El Partido Comunista Chino (PCCh) es directamente responsable de la pandemia que mató a cientos de miles de ciudadanos estadounidenses, enfermó a millones más –incluido nuestro presidente–, asesinó a más de un millón de personas en todo el mundo e interrumpió drásticamente un período de prosperidad económica histórica.
Los estadounidenses tuvieron un suspiro colectivo de alivio cuando nuestro comandante en jefe regresó a sus funciones después de un ataque del virus del PCCh que implicó una breve hospitalización y un fin de semana lleno de ansiosa preocupación por parte de un país que todavía está luchando contra un enemigo invisible que, para empezar, nunca debió haber llegado a nuestras costas.
El PCCh y el régimen hermético y autoritario que controla merecen cargar con toda la culpa por la pandemia de coronavirus, que ha sido un ataque al mundo. Cuando el virus apareció por primera vez en Wuhan, los funcionarios del PCCh respondieron inicialmente de la manera en que normalmente lo hacen cuando sucede algo malo: con censura y represión. Los médicos que trataron a los pacientes con la enfermedad fueron obligados a guardar silencio. Censuraron agresivamente artículos de noticias y posteos en redes sociales. Las autoridades estatales restringieron severamente la vida cotidiana.
Todo ello con el fin de mantener tanto a los ciudadanos chinos como al resto del mundo en la oscuridad sobre la amenaza emergente en el momento exacto en que la preparación podría haber sido más beneficiosa.
Una vez que la noticia se filtró inevitablemente del país junto con el mortal patógeno, los líderes del PCCh se volcaron a la desinformación. En enero, convencieron a los burócratas amistosos hacia el PCCh en la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que no había “evidencia clara de transmisión entre humanos”, lo que le permitió al régimen comunista ganar un tiempo valioso para acumular mascarillas y otros suministros médicos antes de que otros países comprendieran la magnitud de la amenaza y comenzaran a subir los precios para reforzar sus propias reservas.
Cuando el Departamento de Estado de Estados Unidos se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y denunció a China por su letal transgresión, los funcionarios chinos redoblaron sus mentiras y trataron de engendrar una absurda teoría conspirativa de que el ejército de Estados Unidos había llevado secretamente el coronavirus a Wuhan.
El presidente Trump fue uno de los primeros en reconocer la culpabilidad de China, pero a cada paso del camino tuvo que enfrentarse con demócratas hostiles y obstruccionistas —quienes estaban participando en una cruzada con el impeachment por motivos políticos durante los críticos momentos iniciales del brote. Cuando el presidente impuso a China restricciones de viaje para salvar vidas ya a finales de enero, el exvicepresidente Joe Biden incluso lo acusó de “xenofobia histérica” por tomar medidas drásticas para proteger al pueblo estadounidense.
Biden tardó casi dos meses en reconocer el alcance de este problema. Ciertamente ha sido reacio a culpar al PCCh, el cual ha provisto a la familia Biden decenas de millones de dólares. Su hijo, su hermano y su cuñada podrían aún ser socios comerciales de miembros de alto nivel del PCCh. En cualquier caso, la familia Biden y el PCCh han compartido numerosas asociaciones y negocios durante al menos los últimos cinco años. Esto explica los ridículos comentarios de Biden, como que China no es un “oponente” ni una amenaza. Puede que él sea la única persona en el mundo en creer eso.
En los meses siguientes, gobernadores demócratas, Biden y Pelosi reaccionaron muy tarde; al menos un mes después de que el presidente Trump bloqueara a China, seguían animando irresponsablemente a la gente a reunirse y congregarse como de costumbre. Esto causó muchas muertes innecesarias y aceleró la propagación de la enfermedad.
Tal vez como una defensa contra las críticas, cuando finalmente actuaron, reaccionaron exageradamente. Emitieron decretos draconianos para cerrar la sociedad, los cuales paralizaron la economía –antes en auge– mucho más de lo necesario, y obligaron a cerrar escuelas, negocios e iglesias, mientras al mismo tiempo fomentaban las reuniones masivas de miles de personas gritando “Maten a la policía” –entre otras cosas– a menos de uno o dos pies de distancia.
Ellos afirmaron que se basaban en la ciencia, pero perdieron autoridad al permitir e incluso elogiar las protestas de Black Lives Matter, casi todas ellas con incendios provocados, saqueos, palizas, disparos y caos general. No había ninguna “ciencia” que indicara que el virus del PCCh era menos amenazante para los que abogaban por matar y golpear a los agentes de policía.
Tal vez inevitablemente, al presidente de Estados Unidos finalmente lo golpeó el mismo virus que ha infectado a más de siete millones de estadounidenses. Tras meses de investigación científica que dieron como resultado una gama bastante amplia de opciones terapéuticas —debido en gran parte a su Operación Warp Speed, que puso a todo el mundo en Tiempo Trump— Donald Trump tuvo probabilidades mucho mejores que las desafortunadas almas que fueron golpeadas en los primeros días de la pandemia, y su rápida recuperación está brindando el tan necesario consuelo e inspiración a todo el país.
Su manejo de la enfermedad ha estado caracterizado por el optimismo, en contraposición a la confianza de Biden/demócrata con sus funestas predicciones de los peores resultados. Utilizando el mismo optimismo que, según me enseñaron, ayuda incluso a mejorar las posibilidades de vencer el cáncer, él inmediatamente puso su atención en recuperarse, reconociendo lo que ignoran Biden y sus compañeros demócratas que odian a Trump: que el virus del PCCh no es la misma enfermedad que en marzo. Ahora es una enfermedad abrumadoramente curable y nuestro presidente está en camino, si es que aún no ha llegado, a curarse completamente.
Pero nunca habría caído enfermo si no fuera por las acciones maliciosas del PCCh y del régimen chino. Ni tampoco lo habrían hecho millones de otros estadounidenses. Ni la fuerza económica de Estados Unidos habría llegado a una paralización prácticamente total, amenazando a innumerables trabajadores y empresas en todo el país.
Nada de esto tenía que ocurrir. Esto representa un crimen contra la humanidad. La culpa yace enteramente sobre los hombros de los autócratas, criminales organizados y asesinos del PCCh. Los estadounidenses nunca deben olvidar eso. Hemos sufrido una grave injusticia, pero como siempre, saldremos de esta lucha revitalizados y envalentonados, tal como nuestro indomable presidente. Él es el símbolo de un pueblo estadounidense que ha prevalecido sobre desafíos igual de grandes, o más grandes, que este a lo largo de nuestra historia.
Esto deja al pueblo estadounidense frente a una decisión crucial. El presidente Trump ha sido el presidente más duro con China desde la visita de Nixon. El exvicepresidente, por otro lado, era considerado más favorable hacia China que incluso Obama y los Clinton. Por supuesto, en ese entonces no sabíamos que la familia Biden eran socios, y tenían negocios, con el régimen chino y varios miembros de alto nivel del PCCh.
Es un escándalo que esto haya sido encubierto por nuestras agencias de inteligencia casi completamente partidistas. Pero sí explica por qué Biden se aferra a la opinión única, incluso entre los demócratas, de que China no es un “oponente” ni una “amenaza” para Estados Unidos.
Rudy Giuliani es exalcalde de la ciudad de Nueva York.
Este artículo se publicó en La Gran Época octubre de 2020
Esto deja al pueblo estadounidense frente a una decisión crucial. El presidente Trump ha sido el presidente más duro con China desde la visita de Nixon. El exvicepresidente, por otro lado, era considerado más favorable hacia China que incluso Obama y los Clinton. Por supuesto, en ese entonces no sabíamos que la familia Biden eran socios, y tenían negocios, con el régimen chino y varios miembros de alto nivel del PCCh. Es un escándalo que esto haya sido encubierto por nuestras agencias de inteligencia casi completamente partidistas. Pero sí explica por qué Biden se aferra a la opinión única, incluso entre los demócratas, de que China no es un “oponente” ni una “amenaza” para Estados Unidos
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