Tal intención, manejada por quienes hacen proselitismo desde el populismo demagógico situados en la cima del poder, está dirigida a enmarañar percepciones que sirvan de abono al cultivo ideológico. Es cuando operadores políticos, siguiendo la pauta establecida por el proyecto político tramado, fraguan acepciones sin ninguna consideración que perfile la diferencia axiológica, filosófica, etimológica y política. Por ejemplo: entre equidad e igualdad. Inclusión y exclusión. Estado, país, nación y territorio. Identidad y pertenencia. Ciudadanía y civilidad. Gobernabilidad y gobernanza. O entre política, las políticas y lo político.
En fin, entre nociones y conocimientos que resulten convenientes de intercambiar con el propósito de subyugar el pensamiento y la actitud de cuantos ciudadanos pueden ser víctimas de tan grosera chapucería. O sea, de subordinarlos a la orden de la opacidad enmascarada de alguna causa política con sentido democrático.
A menudo se habla de desigualdad sin advertir diferencia con exclusión. Lo mismo sucede de Estado y gobierno. O de género y especie. De tolerancia y pluralismo. Todo, sin distinguir su correspondiente caracterización fáctica o diferenciación dialéctica, semántica o politológica. Estos apremios discursivos, además, redundan en galimatías que, sin duda, conducen a emplastos cognoscitivos de los cuales se aprovecha la política.
En medio de confusiones políticas
No es extraño advertir cómo el ejercicio de la política incurre en equivocaciones que encadenan desviaciones conceptuales. Tal vez por desconocimiento de quien asume el papel de oficiante en un acto de masas. O porque el proyecto político busca arreciar la mayor confusión. Más, si quien escucha tal verborrea carece de coordinación y comprensión cognitiva para dilucidar a lo interno del mensaje.
No hay excusa para que se justifique el enredo que se genera cuando, sin pudor lingüístico alguno, se omiten impunemente barullos que no distinguen el verdadero sentido propio de conceptos importantes de los cuales penden significados que comprometen el alcance de estamentos políticos, de los cuales depende las praxis de la democracia.
No hay pretexto que valga para justificar el desvergonzado solapamiento que se da entre conceptos de fundamental valía. La Constitución venezolana es un patético ejemplo de lo que deriva una interpretación falseada. La misma, producto de frases que, en su redacción legislativa, se desmandaron para exaltar una realidad que no llegó a reflejarse. Así cayeron en desgracia frases del talante político y epistemológico de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. O de conceptos que exhortan valores morales, como “dignidad”, “solidaridad”, “respeto”, “pluralismo político”, “soberanía”, “verdad”, “tolerancia”, “salud”, “educación”, entre muchos otros.
Sin embargo, lo más desvergonzado de toda esta trama inescrupulosa tiene que ver con el improvisado empleo de términos sobre los cuales descansa toda pretensión de asir un proyecto de gobierno a un estadio de honrosas realidades. Son los de desigualdad y exclusión. Y es que su libre interpretación, da pie para encubrir onerosas tentaciones que luego buscan hacerse palpables a través de prácticas políticas infames, represivas y diferenciadoras. Y precisamente, ante tan trepidante suma de barbarismos de todo tenor, cabe preguntarse: qué prevalece hoy cuando el caos arremete por doquier, ¿desigualdad o exclusión?
La Constitución venezolana es un patético ejemplo de lo que deriva una interpretación falseada. La misma, producto de frases que, en su redacción legislativa, se desmandaron para exaltar una realidad que no llegó a reflejarse. Así cayeron en desgracia frases del talante político y epistemológico de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. O de conceptos que exhortan valores morales, como “dignidad”, “solidaridad”, “respeto”, “pluralismo político”, “soberanía”, “verdad”, “tolerancia”, “salud”, “educación”, entre muchos otros.
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