocer más profundamente su cultura, su gente, y porque quise comprobar cómo se vivía el socialismo en la vida real. Nadie me va a platicar. Yo lo viví en primera persona. Me quedaba temporadas allá, hasta que se me acababan los fula.
No me quedaba en hoteles ya. Sino en casas de amistades. Decidí conocer Cuba y su socialismo como un cubano más. No como un pepito, un turista que llega con fula, con guanikiki, con dólares. Sino como uno más, para vivir en carne propia ese socialismo que se suponía nos iba a liberar de la pobreza y de las injusticias, con un gobierno del pueblo y para el pueblo. Puros disparates.
Vivía en un solar muy pobre, con telarañas y sin agua, en la Habana Vieja. En ese periodo, en la tarde cortaban la luz. No había mucho qué hacer. Fumábamos cigarrillos de tabaco negro en los muelles. Me iba a nadar al mar en calzones. Como un cubano más. Andaba en una bicicleta oxidada.
Mis dólares servían para que varias familias comieran varias semanas. Llegaba yo con bolsas enormes de ropa y zapatos. Me las daba mi madre, saldos que se traía de Estados Unidos. Llegando ponía yo todo en una mesa de un cuarto del solar. Todos iban a ver qué les era útil.
A una chica le llevé una licuadora para que pusiera un negocio de licuados. Pero con los meses, no pudo sostenerlo por falta de dinero.
La gente decía que Fidel era tan bueno como el pan… cuando el pan en Cuba es duro como una piedra. Y eso desayunaba, un pan, con rebanadas de jitomates inmaduros, verdes, y un buche de café. Y ya. Comíamos arroz con pedazos de cerdo, comprado en el agromercado, y plátanos a puñetazos, los famosos tostones. La cena era un cigarro y un vaso de agua.
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La gente decía que Fidel era tan bueno como el pan… cuando el pan en Cuba es duro como una piedra. Y eso desayunaba, un pan, con rebanadas de jitomates inmaduros, verdes, y un buche de café. Y ya. Comíamos arroz con pedazos de cerdo, comprado en el agromercado, y plátanos a puñetazos, los famosos tostones. La cena era un cigarro y un vaso de agua.
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