El Humboldt fue su niño mimado. El caudillo marcó en el calendario 200 días para construirlo y lo culminó en 199. Se lo encargó a un joven y prometedor arquitecto de la época, venezolano estudiado en Harvard que se llamaba Tomás Sanabria. Tenía menos de 30 años y se encargó de la arquitectura del monstruo y del diseño de interiores.
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Desde su inauguración en el mes de diciembre de ese año (1956), los 60 metros de altura de esta torre ubicada en la cima de la montaña Waraira Repano (más conocida comúnmente como Ávila), en una orografía de sierra imponente que rodea Caracas, a 2.200 metros de altitud; el hotel de lujo, que se ve imponente desde casi cualquier punto de la capital, ha sufrido los avatares de la historia pasando de manos públicas a privadas y viceversa; y tratando de sobrevivir en una ubicación donde todo se hace más difícil.
“Traer alimentos, línea de teléfono, internet, agua, trabajadores; desplazar cualquier cosa hasta aquí cuesta mucho dinero y mucho esfuerzo. Y una vez que entras ya no hay escapatoria. No puedes salir a comprar una bombilla porque de repente otra se fundió”, explica a este diario Carlos José Salas, gerente actual del hotel.
Resulta paradójico para muchos como hasta este enclave con todas estas dificultades llega la luz, el agua y hasta internet de fibra óptica, cuando los servicios en Venezuela son extremadamente deficitarios, la pobreza en el país caribeño supera el 80% y el 75% de los hospitales públicos reporta no contar con agua corriente a diario.
La única manera de llegar hasta allí arriba es a través del teleférico, que inauguró el propio Pérez Jiménez un año antes de la apertura del cinco estrellas. Desde el principio, el hotel fue concebido desde un punto de vista de estrategia militar. El teleférico permitía movilizar hasta a 800 soldados en una hora para hospedarse en el hotel fortaleza si fuese necesario para defenderse de cualquier atacante. Y desde su cumbre se vigilan dos paisajes completamente diferentes: de un lado, la gran ciudad, Caracas; del otro, las playas del Estado La Guaira, el litoral más cercano a la capital.
El Humboldt fue su niño mimado. El caudillo marcó en el calendario 200 días para construirlo y lo culminó en 199. Se lo encargó a un joven y prometedor arquitecto de la época, venezolano estudiado en Harvard que se llamaba Tomás Sanabria. Tenía menos de 30 años y se encargó de la arquitectura del monstruo y del diseño de interiores.
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Desde su inauguración en el mes de diciembre de ese año (1956), los 60 metros de altura de esta torre ubicada en la cima de la montaña Waraira Repano (más conocida comúnmente como Ávila), en una orografía de sierra imponente que rodea Caracas, a 2.200 metros de altitud; el hotel de lujo, que se ve imponente desde casi cualquier punto de la capital, ha sufrido los avatares de la historia pasando de manos públicas a privadas y viceversa; y tratando de sobrevivir en una ubicación donde todo se hace más difícil.
“Traer alimentos, línea de teléfono, internet, agua, trabajadores; desplazar cualquier cosa hasta aquí cuesta mucho dinero y mucho esfuerzo. Y una vez que entras ya no hay escapatoria. No puedes salir a comprar una bombilla porque de repente otra se fundió”, explica a este diario Carlos José Salas, gerente actual del hotel.
Resulta paradójico para muchos como hasta este enclave con todas estas dificultades llega la luz, el agua y hasta internet de fibra óptica, cuando los servicios en Venezuela son extremadamente deficitarios, la pobreza en el país caribeño supera el 80% y el 75% de los hospitales públicos reporta no contar con agua corriente a diario.
La única manera de llegar hasta allí arriba es a través del teleférico, que inauguró el propio Pérez Jiménez un año antes de la apertura del cinco estrellas. Desde el principio, el hotel fue concebido desde un punto de vista de estrategia militar. El teleférico permitía movilizar hasta a 800 soldados en una hora para hospedarse en el hotel fortaleza si fuese necesario para defenderse de cualquier atacante. Y desde su cumbre se vigilan dos paisajes completamente diferentes: de un lado, la gran ciudad, Caracas; del otro, las playas del Estado La Guaira, el litoral más cercano a la capital.
El Humboldt fue su niño mimado. El caudillo marcó en el calendario 200 días para construirlo y lo culminó en 199. Se lo encargó a un joven y prometedor arquitecto de la época, venezolano estudiado en Harvard que se llamaba Tomás Sanabria. Tenía menos de 30 años y se encargó de la arquitectura del monstruo y del diseño de interiores.
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