Toda una pléiade galáctica reunida para discutir y emitir “decisivos” documentos sobre la paz mundial, el cambio climático, el medio ambiente y el ambiente entero, los recursos humanos e inhumanos, la salud mundial y cualquiera otra maldición de las tantas que irrumpen sobre este pobre “mondo cane”.
Todos hablan de Davos cuando Davos tiene lugar. Pero al día siguiente nadie se acuerda de Davos, hasta el próximo año, cuando todos hablarán de Davos otra vez.
Davos, la Meca del capitalismo pero también del anticapitalismo mundial. Jóvenes y no tan jóvenes, pelucones o al rape, faldicortas y faldilargas, emprenden largos peregrinajes portando letreros, consignas y furiosas diatribas. Solo alguien, una mujer inteligente como nadie, visionaria y realista como pocas (y pocos) no habló esta vez de Davos. Cuando más encomendó a algún subalterno muy sub para que dijera una frase de ocasión. Sin gusto a nada. Solo para salir del paso.
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Las preocupaciones de Angela Merkel tenían que ver con un lugar algo más tibio que Davos: Libia, la otrora patria del loco Gadafi, escenario de guerras fratricidas, patricidas y homicidas entre dos ejércitos implacables dirigidos por dos generales carniceros. A un lado Fayez al-Serraj, Jefe del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) reconocido por la ONU. Al otro, el mariscal del Ejército Nacional Libio (LNA), Jalifa Haftar.
¿Qué llevo a Merkel a preferenciar su atención en esa guerra aparentemente absurda y dejar de lado el espectáculo medial que ofrecía Davos? ¿No está plagado el mundo de guerras, de generales cainistas, de rencillas carnívoras? Pero esta vez había una razón. La guerra de los dos generales amenazaba pasar más allá de los límites de una pelea cualquiera y estaba por convertirse en un problema mucho más grande que Libia y su petróleo.
O en otras palabras: esa guerra civil (que de civil no tiene nada) estaba a punto de convertirse en un problema, más que nacional, regional. Más que regional, continental. E incluso, si no nos apuramos un poco –debe haber pensado Merkel con esa viveza que Dios le dio– en uno mundial. Bastaba echar un vistazo a las potencias alineadas alrededor de cada prócer. De hecho al-Serraj cuenta con el apoyo de la UE, de la ONU, y sobre todo de Turquía. Haftar, por su parte, con el de Arabia Saudí, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y sobre todo, con el de la Rusia de Putin. Además es apoyado políticamente por Francia y los EE UU.
Vale la pena ponerse nerviosa, debe haber pensado Merkel. Los países más armados del mundo pueden enfrentarse en Siria. Más aún si vemos que Rusia interviene con sus militares a favor de Hafter y Turquía – ¡un miembro de la OTAN! – a favor de al- Serraj.
La idea de que sobre las dunas libias iba a tener lugar un choque de trenes entre Rusia y Turquía pone los pelos de punta a cualquiera. Un choque que tarde o temprano iba a involucrar a toda Europa. Más todavía si se tiene en cuenta que Macron padece de ese raro complejo que desde 1914 hacen gala los gobernantes franceses, el de establecer relaciones bi-laterales con Rusia a espalda de los intereses europeos. Y que los americanos, guiados por sus intereses económicos iban a ponerse al lado de sus socios petroleros saudis, no cabía duda. Money is money
El avance ruso en la región debe haber preocupado a Merkel. Todas las señales apuntaban a que Putin intentaría aplicar la receta que le había dado tanto éxito en Siria. Por un lado, ofrecerse como mediador imparcial de un conflicto en el que toma parte. Por otro, aparecer frente al mundo como combatiente en contra del terrorismo internacional. Y al final, la guinda de la torta: sentar sus reales en Libia nombrando a un gobierno marioneta al estilo de al-Assad en Siria.
Pero esta vez Putin encontraría dos obstáculos: Erdogan, que es muy malo pero tan astuto como Putin y Merkel quien, a pesar de ser buena persona, ya debe tener a Putin más calado que una sandía. Ambos, Merkel y Erdogan coincidieron esta vez y olvidando antiguos agravios decidieron hacerle un parelé al presidente ruso.
La canciller alemana maneja sus cartas. Justamente para estos casos de emergencia ya había tenido la visión de ubicar en puestos claves a dos de sus más íntimas amigas (o alfilas): Annegret Karrenbauer, jefa de su partido y ministra de defensa en Alemania y Ursula von der Leyen, a cargo de la comisión de la UE. El objetivo de Merkel en Berlín era más que evidente: la de-escalación del conflicto. Y para lograrlo ha de haber recordado la máxima de uno de sus predecesores, Helmuth Schmidt, quien acostumbraba decir: “mientras la gente habla, no dispara”. Y donde más habla la gente es naturalmente en una conferencia.
La Conferencia de Berlín del 19.01.2020 fue sin duda una obra de arte de Angela Merkel. Pero para llevarla a cabo debe haber mantenido múltiples conversaciones previas. De otra manera no se explica que el aliado de Putin, el general Jalifa Haftar, se hubiera retirado de una reunión en Moscú en la que estaba presupuestado un acuerdo por el alto al fuego entre Rusia y Turquía y, más aún: que Erdogan hubiese recibido con beneplácito el llamado de Merkel. Cuantos telefonazos, cuantas promesas en contante y sonante, son partes de una intra-historia que solo conoce Dios. Si es qué.
Para rematar la jugada, Merkel se las ingenió para invitar a Pompeo quien iba camino a Davos y no podía decir no, hecho que hizo aparecer a Putin como un simple invitado más.
Las declaraciones más importantes en Berlín no las hizo sin embargo Merkel. Dicha tarea la encomendó a su ministro del exterior, el más bien desvalido Heiko Maas, quien ante sus socios de coalición debe haber aparecido como un genio político.
Merkel se mostró más bien cauta frente a la publicidad. Seguramente presiente que la Conferencia de Berlín donde fue acordado por lo menos un alto al fuego, es solo una de las múltiples que tendrán lugar sobre un conflicto que está muy lejos de terminar. Aunque los participantes subscribieron un documento de 55 puntos, la canciller no quiso aprovechar el momento para lucirse ante las cámaras como lo habría hecho cualquier político puesto en ese lugar. Por el contrario, con un pensativo gesto dijo escuetamente: “lo que viene de ahora en adelante será muy difícil”.
Después de Berlín, como buenos amigos, algunos representantes fueron juntos a Davos donde los esperaban entrevistas, declaraciones, reflectores, y un discurso más bien electoral del presidente Trump donde hablando de todo no diría nada.
Angela Merkel ha dado un paso decisivo. Alemania bajo su dirección ya no es solo la locomotora económica de ese ferrocarril de orates llamado Europa. Después de Merkel -y gracias a Merkel- Alemania será reconocida como un país de liderazgo político continental.
La herencia que deja Angela a quien la suceda será muy grande. Quizás demasiado grande.
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