Cualquier argumento se puede esgrimir. Que no es ético comprar gasolina a precio de lingote de oro. Que es contribuir con el negocio ilegal. Y que incluso promueve las colas interminables en las estaciones y un larguísimo etcétera que no conciernen a este pequeña crónica que versa más bien acerca de cómo se ha montado en Venezuela un entramado de delivery de combustible semejante al de las hamburguesas con queso.
El jueves 21 de mayo me llamó Adela, relacionista público y amiga, para hacer como casi todos los días un repaso vía telefónica de los avatares que trae consigo ser venezolano y, de paso, vivir en Venezuela.
“Pero no te hagas mucha ilusión, amigo”, dijo ella sin dar tregua a mi asombro. “Leí en un artículo que la gasolina que traen es de muy bajo octanaje y, además, tú sabes que eso no es para todo el mundo”, advirtió, y su conclusión no fue otra sino que debía llamar de inmediato a su “bachaquero de confianza” o, más atinado con estos tiempos de confinamiento y del COVID-19, a “su delivery personal”.
La frase “No deberías estar sin gasolina, no vaya a ser…”, con la cual remató su discurso, colgada además con unos hitchquianos tres puntos suspensivos, no solo sirvió para derribar en segundos mis muros éticos e ideológicos sino que fue el disparador para que decidiera levantar el teléfono y me comunicara por fin con Wilger.
Estaba ocupado, así que le dejé un mensaje de whatssapp, que me respondió cinco minutos después. “Mándame tu dirección y cuánto quieres”. Sin rodeos, para qué más.
Tras el saludo de rigor, se dispone a lo que ya tiene instrumentado. Abre la puerta trasera de su camioneta y a una de las dos pimpinas o recipientes que lleva en su auto –cada una con 20 litros de 91 octanos- le introduce una pequeña manguerita con la cual va extraer el combustible en botellas de refresco de tres y dos litros. Y luego introduce el pico de la botella en el tanque del carro. Sin derramar una sola gota. Sin hacer desastres, que no estamos para botar algo.
En mi caso, me sirven solo dos tandas de botellas. Diez litros. Y a tres dólares por litro. Total: 30 billetes verdes. Un cuarto de tanque.
“Has debido echar los 20 litros”, aconseja Wilger antes de marcharse. “Primero, porque hubiera sido más fácil: Pones la pimpina encima del carro y listo. Y segundo, porque conseguir gasolina se ha puesto cada vez más difícil. Esta viene directo de la estación que está dentro de Miraflores”, remata él con una sonrisa socarrona. “Cualquier cosa, me llamas”, se despide.
Esta viene directo de la estación que está dentro de Miraflores”, remata él con una sonrisa socarrona. “Cualquier cosa, me llamas”, se despide.
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